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María Teresa Jardí

Los que siempre hemos sido de Izquierda, los que no renunciamos a lo largo del paso de los años a la tranquilidad que da el saber que queremos morir siendo lo que fuimos incluso desde antes de nacer: somos los aliados naturales de AMLO. Y, esto es así, porque las decisiones que a los que sí son sus enemigos les molestan y a otros les parecen no dignas de ser tomadas en cuenta, para los que nacimos con una ideología de Izquierda, son esas medidas las que nos igualan en la certeza de que sabe mejor el huevo frito del desayuno cuando se conoce que todos tienen la posibilidad también de desayunar aunque sea un huevo, que cuando se tienen la conciencia de que muchos ni agua tienen para llevarse a la boca, no digamos ya en tiempos de coronavirus para lavarse las manos que se ha tornado en un lujo para ricos. Es así de simple lo que nos hermana a los habitantes de un país e idealmente tendría que suceder así en cada país, en todos los países. Es una aspiración humana la de que cada habitante en cualquier país alrededor del mundo pueda desayunar cada día un huevo como parte inherente al derecho a la existencia. Y el coronavirus que ha puesto todo de cabeza permite pensar que los que queden vivos defenderán el derecho a su existencia no aceptando nunca más, por ejemplo, la conversión del derecho a la salud en mercancía.

Pero hay cosas en las que los que somos de Izquierda no podemos estar de acuerdo con el actuar del actual gobierno del cambio. Y eso pasa con sus decisiones en manos de amistades, que no lo son, pero que continúan arrastrando el país al abismo.

Criminal, efectivamente, es haber desmantelado la empresa petrolera que en México para los mexicanos y para la nación recuperó el general Lázaro Cárdenas. Y además fue imbécil el precio pagado por los que obedecieron la orden de destruirla. A cambio de haberla convertido en cajón de su cocina, renunciaron a ser gobernantes, para convertirse en gerentes, de un país convertido en empresa de ricos, cada vez más ricos productores de pobres sumidos cada vez más en la indigencia. Fueron bajando, al tiempo que desmantelaban Petróleos Mexicanos, del más alto escalón de la escalera y hasta aceptaron convertirse en porteros de penales de alta seguridad, creados para albergar a los delincuentes más peligrosos, que se convirtieron en cárceles a modo para el escape de los nacos amigos de la gerencia en turno de un país al que se le hizo perder todos los rumbos.

Sí, a lo largo de las décadas en manos de los neoliberales, México estuvo en manos de cada vez más imbéciles en el sentido quizá incluso genético de la naturaleza. Se renuncia a hacer servir el cerebro y va naciendo cada generación con menos neuronas.

Está bien rescatar lo queda de petróleo para la nación mexicana y en eso también coincidimos con el actual gobierno los que sí somos de izquierda o al menos yo coincido.

Pero despierta alarma, por decir lo menos, el capricho de construcción del mal llamado Tren Maya, que más bien es el Tren Romo o de plano el tren ordenado por los yanquis, acordado hoy con Trump para control de los migrantes convertidos en esclavos que serán durante su construcción y en indigentes los que sobrevivan, al lado de los otros indigentes en que van a convertirse, con los polos de desarrollo, a los pueblos originarios, que tanto molestan a los compañeros de ruta del único presidente votado por los ciudadanos mexicanos de manera aplastante y, lamentablemente, quizá equivocadamente.

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