Uuc-kib Espadas Ancona
Si bien hace algunas décadas me prometí a mí mismo no volver a someter a nadie al horror de mis clases, algo así como una vez al año, desde hace algunos, me hago cargo de un curso intensivo de la materia de Sistema Político Mexicano a nivel de maestría. Es una experiencia muy lejana a las de aquellos tiempos espantosos, más para mis alumnos que para mí, que pasé en diversos salones de secundaria, y resulta realmente edificante, al menos para este docente, en varios sentidos. Este año, sin embargo, un proceso me ha llamado poderosamente la atención.
Dada la epidemia y el consecuente confinamiento, este curso incluyó la para mí novísima experiencia de desarrollarlo por videoconferencia. Más allá de ciertas dificultades técnicas, relacionadas entre otras cosas conque muchísimos de nosotros pagamos por servicios de Internet de una velocidad y calidad que no recibimos, el nuevo salón, el virtual, presenta una serie de limitaciones con relación a los salones reales, cosa que ya me esperaba, pero también supera distintas capacidades de aquéllos, lo que no dejó de sorprenderme.
El salón de Internet reclama una mayor atención de los participantes, maestros y alumnos, pues la reducción de tres a dos dimensiones, del salón a la pantalla de la computadora, lleva a un contacto visual cara a cara frontal y permanente con todos los alumnos. Esto lo hace homogéneo. Todos tienen un espacio de pantalla de idéntico tamaño por el que son observados, obligadamente, todo el tiempo. Claro que cada uno puede apagar su cámara, pero esto llama la atención y, en caso de ausencias prolongadas, las delata. Otro tanto sin duda ocurre con el profesor, que no puede simplemente ponerse a contestar discretamente el whatsApp mientras los alumnos debaten, sino que tiene que asumir minuto a minuto la guía del curso. Es un salón sin filas, de modo que no se puede distinguir de entrada a los de la primera y a los platicadores del fondo, ni concluir de ello hábitos de estudio. Los micrófonos pueden presentar algún problema, nunca falta alguno que mete ruido o reverbera, pero en general facilitan que todos los participantes se oigan adecuadamente. Acá también la realidad virtual homogeneiza las condiciones de contacto entre los involucrados. El sistema, claro, reduce el control que el profesor puede tener sobre actividades de los alumnos que normalmente interfieren con el desarrollo de las actividades en un salón. Cosas que van desde platicar entre ellos hasta el consumo de bebidas alcohólicas. Sin embargo, en el espacio virtual estas cosas carecen de importancia. En efecto, cualquier alumno puede comer, beber o platicar con quien quiera sin que el profesor se entere, pero esto no interfiere con las actividades de los demás participantes, ni con el desarrollo general del proceso, cosa inevitable en la realidad física.
Estos mecanismos virtuales, con los que nunca antes había estado en contacto, ofrecen, además, diversos instrumentos didácticos, como el intercambio instantáneo de documentos e imágenes, la visualización simultánea de material multimedia, o la edición de textos por varios autores, que pueden resultar más ágiles que sus contrapartes en el salón real. Es verdad que en última instancia casi todo lo que se puede hacer en el espacio virtual se podría hacer en la escuela, pero la realidad es que algunas cosas, como por ejemplo grabar las clases en audio y video, no se hacen rutinariamente, en tanto en el espacio virtual sí y con menos dificultad.
Se ha vuelto ya un lugar común decir que de esta crisis sanitaria no vamos a volver a la realidad que conocíamos, y mi experiencia en el aula virtual me lo hace evidente. De no ser por el coronavirus, no sé si algún día me hubiera tocado una clase virtual, pero ciertamente no hubiera sido este año. La nueva experiencia social está acelerando cambios institucionales y personales que harán que, pasada la crisis, estos nuevos instrumentos ocupen un espacio mucho mayor en los procesos educativos en su conjunto del que ya ocupaban. El espacio virtual en la nueva escuela será mayor que en la que cerró sus puertas en marzo.
Esta dinámica, no me queda duda, se está desarrollando en variados espacios de la vida social y personal distintos del de la educación, y el cambio resultante ya no será reversible. Tocará seguirse adaptando.