Opinión

Crisis por encargo

Aunque todavía no existe un “gobierno mundial”, el desempeño de los países ricos (una docena) y algunas naciones emergentes en vías de alcanzar la “renta alta” (unas diez) ejercen una influencia decisiva en los asuntos globales que, en conjunto y sin que necesariamente lo coordinen, prácticamente determinan el acontecer de todas las naciones.

Ello es especialmente notable en el caso de Estados Unidos que combina los efectos de su enorme economía con responsabilidades externas asumidas debido a alianzas legítimas y a actitudes imperiales, en no pocos casos ejercidas con avasalladora violencia, con empleo de un poderío militar y económico abrumador, verbigracia Irak, Afganistán, Libia, Cuba y otros.

En estos roles intervienen en calidad de instrumentos, la OTAN, la Unión Europea e instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, así como la ONU (y sus agencias) cuya gestión, afortunadamente, es mediada por la capacidad de veto ejercida por China y Rusia que, a veces neutralizan la hegemonía.

Debido a este estado de cosas gestado en los últimos 250 años, ningún país pobre, en vías de desarrollo o de renta media, puede sustraerse a esa influencia, diseñar un modelo propio o exclusivo, ni “avanzar en solitario”. La soberanía nacional existe, aunque se ejercita a tenor de tales cánones. Lejos de ser un factor positivo para la evolución de los asuntos mundiales, esa especie de “gobierno de facto”, en algunos casos, exageradamente intervencionista y en otros, indiferente, en asuntos críticos ejerce una influencia negativa.  

La pandemia de COVID-19, es la crisis con mayores repercusiones, costos humanos y consecuencias económicas en la era moderna. Hasta el 10 de octubre de 2021, el virus que ha afectado a alrededor de 300 millones de personas con casi cinco millones de fallecidos, altera profundamente los ritmos de vida, la economía y la cultura en todo el planeta, obliga al aislamiento social y aun cuando se inscribe en contextos sociales, parece ser predominantemente de origen natural. No ocurre así con otras crisis asociadas que son netamente humanas. 

La crisis humanitaria originada por la desigual distribución de las vacunas, que para millones de personas significan la diferencia entre la vida y la muerte, son resultado del orden social planetario plagado de injusticias y en algunos casos, derivados de la incompetencia de gobernantes que, contando con los recursos científicos, financieros y humanos necesarios, han sido incapaces de lidiar con el fenómeno. Nunca se conocerá el número de personas que han sufrido y han muerto por que quienes debían hacerlo, no actuaron a tiempo y con eficacia.

Aunque con otros orígenes y perfiles, también son hechuras humanas, entre otras, la crisis climática, migratoria y la energética, la que afecta a la cadena mundial de suministros, así como las confrontaciones comerciales, a lo cual se suma la demencial carrera de armamentos y la manía de Estados Unidos y Europa de imponer sanciones.

Cada uno y en conjunto, estos eventos provocan enormes tensiones globales y locales, dan lugar a desigualdades y pobreza, escasez de artículos de consumo, principalmente alimentos, productos básicos, materias primas e insumos para la industria, la agricultura y la ciencia, originando una incontrolable subida de los precios de todo lo necesario para le existencia y el confort, contribuyendo a una indetenible espiral inflacionaria.

El fin de la pandemia que para cierto número de países asoma en el horizonte, mientras que, para otros, probablemente más de cien, puede significar que la enfermedad se convierta de pandemia en endemia, lo cual plantea problemas asociados a la entronización de la “nueva normalidad”.

Ningún país pobre o de renta baja o media puede afrontar solo la etapa que se avizora y que incluye la reactivación de la actividad económica y la reanimación de la vida social y cultural. No obstante, no se percibe, en los países ricos, y en las organizaciones globales, voluntad para actuar constructivamente y con generosidad.