Humberto Musacchio
Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de Morena, soltó un ruidoso buscapiés que alarmó al conservadurismo y ocasionó desgarramientos de vestiduras en sectores de su propio partido, al extremo de que el líder senatorial rechazó rotundamente la propuesta que consistía (o consiste) en facultar al INEGI para medir o más precisamente conocer la concentración de la riqueza, lo que implicaría revisar el patrimonio inmobiliario y financiero de las personas y conocer también las cuentas del Servicio de Administración Tributaria, que hasta ahora apenas empiezan a difundirse, especialmente las de quienes tienen deudas mayores con el fisco.
Por supuesto, los panistas pusieron el grito en el cielo (¿dónde más?) y uno de sus prohombres acusó al protopartido en el poder de autoritarismo, estalinismo, intolerancia y persecución de disidentes. Que sea menos. Más acertado sería acusarlo de dispersión, ignorancia, falta de dirección, ocurrencias y otros milagritos.
Desde el profundo pozo donde se halla el PRI salió una voz de ultratumba, la que calificó la propuesta de “arbitraria, inconstitucional e inconvencional”, y advirtió que el INEGI no debe convertirse en una “instancia fiscalizadora”, porque “la propiedad privada, la seguridad jurídica y la inviolabilidad de domicilio” son derechos fundamentales asentados en la Constitución y en “diversos instrumentos internacionales suscritos por el Estado mexicano”. Por supuesto, el jilguero no aclaró en qué punto atenta la propuesta de Ramírez Cuéllar contra los derechos ciudadanos.
Al coro reprobatorio se unió alegremente Angel Avila, líder de los restos del PRD, aquel partido que nació con banderas de izquierda y que hoy se limita a condenar todo lo que hagan o digan López Obrador y sus seguidores. Dice el señor Avila que la propuesta de Ramírez Cuéllar implica investir de las mismas facultades de un comisario soviético al Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, al que confunde el Angelito con la extinta Dirección de Investigaciones Políticas.
Para no ser menos, Tatiana Clouthier, la diputada de Morena, declaró que no se deben dar más facultades al INEGI porque a su juicio se “violenta el uso de datos personales y se atenta contra libertades al acceder sin restricción a cuenta y otros” (datos). Doña Tatiana no aclara en qué se “violenta” el empleo de datos personales si se mide la distribución de la riqueza ni tampoco dice por qué considera un atentado el conocimiento de las cuentas personales, pese a que ahora el fisco, los bancos y otras instituciones y empresas conocen tales cuentas.
Conocer la distribución del ingreso nacional nada tiene de novedoso. Incluso, en varias dependencias del gobierno, en las universidades y en los centros de estudios patronales es un asunto que se analiza de manera permanente y sistemática, pues resulta de interés público saber cómo está distribuida la riqueza que creamos los mexicanos, porque de ese conocimiento se derivan las más trascendentes decisiones de Estado y de los inversionistas.
En otros países se acostumbra hacer público el patrimonio de las personas. Incluso es un motivo de orgullo aparecer en los primeros lugares en la lista de los más ricos y nunca hemos escuchado una queja o una protesta de los potentados mexicanos que periódicamente ven sus nombres en las listas de Forbes, pues a quien tiene capacidad para acumular riqueza se le considera más apto como emprendedor y más confiable como socio, pues no resulta razonable que alguien ponga sus dineros en manos de quien no dispone de crédito ni cuente con una trayectoria exitosa en los negocios.
Lo que sugiere el airado rechazo a la propuesta de Ramírez Cuéllar es el origen de muchas fortunas asociadas a la política, riquezas que serían inexplicables si ignoráramos la importancia que para funcionarios corruptos y empresarios corruptores ha tenido en todo trato el pago de mordidas, cochupos, propinas, entres y otras exacciones. Es a ellos a quienes no conviene que se ventile la distribución de la riqueza nacional.
Pero decíamos al principio que lo de Ramírez Cuéllar era un buscapiés. Arriba de él observaron y midieron la reacción y ante los resultados prefirieron dejar el asunto para mejor ocasión. ¿O no es así?