Por José Ramón Cossío Díaz*
La crisis generada por COVID-19 ha puesto al descubierto descuidos y omisiones de distinta naturaleza. Para nadie es novedad saber de las ausencias y malas prácticas en diversos sectores de la salud. En los últimos meses nos hemos enterado de la falta de insumos, entrenamientos y capacitaciones. Sin embargo, otros asuntos igualmente complejos han quedado sin ser visibilizados.
En las leyes de profesiones vigentes en las entidades federativas de nuestro país, se dispone que para el ejercicio de la enfermería se requiere de título. Ni en la Ley General de Salud ni en su Reglamento en Materia de Prestación de Servicios de Atención Médica existen mayores determinaciones acerca del ejercicio de la enfermería. Éste se encuentra desarrollado de manera genérica en la “Norma Oficial Mexicana NOM-019-SSA3-2013, para la práctica de enfermería en el Sistema Nacional de Salud”. Esta disposición remite, a su vez, al contenido de otras 32 normas oficiales en las que se especifica lo que el personal de enfermería debe realizar en materias como hemodiálisis, planificación familiar, prevención y control de la tuberculosis, anestesiología, prevención y control de la infección por virus de inmunodeficiencia humana o tratamiento y control de la diabetes mellitus, entre muchas más.
La enfermería requiere diversos niveles de estudio y especialidad. Su práctica puede ir desde la prestación de un servicio simple hasta la realización de funciones complejas. Sin ellas el paciente quedará en estado de precariedad y los demás profesionales de la salud, médicos incluidos, sin la posibilidad de desarrollar su ciencia.
A pesar de su importancia, el trabajo realizado por el personal de enfermería de nuestro país, predominantemente femenino, lleva años sin ser reconocido. El número de personas incorporadas a esa actividad es claramente deficitario para las necesidades de antes y durante la epidemia de COVID-19. Los salarios percibidos por sus practicantes no corresponden con sus cargas profesionales y emocionales. Los programas para su capacitación y apoyo no están actualizados ni son generosos. Todo ello parece tener origen en la falta de valoración social a la actividad y a quienes la desempeñan. A diferencia de lo que sucede en países con sistemas de salud más robustos, la enfermería mexicana suele ser vista con desdén. Desconozco las raíces de esta visión, pero es evidente que ni la actividad ni su práctica se entienden relevantes. Tal vez sea porque equivocadamente se asume que el proceso de prevención de la enfermedad y recuperación de la salud descansa en la medicina, sin importar el conjunto de factores adicionales que la posibilitan.
Por diversas razones, desde hace tiempo he tenido la oportunidad de conversar con personas dedicadas a la enfermería. He sabido, por su propio relato, de las dificultades profesionales y personales de quienes atienden COVID-19 y otras enfermedades de nuestra población. De las agresiones que han sufrido. De la falta de apoyo en las condiciones en que laboran. Del poco reconocimiento que las autoridades sanitarias y la sociedad les damos.
Espero que muchas personas e instituciones podamos visibilizar la situación de la enfermería mexicana en tiempos de pandemia y de no pandemia. Me temo que al profundizar en ella encontraremos discriminación, acoso sexual y laboral, malos salarios y otros temas que debiéramos erradicar, desde luego para toda la población, pero también para aquella que, tan olvidada, tanto apoya a la población que ha perdido la salud y busca recuperarla. Nada más, pero nada menos.
Twitter: @JRCossio
*Ministro en retiro. Miembro de El Colegio Nacional