Opinión

La devastación en marcha

Por Esto!

En este mundo variopinto soplan vientos devastadores. Tienen diversos orígenes. Unos provienen de la naturaleza, sus misterios y sus sorpresas. Otros, del ingenio “humano”: se alojan en leyes, políticas, exabruptos demagógicos, floraciones del capricho y el resentimiento. Y todos nos golpean, sin pausa ni misericordia.

Distintos en su origen, los vientos devastadores corren a veces por el mismo cauce: pueden asociarse y perpetrar en común su faena perniciosa. Díganlo, si no, la pandemia y la extraña política —por llamarla de alguna manera— que hemos adoptado para enfrentarla. El virus hace su parte y esa política consuma la suya, al unísono. El producto son casi doscientos mil fallecimientos. El triple de la cifra que se mencionó como “catastrófica” hace algunos meses, cuando suponíamos que en mayo de 2020 llegaríamos a la culminación de los contagios. ¡Que así hubiera sido!

Ahora quiero referirme a otras devastaciones, que marchan a tambor batiente. Aludo a la destrucción del planeta, obra que estamos consumando sobre —o, mejor dicho, “contra”— la Tierra que es nuestra casa y debiera serlo, generosa, de las generaciones que se avecinan. Pero nos hemos empeñado en poblar el ambiente con vientos que reducen la calidad de nuestra vida y podrían suprimir, en sus más graves expresiones —posibles e incluso probables—, la vida misma.

Hay combatientes que luchan por la vida con lucidez y diligencia. En estas filas se eleva el reconocimiento de que la preservación del ambiente es un derecho humano de la más reciente generación, incorporado en la legión bienhechora que se abre paso pugnando contra la ignorancia y la torpeza: la legión de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, que identificamos con siglas cada vez más conocidas: DESCA. Estos derechos animan declaraciones y tratados internacionales. Han llegado a las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que son vinculantes para México.

En las mismas filas batalla la bioética, caracterizada —por su expositor más conocido, el bioquímico norteamericano Van Rensselaer Potter— como “ciencia de la supervivencia”, “puente hacia el futuro”. Porque de eso se trata: tender el camino hacia un porvenir plausible. Se pretende que sobreviva nuestra especie en las mejores condiciones posibles, a despecho del empecinamiento en propagar la contaminación con el empleo de fuentes de energía llamadas “sucias”, que tendrán efectos letales, abandonando los medios limpios a nuestro alcance. Hubo gobernante —¡increíble, a estas alturas de la historia!— que cuestionó los molinos generadores de energía instalados en Baja California porque “afeaban” el paisaje. Más preocupado del paisaje que del país, se inscribió en las filas de los devastadores de la Tierra.

En el caso de los DESCA ocurre los mismos que con otros derechos básicos del ser humano. Más allá de las proclamaciones y del vuelo de las campanas, muchos ciudadanos han convertido las buenas razones en buenas acciones para detener la devastación del planeta. Son militantes de organizaciones no gubernamentales —temidas y combatidas por los tiranos— que se empeñan en prevenir los daños prohijados por el furor contaminante de la estulticia y el desgobierno.

Una inquietud de ese carácter, impulsada por Arnoldo Kraus, colega en estas páginas, llegó también al Seminario de Cultura Mexicana. Conviene multiplicar estas iniciativas, que existen en numerosos organismos profesionales, académicos, sociales, políticos, en el mundo entero. Contribuyen a frenar los malos vientos: quizás no las pandemias —¡o quién sabe!— pero indudablemente las otras corrientes arrasadoras que soplan sobre nuestra República sufrida.

Por: Sergio García Ramírez

SY