María Teresa Jardí
No sé de dónde viene la corrupción que a México aqueja. Pero es claro que se le tronó en un país irredentemente corrupto por los neoliberales que sacaron al Ejército a la calle y declararon una falsa guerra. Por los mismos que, como amigos, hoy se encuentran en primera línea. Aunque algunos hayan sido de segunda. Redimirlos no es posible sin convertirse en más de lo mismo. Los dueños del Tren Maya, que nace maldito porque acaba con los mayas, son corruptos aunque sean “amigos” de los que hoy gobiernan, que se verán, quizá, ojalá, así lo espero, como se ven hoy García Luna y la Robles. Corrompieron a México los Salinas que no quisieron ni ver ni escuchar a los opositores. Como corruptos son los que hoy ni ven ni escuchan a los pueblos originarios. Corrupto fue Zedillo vendiendo los ferrocarriles mexicanos a cambio de la garantía de un empleo en el país vecino para esconderse. Corrupción fue robar el dinero del Erario que pertenecía a la nación mexicana. Corrupción fueron los abusos de Fox permitiendo la conversión en caja chica de su mujer a las IAP (Instituciones de Asistencia Privada) que daban limosna a los pobres. Sí, limosna, pero al menos antes no iba a dar ese dinero al bolsillo de los hijos de esa mujer que como tan corruptos se exhibían cuando ese impresentable no se enteraba de que era el Presidente de México. Corrupción que exhibía la compra de toallas de cuatro mil pesos para los baños de Los Pinos convertidos en esperpénticos.
Y corrupción es el Tren Maya. Corrupción es la condena a la muerte para cumplir lo acordado con un “amigo”: Trump, que es el gran enemigo incluso de los gringos, al punto que aunque no se haya dado cuenta ni él ni sus esbirros: el imperio yanqui ya no es tal y el futuro del mundo ha dejado de estar en sus manos.
Lo corrompieron todo el PRI, el PAN y el PRD y los partiduchos que hoy en la 4T abrevan como amigos. Y la misma lamentable historia se escribe hoy regresando al echeverrismo que también dio clases de corrupción, de venganza y de injusticia, impulsando el olvido, que no logró, porque lo imperdonable no tiene perdón.
Corrupción es la justicia a secas para unos, usada para cobrar venganza en contra de los enemigos, tornada casi siempre en injusticia. Corrupción es el perdón y olvido de la corrupción antaño demostrada por los hoy “amigos” elegidos como compañeros de ruta. La corrupción es muchas cosas. Amén de que también sea corrupción el robo de la gasolina.
Corrupción también es la compra de los respiradores tres veces más caros del precio que tienen en el mercado porque los vende el hijo de uno de los “amigos” perdonados. Corrupción es darle una palmada pública en la espalda a Bartlett a manera de encubrir la denuncia de sus muchas propiedades no declaradas. La corrupción no es solamente que no paguen impuestos los empresarios devenidos hoy en golpistas de tira cómica, porque quieren ser rescatados por encima de los millones de miserables a los que se entrega un plato de sopa, que se les escatimaba por los anteriores administradores de este país irredento.
Aunque también sea corrupción, por supuesto, el no pagar impuestos. Como corrupción es no hacer la reforma fiscal que obligue a los grandes empresarios a pagar esos impuestos.
Era corrupción el trapicheo entre amigos que en el Fonca se daba para favorecerse siempre entre los mismos. Pero también es corrupción el acabar con ese organismo para dar el dinero que ahí se manejaba para el rescate desde la SEP, al más puro estilo del Fobaproa, a las orquestas del “amigo” dueño de TV Azteca.
Corrupción es mentir, poniendo en manos de ex empleados de Monsanto, al servicio muy probablemente hoy de Bayer, la necedad de cumplir el capricho, al yanqui enemigo del mundo, de aplicar el Plan Puebla Panamá en México extendiéndolo a Centroamérica. Corrupción es destruir la Selva amén de que es criminal para el Planeta Tierra. Corrupción es el Corredor Transístmico, que cuenta en su haber con ejecutados políticos: como Samir Flores, quien, con los otros ambientalistas, también asesinados, van a pasar las facturas de las muchas deudas que se siguen acumulando en contra de las naciones indígenas.