A siete días del traspaso de poderes, las autoridades estadounidenses están en estado de alerta ante el potencial de que los sediciosos seguidores de Donald Trump vuelvan a intentar un asalto contra el Capitolio, como el que dejó cinco muertos, incluido un policía, la semana pasada.
Chats en WhatsApp y Signal, y sitios oscuros en el Internet y Parler, están invocando a la llamada “marcha del millón de milicianos” para tratar de sabotear la toma de posesión de Joe Biden el 20 de enero. “Tomamos el edificio una vez, podemos hacerlo otra vez”, dice un usuario en referencia al ataque al Capitolio. Aconsejan llevar bats, vestimenta blindada y rifles de asalto. Parler, aplicación similar a Twitter favorecida por los extremistas, fue suspendida el lunes.
Un escenario de sangre es tan real como el hecho de que Trump dejará la presidencia sin reconocer su derrota y negándose a presenciar la transferencia de poderes dando credibilidad a la posibilidad de violencia. Será el primer presidente saliente en 152 años en violar una regla de civilidad política no escrita. La ceremonia de juramento tomará lugar precisamente en las escalinatas en el Capitolio que asaltaron los terroristas.
Tras el más sorprendente lapso de seguridad en la capital estadounidense, la alcaldesa Muriel Bowser pidió al Departamento de Seguridad Interna adelantar una semana el despliegue del plan de seguridad previsto para el día previo a la toma de posesión de Biden. No ha respondido.
Autoridades federales creen que la invasión del Capitolio pudo haber resultado en una masacre. El fin de semana, acusaron a un hombre de Georgia de amenazar asesinar a Nancy Pelosi, presidente de la Cámara Baja. “Voy a poner una bala en su cabeza en televisión en vivo”, escribió. Afuera, se observaba una gran horca con la soga preparada. “Que les corten la cabeza”, decía una pancarta. El lunes, dos hombres que llevaron esposas de plástico a la toma del Capitolio, con la aparente intención de tomar rehenes, fueron arrestados. El FBI ha arrestado a 15 sediciosos y recibido 40 mil pistas.
El riesgo de venerar a un profeta de las mentiras es que tarde o temprano la verdad se impone.
El asalto al Capitolio se dio en momentos en que se celebraba una sesión conjunta del Senado y la Cámara Baja para certificar el resultado del Colegio Electoral que dio el triunfo a Biden. Presidida por el vicepresidente Mike Pence, la sesión fue interrumpida por la invasión de sediciosos que creen las mentiras de Trump sobre un inexistente fraude electoral. Los legisladores fueron evacuados a lugares seguros minutos antes de que los terroristas irrumpieran en el pleno de sesiones.
El Pentágono, a cargo de burócratas leales a Trump, tardó tres largas horas en autorizar el despliegue de fuerzas antimotines y refuerzos de la Guardia Nacional. ¿Cómplices? Mientras, completamente rebasada, la Policía del Capitolio, que no está entrenada para enfrentar ataques de esa magnitud, veía a uno de los suyos caer golpeado fatalmente con un extinguidor de fuego. Murió dos días después.
Quizá los terroristas no hubieran podido ingresar a la catedral de la democracia sin lo que parece ser una quinta columna en las fuerzas de seguridad; sin un enemigo interno en las propias instituciones. En los últimos años, elementos en las fuerzas armadas y del orden público han sido radicalizados por la retórica incendiaria de Trump. Muchos son veteranos de las guerras, como la mujer que murió en el ataque, con experiencia de combate y con fácil acceso a las armas de fuego.
La alcaldesa de Washington dijo que los asaltantes estaban bien organizados y entrenados. Un policía metropolitano de Washington escribió en Facebook que vio cómo algunos insurgentes presentaban sus credenciales de agentes del orden para abrirse paso. La gran mayoría vino de fuera.
Temiendo que agentes del Servicio Secreto tengan lealtades divididas, el equipo de transición de Biden mandó llamar a agentes de su confianza jubilados, que lo protegieron cuando fue vicepresidente, para que se hagan cargo de su seguridad y de la vicepresidenta electa Kamala Harris.
La capital estadounidense está tomada. El Capitolio y la Suprema Corte de Justicia cercados con vallas metálicas de más de dos metros de altura y retenes de cemento. Elementos de la Guardia Nacional postrados en cada esquina. Calles céntricas cerradas. El aire que se respira tiene el tufo de los días posteriores a los ataques terroristas en 2001. Esta vez los terroristas son internos. La democracia estadounidense asediada.
Twitter, que cerró indefinidamente la cuenta de Trump por considerar que instigó el asalto, denunció la posibilidad de que haya más violencia. La empresa acusó a Trump de “glorificar” la violencia y alertó que en Twitter y otras plataformas se está planeando un “segundo ataque” contra el Capitolio y en las capitales de varios estados a partir del 17 de enero.
Los reglamentos internos para usuarios de Twitter prohíben explícitamente incitar a actos violentos y “glorificar” la violencia. La decisión de la poderosa empresa, que siguió el ejemplo de Facebook e Instagram, fue aplaudida en Estados Unidos. Algunos le reprocharon no haberlo hecho antes.
Expulsar a Trump de las plataformas de Twitter, Facebook e Instagram no viola la letra de la Primera Enmienda de la Constitución sobre libre expresión, que protege el derecho de la ciudadanía ante la censura de los gobiernos. No aplica a las empresas privadas. Sí contradice el principio de libre expresión, pero no es ilegal. Sería ilegal si el que censura es el gobierno.
Bienvenido el debate sobre la necesidad de acotar el enorme poder de decisión en el discurso público en manos de un puñado de multimillonarias corporaciones–Twitter, Facebook, Amazon, Apple, Google y Yahoo. Hacerlo requerirá reformar la ley de 1996 que facultó a las empresas privadas moderar el discurso en sus plataformas sin intervención del gobierno.
El consenso en Washington es que Trump cruzó la línea por lo que debe ser castigado. La Cámara Baja, liderada por Pelosi, votará para fincarle cargos por “instigar la insurrección” en un juicio político que el Senado, todavía con mayoría republicana, seguramente no secundará. Con todo, acusarlo políticamente por segunda vez enviará el mensaje de que nadie, menos el presidente, está por encima de la ley.
Trump pronto se irá, pero las huestes racistas que empoderó a través de Twitter se quedarán. El reto del Partido Republicano, que Trump secuestró, será poder incorporarlas a sus filas. Des radicalizarlas. Serenarlas.
La embestida contra el templo de las libertades cuestionó el llamado “excepcionalísimo americano”. La teoría de que Estados Unidos, es inherentemente superior a otras naciones debido a una ideología “americana” basada en la libertad, igualdad ante la ley, responsabilidad individual, republicanismo, democracia representativa y economía capitalista laissez-faire. Al país que aspira a ser la “ciudad brillante en la cima de la colina” se le torcieron las líneas del destino.
Por: Dolia Estévez