La disfuncionalidad histórica en las relaciones entre las américas (Estados Unidos e Iberoamérica) figura entre las mayores calamidades padecidas por la América Latina; no obstante, la actual coyuntura hemisférica pudiera ser el inicio de un período de “estado de gracia” en los cuales las mayores aspiraciones pudieran hacerse realidad.
La metáfora alude al contexto político con potencial para que, por primera vez, los Estados Unidos y los círculos moderados y avanzados de la política latinoamericana, incluyendo a Cuba, que sobrelleva la contradicción bilateral más intensa, logren aproximaciones.
Un fenómeno así, pudiera tener alguna oportunidad debido a que, al mismo tiempo que en América Latina hay un rebrote progresista y en la Isla una corriente interesada en implementar reformas, en Estados Unidos, los liberales derrotan a la ultra derecha en todos los ámbitos y, según su nuevo presidente: “Estamos en una batalla por el alma de esta nación…” Lo cual obviamente implica nuevas estrategias y políticas, no solo internas.
La vigencia de la dependencia latinoamericana en la cual además de hechos y realidades abrumadoras que, como asumiría Franz Fanón, tiene componentes psicológicos, hace que constantemente los latinoamericanos especulemos y nos preguntemos acerca de cómo será o debería ser la política de los Estados Unidos hacia América Latina, aunque pocas veces se alude al inverso, es decir a cuál debería ser la política latinoamericana hacia Estados Unidos.
Al respecto, mostrando dotes diplomáticas que no había ejercitado, aprovechando un fugaz momento favorable en la correlación de fuerzas políticas, con un enfoque política e ideológicamente pragmático, el entonces presidente cubano, Raúl Castro, explotando al máximo las potencialidades de una coyuntura, de la cual formaba parte la posición realista y constructiva Barack Obama, auspiciando la idea de la “unidad de lo diverso”, avanzó en negociaciones con el presidente estadounidense a quien, en La Habana alzó el brazo como se hace con los vencedores.
El gesto obedece al hecho de que ambos, Barack Obama y Raúl Castro fueron vencedores de prejuicios ancestrales y con honestidad y valentía política sobrepasaron las barreras dejadas por la Guerra Fría y avanzaron hasta donde las circunstancias lo permitieron. Ninguno pudo prever la insólita victoria de Donald Trump ni la degeneración política a la cual condujo.
Aunque enrarecidas por la pandemia que prevalecerá sobre cualquier otro asunto, las tendencias emergentes en las políticas de Estados Unidos y América Latina en las cuales parecen incorporarse elementos de racionalidad y moderación, pudieran favorecer nuevas visiones positivas de todas las partes.
Para avanzar en las direcciones correctas, además de objetivos claros que no pueden ser maximalistas, es preciso, no solo diseñar nuevas estrategias, sino también contener a las fuerzas que, con diferentes excusas, se oponen a avances que inevitablemente serán lentos, difíciles y estarán plagados de tensiones, incluso de retrocesos. Tales fuerzas no sólo están presentes en Miami y Washington, sino que se les descubre en latitudes donde no deberían tener oportunidades.
El momento es nuevo y precisa de nuevas ideas y actitudes, como el “arte efímero” se trata de oportunidades que no duran para siempre. No por gusto la ocasión se pinta calva. Allá nos vemos.
Por Jorge Gómez Barata