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Opinión

Justo a tiempo

María Rivera

Vivimos tiempos convulsos, no cabe duda. La emergencia del coronavirus en el mundo, la gran cantidad de países contagiados hasta ahora y la creciente alarma mundial ante su amenaza ubicua nos plantea muchas preguntas básicas que no solemos hacernos normalmente. Son tiempos extraordinarios cuando personas de todos los países perciben la misma amenaza a la vida de manera intensa y generalizada. Basta con asomarse a las redes sociales como Twitter y Facebook para corroborar, en varios idiomas, cómo el miedo y la incertidumbre va apoderándose de la vida de las personas en los países más afectados.

Ya sea a través de la indolencia o el pánico, las personas reaccionan ante lo que ya se presenta como una pandemia. Muchas de sus reacciones están determinadas culturalmente, pero muchas otras están determinadas por las acciones y discursos que los gobiernos adoptan. Mientras el número de infecciones sea menor y de naturaleza importada los gobiernos pueden tranquilizar a sus ciudadanos, darles placebos informativos o ser responsables y comunicar los riesgos hasta ahora conocidos, basados en la experiencia china; comunicar las consecuencias que una epidemia de esta naturaleza puede provocar en sus países y en sus vidas y tomar las acciones adecuadas, aunque sean costosas, a fin de tratar de detenerla y salvar vidas.

Como ante pocas situaciones, la guerra entre ellas, los gobiernos serán puestos a prueba y no sería raro que su actuación determine su supervivencia. Los países de América Latina tienen todavía la oportunidad de imponer medidas drásticas para que el virus no se extienda ahora que apenas se reportan los primeros casos. No hay ninguna evidencia que permita sostener que, a diferencia del resto del mundo, el virus no alcanzará niveles epidémicos como los que estamos viendo en Italia, Corea o Irán. Especialmente porque al igual que China, y este dato debería ser capital, México tiene una población enorme de personas enfermas de diabetes, que es un grupo especialmente vulnerable ante la enfermedad. Actualmente se estima que más de 12 millones de personas viven con diabetes, sin contar a las que aún no han sido diagnosticadas. Asimismo, las personas que viven con hipertensión y otras enfermedades y co-morbilidades, el estado de precariedad del sistema de salud, al que sistemáticamente se le ha reducido el presupuesto, tendrían que alzar la alarma en la Secretaría de Salud. Si algo hemos visto estos días en Estados Unidos es que la enfermedad puede expandirse sin haber sido correctamente identificada, ocasionando brotes locales que ya se han cobrado vidas.

Lamentablemente, la emergencia del virus sucedió en China, un país que controla la información y tiene todo un aparato de censura. Alguna información, sin embargo, logró escapar a su control e invadió las redes: videos que la gente tomó o el trabajo de periodistas que documentaron lo que ocurría y después fueron censurados. Muchos expertos mostraron cautela ante el número de fallecidos y contagiados reportados oficialmente por el Gobierno chino debido a que sus servicios de salud fueron totalmente sobrepasados en la región de Wuhan.

Conforme la epidemia se extienda conoceremos más a detalle la real dimensión del coronavirus, sabremos si el índice de contagio y de letalidad se confirman y si ésta será la primera gran epidemia del siglo XXI, similar en consecuencias a la epidemia de influenza de principios de siglo XX, o venturosamente no. También habrá mucha gente en el mundo que se preguntará sobre los sistemas políticos y económicos que los rigen. La naturaleza extraordinaria de la emergencia se presta ya a debates sobre las libertades y cuánto se pueden restringir en un escenario extremo, el control y la vigilancia estatal. El humanismo tiene frente a sí grandes debates que implican la autonomía individual, el Estado, los sistemas políticos y económicos mundiales que tienen a millones de seres humanos sumidos en la pobreza, extremadamente vulnerables ante una pandemia de esta naturaleza, como es el caso de África.

Esperemos que el Gobierno de México pueda reaccionar a la altura del desafío que nos ocupa, que no subestime la posibilidad de un contagio no detectado e instrumente las medidas necesarias frente a esta posibilidad, realizando todas las pruebas de detección que sean necesarias a enfermos de neumonía que se presenten en el sistema hospitalario para evitar una transmisión local. Asimismo, que implemente las acciones de distanciamiento social antes de que sea demasiado tarde y la epidemia alcance niveles similares a los que ahora tiene Italia y tuvo China al comienzo del brote.

Tal vez de esto dependa la supervivencia de la llamada “cuarta transformación” y también, la vida de miles de personas. De nada sirve que el Presidente López Obrador salga en la mañanera a subestimar el riesgo ni que el Subsecretario dé conferencias nocturnas para tranquilizar a la gente. Se necesita prever el escenario que ya sucedió en otros países, donde no se restringieron a tiempo las concentraciones masivas, se permitió la circulación del virus sin detectarlo cuando tenían apenas unos casos; aprovechar su experiencia: estamos justo a tiempo.

(SIN EMBARGO.MX)

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