Opinión

DEA, CIA y FBI operaron en México para cazar y atrapar

Por Dolia Estévez

Cuando los ojos y oídos del vasto aparato de escuchas de las agencias estadounidenses localizaron a Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera en un remoto humedal de aves migratorias en el sur de Baja California en 2013, lo que siguió no fue informar al Gobierno de México sobre el hallazgo, como procedía, sino debatir internamente cuál de las dependencias mexicanas era la menos corrupta para invitarla a realizar la captura.

La Policía Federal fue la primera en ser descartada debido al legado de narco-corrupción que dejó Genaro García Luna. El FBI y la CIA favorecieron al Ejército, como suelen hacerlo. Pero, así como el FBI y la CIA no confiaban en la Policía Federal, la DEA no confiaba en el Ejército. El Servicio de Alguaciles y otras agencias propusieron a los marinos, por su fama de valientes y habilidosos. Sin embargo, había un problema. Capturar a Guzmán Loera conllevaba el riesgo de enfrentar a la Secretaría de Marina con el liderazgo civil. La protección al líder del Cártel de Sinaloa venía de la alta jerarquía del Gobierno de México. No obstante, cuando la DEA les ofreció la delicada tarea de capturarlo, los marinos aceptaron sin titubear.

Víctor Vázquez, jefe de la estación de la DEA en México, acompañó a los marinos a la base naval en La Paz de donde lanzarían el operativo que bautizaron “Duck Dynasty” (Dinastía de patos), debido a que estaba cerca de un club de cacería de patos. El trabajo de Vázquez era comer, dormir y desplazarse con los marinos. Entrenó con la unidad. Descendió en rappel de los helicópteros Blackhawks con ellos, les ayudó a analizar las señales de los drones que cubrían la zona donde ubicaron al “Chapo” y compartió la erudición acumulada de las máquinas de intercepción y hackeo para construir lo que llamaba “manual de inteligencia de captura”.  Para efectos prácticos, Vázquez, mexicoamericano oriundo de Durango, era el encargado de la seguridad del operativo. Todo en territorio nacional.

Pero por más impresionante que fuera la inteligencia de los estadounidenses, no pudieron con los métodos de contra espionaje y con la red de espías gubernamentales de Guzmán. Los recursos y el equipo del “Chapo” rivalizaban con los de las organizaciones terroristas más sofisticadas del mundo. Unos días antes del ataque, planeado para enero de 2014, las escuchas captaron señales de que el cártel sabía de “Duck Dynasty”. La misión fue abortada. “El Chapo” ganó la jugada. Una vez más.

El relato inédito proviene del nuevo libro “El Jefe The Stalking of Chapo Guzmán” (“El Jefe, el acecho al Chapo Guzmán”), de Alan Feuer, corresponsal de The New York Times que se dio a conocer en México por su puntual cobertura y tuits en tiempo real sobre el juicio del famoso capo en Nueva York. De 235 páginas, editado por Flatiron Books, el texto se centra en el maratónico trabajo de inteligencia para capturar al “Chapo” por parte de un selecto grupo secreto de agentes del FBI, la DEA, la CIA y el Servicio de Alguaciles conocido como la “coalición”.

Precursores del esfuerzo fueron Stephen Marston y Robert Potash, agentes del FBI en Nueva York. Ray Donovan, de la División de Operaciones Especiales de la DEA, unidad secreta a cargo de las escuchas de narcos, fue el enlace con los agentes en México. Feuer detalla cómo interceptaron y hackearon las comunicaciones del círculo íntimo de Guzmán: lugartenientes, guardaespaldas, esposa y amantes. El equipo, que operó mayormente al margen de las autoridades mexicanas, estaba obsesionado en aprehenderlo. Si no lo hicieron antes fue por la corrupción mexicana.

Entre 2009 y 2016, la “coalición” planeó siete capturas: Los Cabos, dos en Tepic, redada en Culiacán liderada por la CIA, “Duck Dynasty” en La Paz, el arresto en el Hotel Miramar en 2014 que terminó en su fuga del Altiplano en 2015 y la última en Los Mochis en 2016. Con excepción de dos, el resto fracasó porque huyó antes o porque las misiones fueron abortadas. El gran obstáculo, dice Feuer, era la corrupción en el Gobierno de  México.

“Encontrar a Guzmán, como bien sabía la DEA, siempre fue la parte fácil. Las comunicaciones eran tan esenciales para su operación que siempre había inteligencia de vigilancia que indicara su paradero. La parte más difícil… debido a la corrupción en el gobierno, era decidir a quién confiar su detención entre las agencias policíacas locales”, escribe Feuer.

No fue hasta el “Operativo Tercer Strike”, que produjo su detención en 2016, que fi nalmente el CISEN se involucró. “El Chapo” se había vuelto a fugar del Altiplano por un túnel un año antes, lo que no sólo humilló a Enrique Peña Nieto sino puso en evidencia la colusión de su gobierno con los cárteles. Sorprendidos de que cada pista que desarrollaban ya la tenían los mexicanos, eventualmente la “coalición” se percató que el CISEN tenía un arma secreta: el poderoso programa de espionaje de tecnología israelí, Pagasus. No escatimó en usarlo para dar con “El Chapo”.

La obra de Feuer afirma el amplio campo de maniobra de las agencias estadounidenses en México. Deja pocas dudas de que la ubicación y eventual detención del “Chapo” fue, principalmente, obra de persistencia de Estados Unidos. Si bien policías extranjeros por Ley no pueden hacer arrestos y andar armados en territorio nacional, sabido es que los agentes de la DEA invariablemente portan armas cuando acompañan a los mexicanos en operativos de detención de altos blancos. El Gobierno mexicano se hace de la vista gorda.

Como escribí en este espacio, tres presidentes consecutivos –Fox, Calderón y Peña Nieto– dieron órdenes de que los agentes de la DEA, el FBI, la CIA y el ICE, operaran en México con toda libertad (“Academia de la DEA, fábrica de agentes dobles”, 17/03/2020, SinEmbargo). Feuer menciona los presuntos narco pagos a García Luna y Peña Nieto que testigos protegidos sacaron a colación en el juicio de “El Chapo”. Son parte de la acusación criminal contra García Luna en la corte en Nueva York. La versión sobre Peña Nieto no ha sido corroborada.

Lo que el reportero neoyorquino sí corroboró fue la penetración del narco en la Unidad de Investigaciones Sensibles (SIU), de la Policía Federal, cuyos integrantes fueron entrenados en la academia del FBI en Quántico y aprobaron los exámenes de confianza que la DEA les aplicó. Feuer cuenta que, tras los intentos fallidos por capturarlo en Los Cabos y Tepic, la DEA empezó a dudar de la SIU, su contraparte en la Policía Federal. El FBI asignó a investigarla a un alto funcionario en 2013. A fines de ese año, la investigación confirmó las sospechas.

“La SIU y la Policía Federal podrían ser descritas como el brazo uniformado de la aplicación de la ley de la organización de Guzmán”, escribe Feuer. Las sospechas del FBI se confirmaron años después con el encarcelamiento de Iván Reyes Arzate, acusado de espiar para los Beltrán Leyva, al mismo tiempo que era jefe de la SIU, y la detención de García Luna, responsable máximo de la SIU y fundador de la Policía Federal, por delitos graves relacionados al narcotráfico.

Feuer no alcanzó a incluir las acusaciones recientes contra Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño García, también altos mandos de la Policía Federal y hombres de confianza de la DEA. El autor no explica cómo fue que la DEA no se enteró que estaba en la cama con el enemigo. Feuer basa su relato principalmente en tres fuentes: entrevistas para atribución con funcionarios estadounidenses que dirigieron el espionaje electrónico, la transcripción completa de las 12 semanas del juicio y miles de páginas de récords de investigación de los casos de Guzmán y relacionados, muchos de ellos inéditos. El libro carece de declarantes mexicanos. Procuró hablar con algunos de los protagonistas en México, pero, anota, casi todos declinaron.

El libro consigna el papel de la CIA y la NSA en la persecución de Guzmán. Uno de los operativos fallidos en Culiacán, del que casi nada se sabe, lo dirigió la CIA. Ambas declinaron peticiones de información a través de la Ley de Transparencia estadounidense.

“El papel de la CIA en el caso de El Chapo está enterrado en expedientes secretos… miles –quizá decenas de miles– de documentos en montones de casos relacionados al capo y sus colaboradores permanecen bajo sello al día de hoy. Contienen el equivalente a la historia no contada de la guerra a las drogas en México”.

“El Jefe” de Alan Feuer, disponible en español sólo en audio, no es un libro sobre la narco-corrupción en México; tampoco un análisis sobre la guerra fallida contra los cárteles, mucho menos la historia del narcotráfico. Es el trabajo periodístico de un reportero especializado en procesos criminales que, con fuentes privilegiadas, incurre en el oculto mundo del espionaje cibernético que presidió la captura de Joaquín Guzmán Loera. El resultado es un relato absorbente tipo thriller policíaco basado en la vida real.

El acecho del “Chapo” es un botón de muestra de la injerencia histórica de las agencias de espionaje estadounidenses en México, desde el “procónsul” Winston Scott hasta la fecha. Mientras que, en la guerra fría, el espionaje se conducía desde un cuarto secreto en la Embajada de Estados Unidos en México, en la actualidad se realiza a través de un amplio menú técnico que incluye máquinas de escucha y descifrado de comunicaciones encriptadas, hackeo de sistemas informáticos, drones de monitoreo en tiempo real, aviones espías en cielos mexicanos y cheques en blanco para interferir teléfonos de objetivos seleccionados en territorio mexicano, siempre y cuando sean autorizados por un juez estadounidense… por aquello de que México es un país soberano.

Twitter: @DoliaEstevez