Opinión

El miedo avanza en el mundo a galope como respuesta a la pandemia y el Estado se consolida como factor central para garantizar nuestra seguridad. Pero conlleva una tensión innata: por cada síntoma de resistencia a la pandemia, incluidas las cadenas de suministro de alimentos, el sistema financiero y la ciencia e investigación, ha habido síntomas de fragilidad estructural, social y geopolítica.

Pocas naciones, si es que alguna, saldrán indemnes, no porque el virus estuviera fuera de control sino porque la mayoría de los gobiernos no ejercieron el liderazgo debido y sus ciudadanos la autodisciplina social necesaria para controlar la pandemia hasta que las vacunas estuviesen plenamente disponibles.

Covid-19 ha vuelto a hacer que el Estado sea trascendental: es crucial si el país en el cual uno vive tiene un buen servicio de salud, burócratas competentes y fi nanzas sólidas. Hoy, el buen gobierno es la diferencia entre vivir y morir.

Los ciudadanos se dieron cuenta de que tener un gobierno que funcione realmente importa y se necesitará aprender en 2021 de países que manejaron el virus mejor que otros. Se tendrá que fortalecer el trabajo de servidores públicos y construir más Estado, más eficaz.

Y no ha habido correlación entre sistema político y desempeño: a algunas democracias y autocracias les ha ido bien, a otras muy mal. Lo que más ha importado es el liderazgo y el diseño y ejecución de políticas públicas. Con la pandemia, la fi sura fundamental no será entre regímenes autoritarios o democráticos o entre gobiernos de izquierda y de derecha; es entre gobiernos eficientes e ineficientes.

La rápida intervención de gobiernos, al son de billones de dólares en todo el mundo, evitó el colapso económico de naciones y del sistema financiero internacional. Y hay que elogiar a gestores de cadenas de suministro y a tantos trabajadores y jornaleros que hicieron maravillas al asegurarse de que el resto de nosotros tuviéramos acceso a lo imprescindible. Indudablemente, también habrá que aprender del hecho notable de que la ciencia y la investigación y la inversión —pública, privada y combinada— produjeron vacunas contra el virus a una velocidad inédita y asombrosa.

La pandemia se ha convertido en uno de los principales factores de estrés en nuestro ya frágil sistema internacional, exponiendo vulnerabilidades, magnificando debilidades y disparidades y exacerbando problemas de larga data.

Con el Estado en el corazón del debate, la discusión continuará sobre cuáles son los motivos que hacen que algunos países estén mejor preparados para hacer frente a la pandemia y sus efectos: autoridad, cohesión o valores. Ante la tentación de parapetarse detrás de fronteras, con visiones chovinistas de las relaciones internacionales, los gobiernos tendrán que dejar de lado conceptos vetustos y apostar por la cesión selectiva de soberanía en aras de la construcción de bienes públicos globales, con un paradigma sencillo, pero fundamental: cooperar globalmente para resolver localmente.

La perspectiva más positiva para 2021 es el desarrollo exitoso de vacunas contra el virus. Pero contar con vacunas no equivale a lograr la vacunación eficaz. El mayor desafío este año es garantizar que ésta se dé no solo en el mundo industrializado sino también de manera equitativa e igualitaria en países de renta baja y media. Este es el gran reto del Estado, y la cooperación entre Estados, de cara al 2021.

Por: Arturo Sarukhán