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Opinión

Preocupa saber que durante la cuarentena decretada ante la pandemia del coronavirus la violencia de género y los feminicidios aumente vertiginosamente, y ocurre porque las mujeres se encuentran obligadamente a vivir el encierro con sus parejas que imbuidos de una cultura machista propia del sistema patriarcal que vivimos, bajo el estrés que genera el encierro y la falta de alternativas económicas, descargan su ansiedad violentando a sus esposas, infantes y personas cercanas de la tercera edad.

Una medida tomada por las autoridades para paliar la situación, y que llama la atención, es declarar la Ley Seca en el estado. De principio esta medida parece adecuada ya que, como amplios estudios lo demuestran, la creciente violencia masculina contra la mujer está asociada a patologías sociales como el aumento del alcoholismo y el consumo de drogas por parte de los hombres, consumos que si bien no son la causa, sí son factores predisponentes significativos.

Un estudio que trata con gran profundidad la relación entre alcoholismo y violencia es el de María Rosado en su tesis doctoral “Factores causales y predisponentes. Clínica, Intervención y Psicoterapia, en los casos de Mujeres Maltratadas por su Pareja”, que fue presentada en 2012 en el Instituto de Investigaciones en Psicología Clínica y Social de México.

Por supuesto, tenemos claro que las relaciones jerárquicas entre los géneros y las concepciones machistas existen al margen de las adicciones pero dichas substancias, según lo demuestran estudios científicos, actúan como desinhibidoras de la conducta por lo que las explosiones de violencia emocional y física, al decir de las propias mujeres, ocurren mayormente cuando los hombres están bajo sus efectos.

Dada la polémica que existe acerca de la conveniencia o no de la Ley Seca en el estado, ante las voces que reclaman que el síndrome de abstinencia podría ser un detonante aun mayor que el alcoholismo, empezaré señalando que la violencia es resultado del sistema patriarcal y que adquiere en diferentes contextos culturales características particulares que habría que atender antes de caer en posturas simplistas. Para ello retomaré algunos de los resultados de la investigación realizada por Landy Santana y quien esto escribe sobre la relación entre alcoholismo y violencia de género en Yaxcabá y Cacalchén, dos comunidades del área maya.

Como antecedente, y de acuerdo a diversos estudios realizados en Yucatán, la presión que la comunidad y la familia extensa ejercía o aún ejerce en algunas comunidades sobre sus integrantes actúa como freno a la violencia física contra las mujeres. Sin embargo, ya desde mediados del siglo XX, se encontró que el relajamiento en algunas comunidades de los patrones colectivos, estaba creando condiciones para la inestabilidad en los grupos familiares propiciando frecuentes riñas entre parientes y la manifestación de la violencia física en contra de la mujer de manera grave. Un autor que abordó el debilitamiento del estricto control de la comunidad y la familia en los individuos fue Thompson quien en su obra sobre Ticul, “Aires del Progreso” registra cambios en la sociedad maya debido a la “modernización” y cómo éstos conllevan a que las unidades sociales, como son los barrios y la familia, pierdan parte de sus funciones.

La importancia de los acuerdos comunitarios y entre grupos de familia se expresaba y aún se expresa en algunas comunidades de diversas formas en la vida de las mujeres mayas como: En la selección de pareja, el cortejo, los arreglos prematrimoniales, la administración de los recursos, herencia, la localidad, la permanencia de las uniones y la resolución de los conflictos. Pero la tendencia de nuclearizar y/o individualizar la economía personal y familiar debilita la autoridad de los mayores, especialmente el de las mujeres (madres, abuelas y suegras), que en períodos anteriores administraban los recursos familiares. El debilitamiento de las relaciones de autoridad entre generaciones no parece mejorar la situación de las mujeres dentro del espacio familiar o librarlas de la violencia que sufren por parte de sus parejas ya que, paradójicamente, en donde se mantienen encontramos un menor índice de este fenómeno.

Esta desintegración del núcleo familiar tradicional maya, vinculado a una economía de mercado, la monetarización e individualización de los ingresos y consumos, explican en mucho la violencia y la aparición de las patologías sociales como el alcoholismo y la drogadicción. Es decir, las adicciones explican la violencia pero a su vez requieren ser explicadas o se puede caer en falsas suposiciones como el pensar que con su supresión se puede acabar de facto con la violencia.

Aclarado lo anterior presentaré algunos de nuestros resultados. En Cacalchén, comunidad con menor índice de maya hablantes y con una mayor articulación al mercado de consumo, de las treinta mujeres entrevistadas diez afirmaron que se llevan bien con sus maridos, es decir, que no sufren o no perciben sufrir violencia. Sin embargo, de las diecisiete que afirman que sufren violencia emocional por parte de sus parejas masculinas, en sus palabras, que padecen insultos, gritos y humillaciones, trece afirman que esto sucede “sólo cuando está tomado”, lo que ocurre una vez por semana. Por otra parte, cuatro mujeres afirmaron que se les agrede emocionalmente todos los días y que el consumo de sus parejas es frecuente, diario o casi diario. Tres no contestaron.

En el caso de Yaxcabá, con mayor índice de maya hablantes y de familias campesinas, de las treinta mujeres entrevistadas, dieciocho afirman que tiene una buena relación con sus maridos y no sufren violencia, seis declaran que estos “no toman” y doce que “toman poco” o lo que consideran lo “normal”. Siete mujeres afirman que sufren violencia verbal cuando sus parejas se encuentran bajo los influjos del alcohol, lo cual es poco frecuente. Pero cinco de ellas declaran que siempre o todos los días su marido consume alcohol y ejercen sobre ellas violencia a manera de insultos, gritos y humillaciones. Respecto a la violencia física ejercida contra las mujeres de las dos comunidades en casi todos los casos: ocho de Cacalchén y tres de Yaxcabá la violencia ocurre cuando el esposo se encuentra bajo los influjos del alcohol.

Los resultados de la investigación apuntan en varias direcciones: en primera instancia al alcoholismo masculino, si bien no explica los desequilibrios de poder y la cultura machista que prevalece en las comunidades rurales de Yucatán, sí resulta ser un detonante importante de la violencia contra las mujeres, y por tanto un factor de riesgo para la salud física y emocional de éstas. En segunda instancia, se refuerza la postura de que la sobrevivencia, física y como etnia, de las comunidades y familias mayas a través de los siglos, pese a las formas de dominio colonial, capitalista y neoliberal en las últimas décadas, se explica gracias a la estrategia seguida por sus integrantes, o sea, la de anteponer los intereses colectivos sobre los individuales y de fomentar los lazos de cooperación mutua. En los espacios donde se logran conservar mejor las relaciones comunitarias y familiares tradicionales el alcoholismo y la violencia son menores.

Como ya apuntaban diversos estudios realizados en el siglo XX y que parecen confirmar los actuales realizados por el INEGI, las comunidades y familias que se encuentran en regiones donde aún subsisten formas de producción campesina, se mantienen en mayor medida los elementos culturales que le dan cohesión e identidad a los mayas, nos referimos al idioma, vestido, conocimientos curativos, las casas-habitación y distribución en su espacio, así como valores y creencias. Junto con éstos la cooperación entre los grupos y el sometimiento de los intereses individuales a los colectivos.

Hasta donde conozco no existen investigaciones que concluyan que el síndrome de abstención del alcohol, inducido a la fuerza, o no, propicie un aumento en la violencia de género, por tanto aún estamos por conocer los efectos reales de la Ley Seca en la vida de las mujeres y las familias yucatecas. Lo que sí es muy oportuno de atender es la declaración de las mujeres indígenas de los estados de Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo y Yucatán agrupadas en la red de cooperativas del Sur, de la Jolom Mayaetik, del centro de Formación y Capacitación de Mujeres y en el K’inal Antsetik. Ellas declaran en su comunicado del 9 de abril del presente, en el punto número tres lo siguiente: “Sabemos que la venta de alcohol fortalece la violencia contra las mujeres y la población infantil, es urgente que las autoridades municipales, estatales y federales, y, particularmente la Secretaría de Salud prohíban su venta tanto en lo urbano como en zonas rurales”.

Como conclusión podemos asegurar que el alcoholismo y la violencia de género requieren ser abordadas con políticas públicas transversales con perspectiva de género y pertinencia cultural, pero sobre todo atendiendo la voz de las mujeres indígenas. De otra forma la promoción de las industrias del alcohol en períodos “normales” agudizará el problema de la violencia hacia las mujeres, y su abrupta prohibición durante la cuarentena, aunque recomendable, estará lejos de ser la solución.

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