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En su primer tramo (1952-1961) la Revolución Cubana trazó una estrategia expuesta por Fidel Castro en “La Historia me Absolverá” que trascendió el derrocamiento de la dictadura de Batista y esbozó un plan de desarrollo nacional. “El problema de la tierra…la industrialización…la vivienda…el desempleo…la educación y…la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”.

A partir de aquel enfoque no comprometido doctrinariamente (excepto las referencias a José Martí), sin vínculos internacionales y, que no aludía el cambio de sistema social, Fidel Castro logró un consenso nacional del cual, ante las primeras pruebas, los elementos la burguesía y la oligarquía que se había sumado a la lucha anti batistiana se apartaron, sumándose a los designios imperialistas.  

Lo que no pudo preverse entonces fue la temprana hostilidad de los Estados Unidos cuyos líderes, principalmente Eisenhower, vencedores en la II Guerra Mundial apostaron por el bloqueo y las soluciones militares. Fidel, Raúl, Che Guevara y otros comandantes, que también venían de ganar una guerra popular, aceptaron el desafío. En ese proceso supongo un papel significativo de los cuadros del antiguo partido marxista cercanos a la Unión Soviética que, en fecha temprana sumó un poderoso elemento a la confrontación.

La alianza político militar con la Unión Soviética que aportó a Cuba una asistencia económica y militar sin la cual no hubiera sobrevivido, realizado sus políticas sociales ni gestionado la intensa actividad externa, fue asumida por Estados Unidos como pretexto y dio lugar a una dinámica en la cual la liquidación del proceso cubano era vital para su seguridad nacional y para la seguridad hemisférica. La expulsión de la Isla de la OEA, Bahía de Cochinos (1961) y la Crisis de los Misiles (1962) fueron eventos definitorios.

Sostenida por el apoyo popular, apoyada políticamente y asistida por la URSS, la Revolución Cubana homologó su proyecto a los cometidos del socialismo real, adoptando sus metas estrategia. Con ese fin, asumió el modelo económico y la institucionalidad común en ese modelo.

En 1975, ocurrieron dos eventos trascendentales, la autocrítica de Fidel Castro a los “errores del idealismo” en el Primer Congreso del Partido y la certificación por aquel evento, a la copia del modelo económico y político, así como de la superestructura y las prácticas ideológicas y culturales del socialismo real, lo cual estuvo fuertemente matizado por un liderazgo legítimo, autóctono y definidamente independiente. 

Cuando, debido a deficiencias estructurales, los modelos socialistas instalados en Europa Oriental y la Unión Soviética, hace ya 30 años, en 1991 colapsaron, junto a la resistencia frente al bloqueo, la agresividad imperialista, en medio de la peor crisis económica de su historia, Cuba inició un inevitable proceso de reformas.

El primer tramo consistió en la reforma constitucional de 1992, mediante la cual se abandonó el ateísmo y se adoptó el estado laico, se legisló para introducir la elección directa de los diputados, facilitar la inversión extranjera, permitir el trabajo por cuenta propia y otras medidas. Por su parte, el Partido depuso las objeciones que impedían el acceso a sus filas de creyentes y personas sexo diversas. 

Aunque de modo inconstante, a lo largo de 30 años, la necesidad de reformas, ha estado vigente, expresándose en la urgencia de alcanzar niveles razonables de autarquía y eficiencia económica. No obstante, los temores de que al romper con dogmas, estructuras económicas, institucionalidad y prácticas obsoletas, se dañe el consenso nacional y se abandone el modelo socialista han prevalecido. La opción ha sido remendar el modelo soviético cuya vigencia impide avanzar hacia una variante próspera y sostenible del socialismo. 

Asumir la opción socialista, incluso copiar el modelo soviético no fueron errores de la Revolución, lo erróneo ha sido preservar una estructura económica obsoleta y un modelo inviable de socialismo que, probablemente favorezca más las políticas imperialistas basadas en el bloqueo que una apertura interna que pudiera deslegitimarlo y restarle eficacia.

El VIII Congreso del Partido parece otra oportunidad… Allá nos vemos.

Por Jorge Gómez Barata  

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