María Teresa Jardí
Un traidor impuesto por la puerta de atrás como gerente del Ejecutivo federal sacó a la calle al Ejército para combatir una guerra falsa, mientras le permitía a su compinche, o amo, hoy preso en Estados Unidos de Norteamérica, crear un asesino ejército paramilitar paralelo al Ejército Nacional. Al pro-yanqui Felipe Calderón le debía parecer demasiado nacionalista el Ejército Mexicano por haberse integrado mayoritariamente con personas de los pueblos indígenas más pobres.
Calderón convirtió a México en una gran fosa común y dejó preparado el terreno para que con Peña, otro sucesor infame, producto televisivo, se convirtiera al territorio de la nación mexicana en cementerio nacional. Al servicio, ambos, Calderón y Peña, como sus antecesores, del imperio vecino, impulsor asesino del capitalismo. Imperio que hoy, merced a un virus –que probablemente por los esbirros de Trump fue manipulado para convertirlo en más mortífero–, entierra en fosas comunes en Nueva York a hispanos y de otras nacionalidades y también a estadounidenses.
Especie de justicia divina, se podría decir, si no fuera por la lamentable muerte adelantada de personas, que a final de cuentas hemos sido convertidas en marionetas por los organismos impulsores del capitalismo: FMI, BM, OMS, ONU, OEA…, que a su vez son manejados por esbirros de los amos de los grandes capitales que operan desde variadas instituciones mundiales.
Y a propósito de lo anterior les cuento. Cojo de la biblioteca de El Teatrito una novela de Allan Folsom, leída hace mucho, preparando los libros para leer el jueves y viernes de la extraña Semana Santa recién pasada.
Y sorpresivamente la trama habla de China, como el lugar dónde, desde la locura de un cardenal que se siente heredero de los emperadores romanos, decide envenenar el agua de lagos y ríos de China para que el Vaticano se ocupe del negocio de la construcción del entramado de la distribución de agua en China. Interesante novela de intriga, que adelanta lo que hoy ocurre con el coronavirus, aunque los actores sean otros. Y no tan otros porque la locura de Trump es muy similar a la del cardenal, secretario de Estado, que recuerda al secretario de Estado Vaticano de tiempos anteriores al actual Papa Francisco. Les recomiendo que la lean. Se titula el “El Día de la confesión” y la que yo tengo está editada por punto de lectura. El capitalismo mata y las instituciones mundiales todas están o han estado a su servicio.
Lo que no les resta responsabilidad a los mexicanos a los que me refería antes. Lo imperdonable no tiene perdón y no tienen perdón ni Calderón ni Peña, ni tampoco, hay que decirlo, los que hoy usando al coronavirus quieren deshacerse de AMLO por haberse atrevido a dar un plato de frijoles a los más pobres en lugar de rescatar y llamándoles a pagar, algo de los muchos impuestos condonados a los empresarios mexicanos, que no son amigos de AMLO, pero que también están entre los convertidos en los más ricos del planeta.
Y no. Lo imperdonable no tiene perdón, y no es suficiente con poner unas cuántas camas para atender enfermos de Covid 19 por unos días al servicio de unos cuántos para revertir el daño hecho al derecho a la salud del pueblo mexicano por los que convirtieron en negocio de unos cuántos ese derecho que es inherente a cada gobernado.
Es claro el capitalismo es responsable del daño inaudito hecho sufrir a la humanidad entera. Y al capitalismo no se le combate negociando con el puñado de beneficiados por ese sistema de muerte.
Y por eso leyendo lo del entierro de personas en Nueva York, igualadas por una fosa común, lamentando por supuesto las muertes, si fuera creyente pensaría que es un mensaje, enviado a ese país responsable de tantas muertes en el mundo, como regalo de Pascua, para que quede claro que todos los seres humanos: pobres y ricos, blancos, negros, morenos, pelirrojos, albinos, hombres y mujeres, niños y viejos somos iguales.