Opinión

Felipe y la chuleta envenenada

Alejandro Páez Varela

Felipe Calderón ha tomado vuelo en fechas recientes. Llama mentiroso al Presidente, lo “corrige”, intenta desmentirlo desde su única plataforma: Twitter. Tiene nuevo libro (para el que –por cierto– se plagió el nombre del escrito por Hillary Clinton: ella lo llamó Difíciles decisiones; él, Decisiones difíciles). Intenta verse como un estadista; pone puntos sobre las íes y busca congregar voces que lo hagan fuerte.

No hay sorpresa en eso, en que salga a la calle. La sorpresa es que se atreva. Pero, de alguna manera, es comprensible: la única manera que tiene Calderón (la única que conoce, además) para inflar la feligresía de México Libre es saliendo a confrontar al actual Gobierno; parársele enfrente y hacerse ver como un líder opositor; cuestionar, plantearse como una alternativa. No tiene de otra.

Su problema es que le van a responder y en su propio terreno; le van a recordar quién es, qué es lo que lo mueve y qué representa. Permitirá, aunque no quiera, que se le revivan las razones por las que en el 2012 los mexicanos mandaron a su partido al tercer lugar en las presidenciales y lo “obligaron” (se le vio encantado de hacerlo) a devolver el poder al PRI, el peor PRI: el de Enrique Peña Nieto. Su problema es que ejerció el poder a manotazos y escupitajos para arriba; pocos olvidan quién es cuando tiene poder. En su expartido político, el PAN, lo sufrieron; a los actuales líderes panistas no se les olvida por las que pasaron, lo que provocó al interior y lo que se sufrió teniéndole como líder.

Calderón no se amilana porque no tiene de otra. Retomó el activismo. Es la única manera que tiene para acumular membresía; es la única alternativa que le queda para lanzar a su esposa en unas segundas presidenciales. Eso no le quita que está jugando con fuego. Pronto se dará cuenta que ni el Gobierno es manco ni él es Gandhi. Ha sido jardinero de tornados: y el que siembra tornados cosecha, al menos, tornados. Otros dicen que cosechará huracanes.

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Andrés Manuel López Obrador esperó dos horas, pacientemente, en la almohadilla. Y al final de la conferencia, púmbale: le lanzaron la pelota que esperaba. Era una pelota boba, pero con fuerza suficiente para un swing. El Canciller Marcelo Ebrard estaba sentado y se reacomodó. Sonrió. Asintió. Sí, Presidente, dijo con los músculos de la cara. La pelota boba era la serie de tuits de Calderón donde negaba haber conocido como Jefe del Estado mexicano el operativo conocido como “Rápido y Furioso”. El swing atrapó la pelota y la brincó la barda: mándese una nota diplomática al Gobierno de Donald Trump para pedirle datos sobre ese operativo fallido que sembró muerte en México, e incluso en Estados Unidos.

Mi pronóstico es que Estados Unidos usará esa nota para darle una cachetada a Barack Obama, y de paso le entregará información a México para refrescarle la memoria a Calderón.

Lo dicho: el expresidente no es Gandhi. Y este es un Gobierno con el bat al hombro.

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Es el perro que va por todas las chuletas, como decía un amigo. Está acostumbrado a ladrar, es bravo; y chuleta que le lanzan, chuleta que se devora. Pero un día, una de esas chuletas será la envenenada. Algo así le pasa a todos los bravucones. Algo así le pasa a Calderón.

Desde hace varios años le han lanzado chuletas. Todas las desgarró y se las apuró de un trago. Tantas veces le dijeron que Genaro García Luna era cómplice de criminales y tantas veces que le alertaron que conducía una guerra para beneficiar a un cartel. El perro bravo se afilaba los colmillos en cada advertencia.

Hace años se tragó una chuleta envenenada. Una o varias. Ahora eructa de vez en cuando. No son eructos: es el estómago, asimilando el veneno. García Luna traía veneno, cualquiera lo sabía. Y el perro es bravo. Cada vez que le dijeron que su exsecretario estaba metido hasta el cuello, ladraba. Devoraba la chuleta.

Ahora no tiene escapatoria: nadie huye de sí mismo: la chuleta envenenada es parte de él y no es una aventura decir que el destino de Genaro García Luna (en manos de fiscales, un jurado y un juez estadounidenses) es su propio destino.

El perro que va por todas las chuletas puede saber, mientras mastica, que la chuleta sabe raro. Pero es perro: mastica y traga.

Es eso: que simplemente defendió a su brazo derecho por bravo. O es complicidad. No sé. Honestamente no sé. Adentro todo me dice que es complicidad, pero el tema es la cantidad de evidencia. El tema aquí es que esa evidencia caiga en las manos correctas. No veo a Alejandro Gertz Manero trabajando en eso. No veo a la Fiscalía realizando un maxiproceso para ir por el expresidente y por varios de su pasado, entre ellos García Luna. Evidentemente esas no son las manos correctas. Las únicas manos correctas que veo, por desgracia, están en Estados Unidos. Aquí no. Aquí existe el riesgo de que la Fiscalía haga una tontería (algo que no sería raro) y desate a la jauría y vuelva héroe a Calderón.

Sólo hay de dos: o defendió a Genaro como un perro porque es perro, o fue complicidad. Las dos opciones son terribles, aunque una sea más eficiente que la otra para llevarlo a la justicia.

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A Calderón no le queda otra que salir por todas las chuletas. Irá mordiendo otras las envenenadas aunque, sí, desde antes se comió una o dos o tres que le recordarán lo que se tragó, y de mala manera, en el mediano plazo.

Calderón piensa además que puede seguir ladrando. Pero –lo lamento por él, que le gusta tanto– hace tiempo que el vecindario no lo ve como un cachorrito simpático.

(SIN EMBARGO.MX)