Opinión

Un país de indignados

Por Jorge Zepeda Patterson

Imposible saber si la rijosidad de López Obrador es por diseño o es producto de su temperamento. ¿Cálculo político o rasgo de personalidad? ¿Se trata de una combinación de ambas? Quizá las andanadas de cada día en contra de sus adversarios sean producto de su carácter y de una trayectoria de opositor de tantos años, pero también de la creencia de que su belicosidad sirve a sus propios intereses de alguna manera. Lo cierto es que el Presidente dedica buena parte de cada mañanera a denostar al neoliberalismo, a los regímenes anteriores, a los intelectuales orgánicos que lo critican, a los empresarios y exfuncionarios corruptos, a la prensa adversa y especialmente al diario Reforma.

Hay quienes consideran que el Presidente sale beneficiado de esta cruzada implacable suya en contra de todo y todos los que no están a favor de los pobres. Y sí, sin duda denunciar la corrupción o los excesos de los expresidentes, descalificar a sus críticos con adjetivos llamativos, subir a la picota a los adversarios “del pueblo” hacen a López Obrador más popular entre los suyos. Pero también lo hace más impopular entre los que no lo son. Su categórico planteamiento: “si no estás con la 4T estás en contra de ella” es un llamado que obligaría a todos los mexicanos a decantarse. Sin duda eso galvaniza e intensifica el fervor de sus partidarios y les obliga a cerrar filas; pero cerrar filas también conduce a cerrárselas a los que no sean incondicionales. ¿Qué sucede con aquellos que están de acuerdo con algunos aspectos de su Gobierno pero no con otros?

Muchos mexicanos están encantados con un Presidente capaz de exhibir los trapos sucios de los poderosos que hasta ahora habían actuado impunemente. Si los tiempos no son propicios para que la 4T cumpla cabalmente las expectativas populares, al menos puede darles la satisfacción de hablar desde los resentimientos y exasperación de los muchos que durante décadas han sido víctimas. No han dejado de serlo, pero se están dando el gusto de que sean señalados con el dedo aquellos a los que consideran sus victimarios.

En ese sentido la belicosidad del Presidente podría ser también un estrategia calculada. Mientras fustigue a los “enemigos del pueblo” tendrá el apoyo de las mayorías que se siente reivindicadas, al menos verbalmente. Una consulta popular sobre la posibilidad de un juicio a los expresidentes puede no tener un sentido jurídico, pero tiene una lógica política impecable: genera el entusiasmo de aquellos que a lo largo de los sexenios percibieron la manera en que se gobernó a favor de los de arriba, lo cual no es poca cosa.

Al corto plazo la estrategia rinde frutos siempre y cuando el Presidente lleve bien el saldo de sumas y restas. Pierde el favor de los moderados, pero aumenta el fervor de sus simpatizantes. Supongo que en sus propias encuestas y sondeos AMLO asume que el balance sigue siendo positivo. Sin embargo, al mediano y largo plazo tal estrategia entraña un peligro mayor. La polarización que resulta podría provocar una inestabilidad intolerable. Sostener su popularidad mediante la crispación política puede traducirse en una multiplicación de los focos de conflicto. Lo mismo que propicia un aumento del fervor de los suyos provoca la frustración creciente de los que no están de acuerdo con él. Y la frustración y la molestia, aguijoneada por las provocaciones del Presidente, pueden conducir a la exasperación movilizante.

Hay mucho de manipulación en la toma de presas o en el bloqueo de vías férreas, y ciertamente hay agendas impresentables en las protestas de grupos que han perdido privilegios (Antorcha Campesina, por ejemplo), pero también es cierto que cada vez hay más personas enojadas, convencidas de que la razón de su enojo es legitima. Una cosa es una desaprobación de 40 por ciento entre la población y otra muy distinta que dentro de ese 40 por ciento muchos estén cada vez más enfurecidos. Son cifras que no modifican los resultados electorales y no ponen en riesgo el dominio de Morena, pero potencialmente pueden condenar al país al estancamiento y, eventualmente, a la ingobernabilidad. Las mujeres que se encadenan y toman por tiempo indefinido a la CNDH o los agricultores que paran una presa pasando por encima de la Guardia Nacional responden a reivindicaciones puntuales (familiares desaparecidos y agua, respectivamente), pero detrás de esa exigencia, alimentada sin duda por otras agendas, hay un contexto de descontento con el estado actual de los asuntos públicos y el convencimiento de que el diálogo u otras vías políticas carecen de sentido. Cuando mucha gente comienza a pensar así suelen proliferar las rupturas del tejido social. Caminos tomados, casetas de autopistas incautadas, invasiones y parálisis. Estos días se informó que el costo del bloqueo de vías férreas en Michoacán ascendía a más de 100 millones de pesos, en detrimento de la agricultura y la industria regional. Aún mayor ha sido el daño provocado por las protestas yaquis en las carreteras y gasoductos de Sonora. Por desgracia da la sensación de que esto apenas comienza.

Cada vez que el Presidente exhibe como ejemplo para el mundo su estrategia contra la pandemia o sostiene que el suyo es el mejor Gobierno, acusando de corruptos a los que no piensen igual, provoca dos cosas: entusiasmo en los conversos e indignación en quienes lo desaprueban. Una indignación que, en la medida en que crezca, habrá de engancharse a la primera reivindicación que le pase por enfrente y conducirá a una acción de protesta.

En lo personal estoy convencido de la necesidad de un Gobierno que vea por los pobres y combata los excesos y privilegios de las élites y en ese sentido volvería a votar por López Obrador. Pero es desesperante ver al Presidente de la esperanza dedicado cada mañana a quejarse de sus adversarios, a lamentarse de la portada de un periódico, a demostrar que ha sido tan criticado como Madero, a devolver los golpes y desacreditar a sus críticos. A dos años de Gobierno el tiempo del diagnóstico ya pasó, ahora se necesita un líder capaz de convocar a propios y extraños a abrir nuevos caminos, a sumar voluntades y no a dividirlas, a convencer para vencer resistencias, no ha quejarse de ellas. Un Presidente que da rienda suelta a su indignación indignando a sus contrarios terminará entrampado en la polarización. Nos estamos convirtiendo en un país de indignados, sea cual sea el bando, y eso está a un paso de la inestabilidad.

@jorgezepedap

(Sin Embargo.mx)