Opinión

Prioridades y pausas

Las autoridades políticas y el gobierno cubano tienen tres prioridades idénticas a las del pueblo. Esa identidad + los esfuerzos por la solución de problemas vitales (alimentación, vivienda, empleo y otras) influyen en la cohesión social. Los desafíos son: vencer la pandemia, reformar la economía y avanzar en la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Los dos primeros factores tributan al tercero. El éxito sanitario y la liberalización de la economía pudieran ser activos que la actual administración estadounidense, difícilmente desestimará.

El frente sanitario, a pesar de una situación crítica, bajo la dirección inmediata del presidente es cubierto eficientemente, entre otros por la comunidad médica, el staff científico y los órganos de dirección política y de gobierno en provincias y municipios. En ese ámbito tienen lugar procesos que más allá de la salud pública, crean precedentes y ofrecen lecciones magníficas. 

Entre ellas figura el pragmatismo del gobierno que no repara en ceder protagonismo a la comunidad médica y científica, ampliar las atribuciones de las autoridades locales, promover las tendencias a la dirección colectiva y a cultivar la disposición para escuchar a la gente. Una innovación es la apertura informativa con que son tratados no solo los temas asociados a la COVID-19, sino varios asuntos económicos y sociales. A la vez la dirección se ha apartado del triunfalismo y de la retórica política que suelen utilizarse en otras áreas.

A la vez, líderes y funcionarios nacionales y locales atienden con razonable competencia el funcionamiento de las instituciones y trabajan para su perfeccionamiento, tratando de alimentar el optimismo social e identificar incentivos para creer que el progreso y el bienestar son posibles y permiten crear proyectos de vida, descartando a la emigración como la mejor opción. Particularmente importante será desplegar totalmente el estado de derecho cuya proclamación es la mayor conquista de la Revolución en el campo del derecho.

La economía es harina de otro costal, porque se trata de una asignatura pendiente que no depende de administraciones pasadas o futuras, sino de un conjunto de problemas sistémicos y de malformaciones estructurales insolubles en los marcos del modelo vigente, del cual Fidel Castro dijo: “No funciona ni para nosotros…” y Raúl subrayó: “Cambiamos o nos hundimos”.

No hay manera de que Cuba pueda triunfar con un modelo con el cual fracasaron soviéticos, alemanes, húngaros polacos checoslovacos, incluso chinos y vietnamitas que deben su progreso no a la fidelidad a los dogmas de la matriz soviética, sino a haberlos abandonado a tiempo, lo cual evidencia que se puede rectificar sin sacrificar el socialismo.

Tan obvio es el asunto que Raúl Castro promovió el cambio no solo de estructuras sino de mentalidad y logró que los congresos VI y VII del Partido aprobaran herramientas para el cambio engavetadas por años. Por razones no explicadas, en esta materia, el Congreso del Partido, considerado “…La reunión más importante del Partido y la República” ha sido desoído por los mismo que adoptaron tales acuerdos que para los militantes son mandatos, no exhortaciones.

Entre el desempeño respecto a la economía y la gestión política y diplomática asociada a los esfuerzos para restablecer el curso de normalización de las relaciones con Estados Unidos existen ciertas analogías, sobre todo respecto al dinamismo y a la variable tiempo.

Ante declaraciones del presidente Biden y la vicepresidenta Harris, el perfil positivo de los nombramientos realizados por el presidente para asuntos que de alguna manera se asocian con Cuba y que permiten un optimismo justificado, La Habana apenas se pronuncia.

En cambio, comentaristas de los medios, reflexionan y editorializan acerca de fenómenos que existen desde hace décadas, homologándolos con abstracciones de factura mediática como: “guerras de tercera o cuarta generación”, “revoluciones de colores”, o “golpes blandos” que agentes de Estados Unidos fraguan ahora mismo contra Cuba, lo cual no contribuye a sanear el clima bilateral y fomentar entornos menos crispados. Alguno ha sugerido que cualquier presidente es igual y que “La pelota está del lado de Estados Unidos, una frívola expresión que simplifica un asunto bilateral de enorme complejidad.

Afortunadamente los que están al mando comprenden que el tiempo cuenta, saben qué hacer y son apoyados. Allá nos vemos.

Por Jorge Gómez Barata

SY