María Teresa Jardí
La depredación del planeta propiciada por el capitalismo desplaza especies cuando no las extermina. Un sistema criminal que ha ido creando virus para matar a los pobres a manera de diezmar a los pueblos y también para asesinar a los distintos si son homosexuales y negros como sucedió con el Sida, lo que también se les salió de las manos y atacó a los de otros colores diezmando pobres y ricos. Aunque para los que se inventan los medicamentos caros que no pueden pagar los que son condenados por el sistema a morir prematuramente y de mala manera.
El capitalismo extractivista convertido en depredador de especies y en mutante de las mismas, quizá sin saberlo ni menos desearlo, ha encontrado la medicina, el Coronavirus, que va a curar al mundo de su perniciosa influencia.
En Yucatán tenemos un buen ejemplo en el exterminio de la abejas a manos de los impunes apoderados de grandes extensiones de tierra usadas para sembrar soya, con lo que se arrasa la tierra con la anuencia de los mismos impunes impulsores de campos sembrados de eólicas y de fotovoltáicas y del mal llamado Tren Maya, con la carga de desprecio, a los mayas, que significa el nombre impuesto.
El capitalismo, llegado a la fase extrema a la que se le puso el nombre del neoliberalismo, para, engañando, continuar depredando los bienes que pertenecen a las naciones pobres, hoy, quizá, a manos de un virus, creado o propiciado por el capitalismo, empieza su cuenta regresiva.
El capitalismo, convertido en neoliberalismo, obligando a las naciones pobres a convertirse en productoras de personas desechables, se topa hoy con un virus, el Coronavirus, que pensado para diezmar chinos, se ensaña con los europeos y con los gringos, propiciando, quizá, el fin, por fin, del neoliberalismo, impulsado, como encubridor del capitalismo, repito, en aras de retrasar la toma de conciencia generalizada –incluso de manera intuitiva– por parte de las sociedades de que el capitalismo mata y hay que combatirlo cambiando la forma de relación con la naturaleza y con nosotros mismos.
En el caso de América Latina es diáfano que México fue el país elegido para convertirse en laboratorio para extender las fronteras del imperio vecino. Desde Luis Echeverría se puede seguir el papel ordenado por los gobernantes yanquis a los presidentes mexicanos que acataron lo ordenado, a lo mejor por no tener, unos, la fuerza para no obedecer, por dinero todos, con alma de traidores otros; y con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto convirtiendo a México en el país más brutalmente violento del planeta, al punto de que las mujeres, hartas de ser asesinadas, se han visto obligadas a salir gritando que no quieren ni una muerta más, demostrando que han entendido las jóvenes que lo único que le duele a los capitalistas es el dinero, guardándose, el 9 de marzo, como pequeña muestra de la capacidad de parar al país el tiempo que haga falta si las cosas no cambian de manera rauda por lo que toca a la seguridad enterrada en las fosas clandestinas del gran cementerio en que se ha convertido a nuestra patria. Lo que se suma, cíclica que es la historia, a la llegada del virus a Europa y a Norteamérica. Virus creado para parar el avance tecnológico de los chinos o usándolo para lo mismo si es producto de una mutación de especies. Lo que no le resta responsabilidad ninguna al capitalismo que estaría aplaudiendo su existencia si de nuevo estuviera sirviendo para diezmar al continente africano o al resto de países asiáticos e incluso si se estuviera ensañado con los latinoamericanos. Pero virus que se convierte en un peligro real para los europeos y para los yanquis. Sí, quizá es el inicio del fin, por fin, del capitalismo.
Aquí por parte de AMLO se está tratando bien el problema no generando pánico y dejando llegar a los aviones que ni en el país vecino ni en Europa se aceptan.