Opinión

La Izquierda latinoamericana: pasado y futuro

Con el triunfo de Guillermo Lasso, tras 18 años la derecha tradicional retorna al gobierno en Ecuador, ratificando un curso político de más de 200 años en el cual, descartados los momentos de Getulio Vargas, en Brasil, Perón en Argentina y Cárdenas en México, apenas puede citarse una excepción y un paréntesis. La excepción es Cuba y el paréntesis el período iniciado en 1999 cuando 11 países latinoamericanos fueron gobernados por presidentes de izquierda, centro-izquierda o progresistas.

En aquel período en el cual sobresalió Hugo Chávez que, identificado con Fidel Castro sumó capital político a favor de una proyección bolivariana, el liderazgo de Lula de amplia base popular y consenso nacional, Evo Morales que sumó el indigenismo y Correa  ilustración, se creó una plataforma coherente con la idea del Socialismo del Siglo XXI, excelente formulación conceptual que se distanciaba del fracasado modelo euro soviético que hoy, sin opciones reales y vaciada de contenido, se ha disuelto.

La eclosión de la “nueva izquierda” y su magnífico liderazgo, coincidió durante ocho años con el gobierno de Barack Obama que, a pesar de sus inconsecuencias, moderó excesos imperialistas republicanos, llegando incluso a ceder en la cuestión más trascendental de la política latinoamericana, que todavía es la Revolución Cubana.

Correrán ríos de tinta, sin llegar a explicar por qué a escala continental, la izquierda no madura, no consolida sus avances y da un paso adelante y dos atrás. La explicación no puede provenir de los círculos políticos, la intelectualidad, los medios y la academia regida por la derecha o comprometida con sus enfoques y tampoco de la izquierda que no es dada a practicar la crítica y la autocrítica.

La izquierda latinoamericana surgida originalmente como versión del modelo bolchevique y bajo la orientación del III Internacional y cuyos perfiles se configuraron a lo largo de los 30 años del período estalinista, incorporó influencias de la socialdemocracia europea y del populismo y el caudillismo criollo que, en conjunto, le han impedido forjar una identidad definida, formular metas programáticas viables y elaborar discursos políticos eficaces. De hecho, no logra vigencia en los círculos de la intelectualidad, no se aproxima a la clase obrera y no convence a las masas que frecuentemente, a veces de modo insólito, votan por personeros de la derecha.

Por influencias ajenas, la izquierda latinoamericana ha adoptado prácticas que conducen a enfoques maximalistas, llevan a prometer y a procurar realizaciones inalcanzables en los períodos presidenciales y a medidas como nacionalizaciones, reformas constitucionales e incrementos del gasto público que la colocan en ruta de colisión con los sectores del empresariado nacional y el capital foráneo. La tendencia a ampliar los plazos en que se ejerce el poder y la práctica de promover y en ocasiones, virtualmente designar a sus sucesores, ha sido funesta.

El pasado de la izquierda latinoamericana de matriz marxista-leninista, más que un legado es una advertencia y el futuro de la nueva izquierda es de pronóstico reservado. Aunque apenas existen foros apropiados para reflexiones mayores y escasean líderes y teóricos, la izquierda continental tiene por delante el cometido de forjar su identidad, establecer programas propios y viables y encontrar argumentos que movilicen a las mayorías y le permitan hacer caminos alejados de los extremos.

Por Jorge Gómez Barata