Jorge Lara Rivera
Tan insólita como impactante, dando una idea clara de la gravedad del momento que atravesamos, ha sido la inédita oración conjunta, en Jerusalén, la ciudad internacional, sagrada –y disputada violentamente– entre creyentes del Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo, las 3 grandes religiones monoteístas del mundo, representados por sus líderes el 22 de abril en la terraza del hotel Rey David. El suceso, posterior a una Semana Santa sin peregrinos ni visitas a la iglesia del Santo Sepulcro, ocurrido justo cuando la Pascua judía se veía afectada por el confinamiento más estricto y tuvo lugar mientras se preparaban restricciones a la celebración del Ramadán, el mes sagrado musulmán, constituye un hito sin precedentes en la historia de la Fe.
Cada quien en su propio lenguaje litúrgico, Yitzhak Yosef y David Lau, los Grandes Rabinos de Israel; el Patriarca Greco Ortodoxo Theophilos III, el Patriarca Latino, arzobispo Pierbattista Pizzaballa, los imanes Gamal el Ubra y Agel Al-Atrash, así como el líder espiritual druso el Jeque Mowafaq Tarif unieron sus rezos para clamar a Dios por ayuda. Un evento similar, menos mediático, tuvo lugar a inicios del mes (6 de abril) en los jardines Bahaí, de la costera ciudad israelí de Haifa, con asistencia de los rabinos David Abu Hatzira y Dov Haiyun, el sacerdote Abu Shakara, el jeque druso Mowafak Tarif, el jeque Samir Assi y el jeque Shams rezando juntos para pedir sanación. Pero sin duda más cercanas a nuestra cultura, de fuerte raigambre cristiana católica, resultaron un par de potentes imágenes desde sitios cargados de simbolismo: la bendición papal Urbi et Orbi (a la Ciudad y al Mundo) en marzo 27 con el Santísimo impartida por el pontífice romano Francisco –quien oró ante el venerado y milagroso Cristo Crucificado de la iglesia de San Marcello, y la Virgen Salus Populi Romani de la Basílica de Santa María la Mayor– frente a una espectral Plaza de de San Pedro, completamente vacía, mojada de lluvia; y las de las misas del Domingo de Ramos y del Domingo de Pascua (o de Resurrección) desde la Basílica de la Virgen de Guadalupe, en el cerro del Tepeyac, y cuya imagen ocupante está tan ligada a nuestra historia, a nuestro presente, y nacionalidad.
La perenne necesidad espiritual del ser humano se expresa en estas manifestaciones; la humanidad, doliente siempre pero de modo tan terrible en estas jornadas inciertas, impone a nuestra especie un alto en el camino y una reflexión profunda sobre muchos aspectos de la vida actual. El imperioso impulso de hallarle sentido a esta calamidad que asuela al mundo entero lleva a revisitar las tradiciones más entrañables para encontrar fuerza ante la adversidad y el peligro. Actuante también está la búsqueda de consuelo en una aflicción enorme por el duelo prohibido para la supervivencia. Lo doloroso de la muerte por esta enfermedad comienza con la separación de los seres queridos abandonado por fuerza en manos ajenas y a merced del misterioso azar, continúa en ardiente agonía de peces fuera del agua y aumenta tras el deceso, en cuerpos sin reclamo ni honras fúnebres, destinado a cremación si no al apresurado entierro en tumbas comunales, sin despedida. Así y todo, ha sido necesario para las religiones ponerse a la altura de las circunstancias.
En contraste con el fundamentalista Irán de los ayatolás corruptos (comenzando con Alí Khameni y su inexplicable fortuna que rebasa los 200 millones de dólares) que ha usufructuado la ignorancia y el fanatismo de los creyentes chiítas y cuyo régimen es corresponsable de numerosas pérdidas de vidas en ese país y de enorme cantidad de contagios en Oriente Medio, por permitir actos de devoción masivos extremos, de higiene cuestionable, como en el santuario de Fatma Masumeh de la Ciudad Santa de Qom; la monarquía absoluta de Arabia Saudita –de línea suni– ha restringido el acceso a La Meca y Medina, sus ciudades sagradas, las más importantes para los mahometanos; los judíos ultra ortodoxos de Israel han tenido que romper su tradicionalista aislamiento y aceptar la asistencia y ayuda de militares hebreos, antes denostados por sus rabinos, a cargo de tareas de sanidad y aprovisionamiento para evitar la destrucción de su comunidad estragada por la pandemia.
A propósito, para la cristiandad ha habido algunas noticias durante esta temporada sombría que resultan buenas para la maltrecha credibilidad del clero católico, como la aceptada renuncia –marzo 6– del cardenal Philippe Barbarin como arzobispo de Lyon y ‘Primado de la Iglesia de las Galias’ quien hacia el final de enero, tras su apelación, fue exonerado de los cargos de encubrir a curas pederastas, librándose así hasta la más que tibia condena de 6 meses de cárcel exenta de cumplir que recibiera. De igual modo, aunque el 15 de abril, el más alto tribunal australiano determinó anular la condena por pederastia y encubrimiento al sibarita cardenal George Pell, ex tesorero del Vaticano y 3º en la jerarquía clerical católica, exonerándolo; una nueva acusación por hechos ocurridos en 1970 lo dejan bajo investigación policial. Igualmente, si por error en el proceso, el 7 de abril fue desestimado el caso por pederastia contra el autoproclamado ‘apóstol de la Luz del Mundo’ y quien se hace llamar “dios vivo”, Naasón Joaquín García, ello que no bastó para excarcelarlo ya que enfrenta otros 13 cargos por violación a menores de edad y tráfico de personas.
Pero no hay que confundir la gimnasia con la magnesia, porque estos pastores desertores devenidos en ‘césares’ no bastan para anular la Fe, y se sabe que de todo hay en las viñas del Señor.