Ernesto Hernández Norzagaray
Estaban ahí de negro, organizadas, dinámicas, aguerridas, con todo y contra todo. Las marchas en la Ciudad de México eran y son su espacio natural para la acción violenta. Las avenidas Reforma, Juárez y Madero, el punto de su clímax contestatario. Sea contra monumentos históricos, muros, escaparates u hombres que se cruzan en el camino. Su enemigo es todo aquello que represente en su imaginario culpabilidad, motivo de enojo, ira o indiferencia. Se asumen en vanguardia de ésta y otras causas legítimas. Ante la violencia contra las mujeres y quizá si no hubiera ese culpable invisible, cualquier otro reclamo colectivo sería suficiente para este ataque sistemático.
Así funcionan estos colectivos contestatarios que buscan imprimir su sello a cualquier reclamo legítimo. Ir más allá de la simple marcha reivindicativa, rutinaria, cómoda para el poder. Dejar a la vista su imagen redentora, rompe madre, agresiva. La que en su visión dogmática asegura provocará cambios en lo existente. Es una suerte de internacional que se encuentra lo mismo en Berlín, Madrid, New York que en Buenos Aires. Recogen lo más estridente de los antiguos contestatarios, desde los populistas rusos hasta el anarquismo omnipresente.
Están en clave del iskra leninista, “la chispa que encenderá la llama”, para que en su victoria inevitable, crear el caos para que desde ese punto incierto surja una nueva sociedad. Una nueva experiencia humana que habrá de volver a todos solidarios y las diferencias de género o económico se reducirán. Sin embargo, hasta ahora el mundo no ha funcionado así, ni hay indicios de que sea la vía correcta para alcanzar una nueva moralidad pública, una nueva ética, una nueva revolución.
Si no todo lo contrario, el caos de la revolución sólo ha servido para encumbrar a una nueva elite, igual o más ambiciosa que la relevada. Es por eso que resulta necesaria, con todo y sus defectos, la perfección democrática. No hay más. Y tan no hay más que aún con toda la crítica que ha levantado la violencia de las damas de negro, ha prevalecido la tolerancia del Gobierno de la Ciudad de México. En una sociedad con un Gobierno duro lo que tendríamos es represión encarnizada, como se vio en estos días en Chile y seguro otro sería el balance y, quizá, en lugar de estar hablando de los destrozos materiales y consignas estaríamos contando muertos, buscando desaparecidos y localizando detenidos.
Cierto, el tema de la violencia de género manifiesta la incapacidad de los tres niveles de Gobierno para revertir la tendencia –va como dato, el pasado martes el Presidente López Obrador señaló que entre el 8 y el 9 de marzo en México fueron asesinadas 21 mujeres–, no han encontrado la fórmula para revertir esta tendencia creciente, y muy probablemente nunca la encuentren, sea porque no es prioridad, sea porque se piense quijotescamente que resolviendo el problema económico vendrán automáticamente los cambios sociales en cascada o porque, simplemente, es en el fondo un problema cultural, de sometimiento brutal de la mujer, que está en el ADN de muchos hombres que siguen viviendo en las cavernas.
Y ante esto los gobiernos poco pueden hacer, es por eso más importante el empoderamiento de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social. Una mujer empoderada en su hogar o en su trabajo o en la calle, no va a permitir que se violen sus derechos a una vida digna. Le dará una patada en el culo a quien intente transgredir su espacio, su cuerpo, su dignidad. Y es ahí donde la política debe ofrecer mecanismos que permitan el constante empoderamiento de las mujeres. Se ha avanzado mucho a como estábamos hace cincuenta o setenta años. Cuando el derecho de voto se les reconoció a las mujeres y ellas fueron a las urnas. Sin embargo, prevalecen lastres de esa desigualdad estructural. Como el derecho a trabajo igual, salario igual.
Ya lo recordaba el italiano Norberto Bobbio que vivimos tiempos de derechos y, si bien hay países que están viviendo derechos de séptima generación, otros siguen negando derechos básicos, siendo un pendiente democrático.
Entonces, la enseñanza de las movilizaciones del pasado domingo y el lunes con las calles, oficinas y comercios sin ellas, es que la mujer mexicana decidió dar un paso adelante en contra del machismo y la retórica del Gobierno.
Ahora, la pregunta es sobre lo que viene, cómo esas mismas mujeres actuarán frente a sus enemigos y cómo se va a canalizar la protesta por vías institucionales, por la vía política, y si las mujeres y hombres que están en la acción institucional serán capaces de interpretar el mensaje de la movilización nacional o a vuelta de un tiempo volveremos a la estadística de los feminicidios.
Hay que recordar que en política no hay vacíos. Espacio que se abandona vienen otros a intentar llenarlo, lo vemos con las mujeres de negro, pero igual están otros empresarios de la violencia que son amos y señores en regiones completas, como lo vemos en estas semanas en Guanajuato o Sinaloa, ante un discurso presidencial, lineal, retórico, insustancial, polarizante.
Se está en clave de lógica de suma cero, donde lo que pierde lo gana el otro. Y ahí sí, cabe la hipótesis de que el PAN y el PRI buscan y buscarán siempre aprovechar las debilidades del Gobierno ante el tema de la violencia. Saben que es la gran piedra que está en el zapato obradorista y que no se le ha visto capacidades de poder extraerla. O sea, la realidad con todo devuelve una exigencia que el obradorismo machacó mientras fue oposición. Y es que la inseguridad es el tema irresuelto, el que nos tiene indignados a muchos y muchas, y ese seguirá siendo la exigencia a este Gobierno que ofreció cambiar el estado de cosas y no lo está haciendo, y es así como seguirán apareciendo estas y otras mujeres de negro. Al tiempo.
(SIN EMBARGO.MX)