Opinión

Hay un universo donde todo ocurre de acuerdo con la razón y la objetividad; donde impera la confianza en el orden, pues todo se encadena mediante relaciones causa-efecto, por más que dicho eslabonamiento pueda ser desmesuradamente complejo. Este universo es el fondo de la visión occidental y es también el terreno donde vivimos quienes aceptamos que la ciencia, aunque no posea la verdad absoluta, es la visión que nos ofrece la mejor perspectiva para resolver los problemas.

Junto a este universo existen otros erigidos por el pensamiento mágico, el religioso o, simplemente, por la subjetividad individual de cada quien. En ellos rigen otras reglas y, aunque también se presentan las relaciones causales, éstas se establecen por capricho, por corazonadas o simple y llanamente por asuntos de fe.

Desde que nació la filosofía y con ella la visión analítica han convivido estas cosmovisiones y han vivido en pugna o, a veces, como es el caso de las religiones evolucionadas, razón y fe se han mezclado y el universo de la fe se ha justificado racionalmente.

Hoy, luego de tantos tumbos que han dado todos los universos, asistimos a un relativismo que posibilita la convivencia tolerante de todas las visiones del mundo. Este es el clima de la llamada posmodernidad y no ha sido fácil llegar a esto. Se ha tenido que deteriorar la idea del absoluto: la verdad absoluta, la belleza en sí, el bien universal, el conocimiento definitivo. De una u otra forma, salvo las visiones fundamentalistas, se ha aceptado no tener la versión definitiva del universo, y esto hace que convivan habitantes de muy diversa índole.

Entre los nuevos problemas que acarrea el relativismo de las visiones del mundo está que ya no pueda apelarse a un tribunal final para dirimir las diferencias: que mi forma de entender y la tuya no se resuelvan. Esto, que en abstracto puede sonar bien, pues implica respeto, resulta un desastre ante problemas concretos, ya que en una misma familia pueden enfrentarse, por ejemplo, ante la COVID-19, quienes piensan que hay que tomarlo muy en serio y apegarse a lo que dicen los galenos y una actitud mágica que espera resolver el problema mediante tés de manzanilla y rezos. Y como éste pueden imaginarse infinidad de casos en los que resulta muy difícil mantener la ecuanimidad que implica la tolerancia a las distintas maneras de pensar.

Parece, a la luz de las situaciones concretas, que debería haber un punto de vista privilegiado, pues de lo contrario uno siente la frustración de estar viviendo en un manicomio.

Por: Óscar de la Borbolla

SY