Por Guillermo Fabela Quiñones
Con la lucidez que lo ha caracterizado durante su larga trayectoria pública, Porfirio Muñoz Ledo puso el dedo en la llaga sobre la herida que pone en riesgo el futuro de la Cuarta Transformación (4T): el nulo papel que ha jugado Morena en estos dos primeros años del régimen que preside Andrés Manuel López Obrador, organización que aún no logra convertirse en partido ni mucho menos en el escudo vanguardista que necesita el pueblo para continuar su lucha por implantar la democracia en el país.
En entrevista con La Jornada, puntualizó: “Lo que nosotros pensamos es que es el turno de organizar el partido, definir claramente su plataforma… no llegó para un sexenio, sino para ser la fuerza política de la presente década y periodo de la vida nacional”. Como se aprecia por sus palabras, pese a su edad avanzada (también por lo mismo) es el único con autoridad intelectual y moral para dirigir la transición que necesita Morena en esta etapa crucial de la vida política de México.
Es correcto su planteamiento de que “un partido que se dice de izquierda tiene que reconocerse de izquierda”. El papel que le corresponde en esta hora de definiciones, afirma, es “empujar ideológicamente con movimiento de bases y debate”. Ni qué decir tiene que ha estado ausente en ambos compromisos, lo cual se explica porque el Presidente marcó un franco distanciamiento con su partido, al precisar que como jefe del Ejecutivo gobierna para todos los mexicanos.
Con este comportamiento inédito, vino a romper con la tradición de que el partido en el poder obedecía las directrices de la Presidencia de la República. Como ahora no las hay, es preciso que la dirigencia de Morena entienda el imperativo de actuar como mecanismo bisagra entre la sociedad y el Ejecutivo, sin esperar lineamientos de Palacio Nacional, sino ser el impulsor de las aspiraciones progresistas de las clases mayoritarias, aun en contra de las decisiones coyunturales del mandatario cuando no convengan al proyecto fundamental de apuntalar la Cuarta Transformación.
Esto lo entiende dialécticamente Muñoz Ledo, lo que lo ubica muy por encima de los otros contendientes por liderar a Morena, quienes sólo ven el escenario corto e inmediato de un proceso que sólo tiene sentido si abarca el largo plazo, como sin duda lo es la edificación de un país con instituciones acordes con la urgencia de superar el inmovilismo de la sociedad, el conservadurismo y corrupción de las élites, el uso de las instituciones con un fin patrimonialista. Muñoz Ledo es ajeno a esta realidad innoble, está más allá del bien y del mal y sería una lamentable inconsecuencia no aprovechar su sabiduría, experiencia y anhelo de aportar sus cualidades a un proceso histórico irrepetible que está en peligro de naufragar.
El sistema de partidos en México se corrompió a partir de la reforma política de Jesús Reyes Heroles, quien como el brillante conservador que era tenía muy claro que el camino del dinero era el mejor para controlar a la oposición, cuando la había y mostraba voluntad real para enderezar el rumbo antidemocrático que llevaba el régimen de la Revolución Mexicana. De ahí que sea muy oportuna la advertencia de Porfirio de que “el partido se puede deformar y hasta corromper por el uso del dinero”.
Lo están los otros partidos, que lo son porque cumplen un objetivo electoral y funcional al sistema reaccionario que se instauró en 1983, no porque luchen por una transformación del Estado con un sentido democrático. Dentro de las filas de Morena hay quienes tienen esa visión oportunista, quienes pretenden adelantar la sucesión presidencial para ser ellos los que manejen la estructura política en el próximo sexenio, lo cual fue señalado por Muñoz Ledo. Es vital neutralizarlos.
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