Por Gerardo Fernández Casanova
Durante toda su vida política, AMLO ha postulado una forma diferente de hacer política, diferenciándola de la politiquería acostumbrada históricamente, y la ha ejercido a cabalidad, tanto como candidato o como electo, fuese Jefe de Gobierno del Distrito Federal o Presidente de la República. Para el conjunto de la clase política tradicional resulta incomprensible esta peculiaridad que engaña con la verdad, los deja fuera de balance y los lleva a incurrir en el error permanente y a actuar desconcertadamente. El 2 de julio de 2018 nadie podría haber imaginado una transición gubernamental tan tersa como la que se registró, menos pudo suponerse una relación de buen grado con el troglodita Donald Trump, tampoco podría imaginar una capacidad de relacionarse suavemente con el poder económico, sin por ello dejar de asestarle severos trancazos al tráfico de influencias, a la evasión fiscal y a la corrupción, poniendo en claro la prelación del poder del estado. En el nuevo estilo de hacer política no sólo no se enmascara la contradicción con el conservadurismo mediático sino que cotidianamente es exhibido como el adversario, esto como elemento indispensable para que la gente lo identifique claramente como tal, como la rémora que se opone a la transformación.
Transcurrido un cuarto del sexenio, se presenta la crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia del Covid-19, que hace cimbrar al mundo entero, y el rigor insobornable se acrecienta para mantener el rumbo fijado desde mucho tiempo atrás, incluso para radicalizarlo. Por un lado, la pandemia se enfrenta con certidumbre científica y desoye los clamores de los adversarios que buscan desbarrancarla; se amplían todas las formas posibles de información y se garantiza su veracidad, contra toda suerte de noticias falsas y alarmas amarillistas que se ponen en juego, en condiciones que pondrían a temblar al más templado. La mano firme al timón es la respuesta y es la apuesta a salvar la crisis al menor costo de vidas posible.
Por el lado de la economía, brutalmente golpeada por el paro de la actividad y por el derrumbe de los precios del petróleo, el proyecto de la transformación se hace vigente a plenitud apostando en sentido contrario al recetario neoliberal: apoyar a los que menos tienen para que los que tienen mucho se rasquen con sus propias uñas, primero porque pueden y, segundo, porque va su supervivencia de por medio. Esto es como un embudo que también puede ser regadera, en el sentido embudo toma los recursos de todos para concentrarla en pocos muy ricos, pero en el sentido regadera toma los recursos de esos pocos muy ricos para dispersarla en muchos muy pobres. Perdón por la simpleza, pero este el sentido profundo de la contradicción y la política tiene el deber de optar y el Presidente López Obrador ya hizo evidente su opción: primero los pobres, no sólo como postulado de justicia sino como política económica a seguir.
Es claro que los que son especialistas de la economía no concuerdan con esta visión política; reclaman por que se convoque a una especie de consejo económico para corregir la visión política del Presidente. La historia también juega su papel, es nítido el fracaso de la postura economicista. Es hora de imaginar lo insólito y con tersura apostar a la exitosa aplicación de la política con la mano firme e insobornable en el timón. Si de algo vale, me sumo a la apuesta de Andrés Manuel López Obrador y del sabio pueblo que lo respalda.
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