Opinión

Bienvenidos al turismo vacunacional

Por Esto!

Una de las más tristes realidades que salieron a la luz por esta pandemia es la diferencia social que a pesar de los esfuerzos de la 4T impera en el país, lo cual significa que, si bien a todos nos ha ido mal, a unos les ha ido mucho más mal que a otros. El tema del confinamiento y la vacuna no son la excepción.

Han sido diez meses claramente contrastantes entre quien tuvo que atender su puesto todos los días o acudir a su trabajo en transporte colectivo arriesgando la salud, y los eternos privilegiados que pudieron aislarse en sus mansiones o bien salir a sus casas de campo y de playa. Resulta más ominoso incluso, confirmar el hecho de que muchas de estas fortunas, no todas, fueron mal habidas. En un país que ha prohijado la tranza y donde hay quien opina que es intrínseco a nuestra cultura, quienes abusan son siempre los mismos. La enorme parte de la sociedad que apenas libra el mes respeta a la autoridad y a los otros. Quienes han hecho fortunas de forma injustificada se ostentan como emprendedores y audaces empresarios. Sin ética, están acostumbrados a que los demás se rindan ante su poder basado en el más bajo de todos los valores, el dinero. Su especialidad, evadir impuestos y aprovechar los outsourcings y cualquier negocito jugoso que aparezca.

Una de las características de nuestra tranza-élite es que no sólo critica sin argumentos sólidos; sus egoístas planteamientos siempre serán mejores que cualquier propuesta por el bien de todos. Para colmo se exhiben como buenos samaritanos, han proclamado a los cuatro vientos que son los impulsores de la economía gracias a su generosa y responsable intervención. Y no es para menos, en su casa tienen a más de media docena a su servicio, que funcionan como un escudo para protegerlos de los aspectos más descarnados del flagelo de la epidemia. Quienes los sirven no tienen otra opción que humillarse con sueldos raquíticos. Choferes, cocineras, guardias, nanas, jardineros, mozos, guaruras, siguen repitiendo el rol ancestral de esclavos. Parece que, desde tiempos remotos, las cosas no cambian y el destino triunfal de unos es la fatalidad de muchos. Así, como si estuviéramos en una novela de Dostoyevsky.

Para desgracia de todos, vino el COVID-19. Se ha cebado con los más pobres. Aunque los ricos también son mortales, siempre tendrán un puente de salvación y la posibilidad de pagar los altos costos que provoca esta lamentable enfermedad. Los centros especializados están saturados o, al ser privados, resultan inaccesibles para la mayoría. La gente de a pie ha tenido que peregrinar de un hospital a otro para darse cuenta de que no serán atendidos. Mientras alguien con recursos puede salvar la vida, quienes carecen de ellos terminan en un vía crucis con frecuencia de desenlace fatal. Los vicios y malas artes que surgieron desde el principio han ido en espantoso crecendo: medicamentos a precios absurdos, honorarios médicos que dejan muy por debajo el juramento, y el monopolio de unos cuantos en el suministro de oxígeno. Depredar y controlar para el beneficio de unos cuantos. La condición humana puede ser terrible en lo malos tiempos, en los peores ni se diga.

Como si se tratara del salvoconducto para dejar atrás un país en guerra o por persecución, millones de personas entraron puntualmente al sitio anunciado por el Gobierno. Resultado, se paralizó desde el minuto siguiente en el que fue activado. No pasó ni media hora cuando la gente ya estaba insultando al Gobierno, exigiendo “sus derechos”. Mi madre, que ha sido un ser capaz de afrontar no sólo la pandemia sino, además, dos crisis de salud jodidas, decidió tomarse las cosas con calma. Los que la rodeamos somos un poco más neuróticos y nos preocupábamos: si cambió su teléfono hace tiempo y nunca lo reportó, además de que su IFE (o INE) y su credencial del INAPAM están vencidos desde que empezó la cuarentena, ¿cómo la iban a localizar? Pero mi sabia madre nunca entró en pánico. Dejó que todos nosotros especuláramos y nos angustiáramos a ritmo mexicano. Se concretó a hacer la llamada de todos los días, desde hace meses, a la oficina de adultos mayores para actualizar su documento. Por cierto, tampoco ha recibido su dinero, de AMLO como dice, porque la tarjeta que le enviaron tenía mal su nombre. A mi madre que es lo más decente del mundo, le da pudor que, si hay quien tiene menos, ella estuviera cobrando. Los malpensados creen que alguien está usando su tarjeta para cobrar por ella. El caso es que a su alrededor la ansiedad se empezó a tornar en angustia y desesperación. Va de la mano de las noticias de gente cercana que ha decidido prácticamente migrar a Miami para vacunarse. Sin más, están inaugurando el nuevo turismo, llamémoslo vacunacional.

Ligado a las tan de moda ofertas turísticas (cultural, ecológica, gastronómica) que irremediablemente entraron en un impase, hordas completas viajan regularmente a los estados fronterizos para vacunarse. Quienes tienen la capacidad económica para sufragar los costos que esto genera, están recibiendo los correspondientes beneficios. Con una dirección registrada en el extranjero, aspiran a ser vacunados. En las largas filas de los centros de salud hay una buena porción de mexicanos, obviamente privilegiados. No digo que todos sean tranzas, pero muchos de ellos están viendo la manera de avanzar más rápido en la fila.

Llegó la cosa a tal nivel que el Alcalde de Miami dio órdenes estrictas de que se respetara el protocolo. Alguien que vive allá me contó que se sentía avergonzada de la manera en la que nos estamos comportando. Incluso seríamos capaces de pasar por encima de nuestros conciudadanos migrantes que han vivido de todo y no tienen asegurada aún la vacuna.

Los intrépidos y francamente transas turistas vacunacionales serán inoculados gracias a su prosperidad. Y así lo manifiestan, es “su derecho”. Van y vienen en aviones privados y vuelos comerciales sin respetar las normas de la ciudad a la que llegan. El objetivo de esta nueva horda de turistas es hacer fila para recibir la vacuna y al mismo tiempo deambular por los centros de recreación y consumo de Florida. A nadie extrañará que sean los mismos mexicanos que representan la élite del dinero y el poder para desplazarse en medio de este caos y obtener lo que ambicionan. Recordemos, son los mismos que critican, no esperan su turno y no son capaces de entender un sistema saturado. Son los mismos que no saben agradecer vivir en un país como México que les ha permitido tanta chueques.

Después de rezar y sacar las AMLO estampitas de dudosa procedencia y capacidad, mi mamá declaró: si me he cuidado desde febrero del 20, no pasa nada que me cuide otros meses más. Esa paz y sabiduría es como el mejor oxígeno para la familia. Dios provee, lo que no se puede cambiar es el ánimo y la buena onda de Susana lo cual agradezco y admiro todos los días de mi vida. Ayer por la mañana la llamaron a su casa. Todos en pánico, no vaya a ser un secuestro. Su respuesta: si le cuento cómo anda mi bolsillo al secuestrador, no dudará en depositarme dinero. La llamada era del Gobierno de México para tomarle sus datos y tuvieron la amabilidad de comentarle que, a sus 84 años, seguramente sería de las primeras en la lista. No sabe cuándo, eso sí. Lo anunció con bombo y platillo y se dedicó a festejar el resto del día con tamales oaxaqueños.

Hoy por la mañana en el periódico se anunció que Cuba vacunará a todos los turistas que quieran visitar la isla. Otra opción de turismo vacunacional, para todos aquellos que sospechen que un expediente les aguarda en Estados Unidos.

De aventureros colonialistas, a potentados del capitalismo, siempre depredadores, hoy nuestros millonarios estrenan su nuevo privilegio, el salvoconducto a la inmunidad que les corresponde a ellos por encima de cualquier otro. Los demás seremos tolerantes Putin mediante. Y tú, ¿esperas turno o ya te pusiste la vacuna?

Por: Susan Crowley

SY