Opinión

Honremos a Morelos

Por Hugo Carbajal Aguilar

Recordemos a Don José Ma. Morelos y Pavón, un cura rural que, en estrecho contacto con su pueblo, se convirtió en el dirigente popular que la rebelión requería. Muchas son las lecciones que tendríamos que asimilar dejadas por este héroe epónimo justo ahora en estos tiempos aciagos en los que sobrevivimos.

Es justamente en él, en José Ma. Morelos, donde mejor puede observarse la confluencia de las ideas propias de la clase media con las que provienen de su contacto con el pueblo. De ahí su riqueza y su trascendencia.

Morelos no se limita a reivindicaciones políticas. Su agrarismo es claro. Suprime, por ejemplo, las cajas de comunidad para que los labradores “perciban la renta de sus tierras como suyas propias” y amenaza a los europeos con proseguir la guerra hasta que “a nuestros labradores no dejéis el fruto del sudor de su rostro y personal trabajo”.

En sus “Sentimientos a la Nación” esboza un nuevo sistema teñido de un humanismo igualitario y cristiano. Pide que los empleos sean para los americanos, que las leyes moderen “la opulencia y la indigencia”, que “comprendan a todos sin excepción de cuerpos privilegiados”…

Que la…“esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo las distinciones de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”.

La revolución tendería a un orden de igualdad y justicia social fundado en la abolición de privilegios, en la protección de los trabajadores y en la propiedad del labrador sobre la tierra… de modo “que nadie enriquezca en lo particular y todos queden socorridos en lo general”.

Un verdadero… un auténtico y radical cambio. La política en sí debería ser coordinación de hombres e intentos para lograr  el bienestar de la colectividad. Esto es la política con mayúsculas. Y en este sentido, no podría existir otra visión política de las cosas que dar de comer al hambriento, de beber al sediento, abrigo a los desvalidos y casa a los sin techo. Es decir, se presenta aquí la voluntad de servicio, la generosidad, la verdadera solidaridad entendida como la del fuerte al débil. No se entiende, no podría entenderse, como voluntad de poder. Todavía más: no podría decidirse en vista de una multiplicación del dinero, sino de la liberación de los oprimidos.

Podríamos pensar aquí en la vocación política tan distinta y tan distante de la ambición de poder. Podríamos pensar aquí en Pedro Antonio, cacique de la tribu Ye’cuana en la selva amazónica que, desnudo, con un simple pedazo de tela roja que ciñe sus caderas, impone a su tribu su poderosa personalidad sin gritos, sin armas, con poquísimas palabras. Podríamos preguntarnos aquí cuáles serían los primitivos, si nosotros, que tenemos necesidad de tantas amenazas y de tantos signos de poder, o estos hombres cuya tremenda impasibilidad, recuerda a la de los espartanos y que mantienen un orden perfecto, un ritmo de trabajo ordenadísimo, un nexo de unidad entre ellos, únicamente con la guía de este hombre pacífico que, vestido con su guayuco, como todos los otros, los mira sereno fumando en su hamaca.

Este es el cambio, el negarse a ejercer el poder por el poder. El poder que obnubila, que obscurece las mentalidades, que endurece los corazones. El poder que llega a nosotros con un sentido peyorativo: que indica una relación siervo-patrón, explotado-explotador, una relación vertical de dominio y de esclavitud. Una relación que engendra rivalidad y de la que se desprenden en su mayor parte los conflictos.

Y así aparecen en el recuento de los daños los problemas sociales más acuciantes derivados de la terrible sensación –ahora evidente–del abandono de la política, mejor dicho, de la ignorancia en el manejo de la política y de la arrogancia sin límites en el ejercicio del poder.

–Ayotzinapa y Atenco como heridas que no cierran…

–Y Oaxaca, con Ulises Ruiz; Coahuila, con Humberto Moreira; Veracruz y Chihuahua, con los Duarte; Quintana Roo; y Nayarit… que enfrentaron a la estupidez hecha gobierno.

Recuérdese que nadie favorece más al triunfo de una idea como quien trata de sofocarla por medios violentos.

O el poder político es servicio para la liberación de los oprimidos o es tiranía…

O es expresión de la máxima “alteridad” o es expresión de un egoísmo feroz y agresivo…

Y todos los actos políticos que pueden parecer buenos, prudentes, sabios, están viciados por esta opción de fondo. No podría identificarse a la política como política cuando sólo tiende a acrecentar el poder económico de algunos grupos que incrementan su peculio con estupendos negocios, amparados bajo la sombra del ejercicio del poder. La política como negocio ofende a las conciencias, insulta los sentimientos populares, degrada el sentido humano de su ejercicio. El canto de las sirenas del Mercado logra que, esas castas orejitas libidinosas, cedan a sus encantos.

La lucha de los obreros en general y la lucha de los campesinos que sólo reciben ayudas caritativas frente al embate de los productores norteamericanos subsidiados, esos sí, por su propio gobierno mentiroso que no cumple los compromisos firmados en el Tratado. Hacia todas ellas y ellos debe extenderse nuestro abrazo solidario y nuestro compromiso fraterno…y revolucionario. Así, sin ambages.

Se trata pues de rehacer la relación, la relación política para vivirla profundamente con quienes nos obligan a ser lo que somos. Que no nos vean por lo que representamos, por lo que creemos ser, sino por lo que somos. Establecer una relación que no cosifique, que no someta, que no infunda miedo y –ergo– que no suscite reacciones de violencia.

Tal vez podamos ubicarnos conscientemente en la posibilidad de ejercer esta tarea comprometida,  como servicio, no con arrogancia –que siempre ha sido una máscara del miedo–, sino con la sencillez que caracterizó a Don José Ma. Morelos, prócer que le da nombre a nuestra entidad, quien, en todo momento de su heroica vocación libertaria, siempre se consideró SIERVO de la NACIÓN.