Conservo en mi memoria, como una valiosa adquisición científica la afirmación de que: “La vida y la vida inteligente son posibles debido a una infinita sucesión de casualidades…”
Ya sea que se acepte la tesis de que Dios creó al hombre y a la mujer, o la teoría de Charles Darwin, habría que admitir que, de haber aparecido en los momentos críticos de la creación o la evolución, cualquiera de los virus letales conocidos después, los precursores de la humanidad hubieran perecido en el debut. Si las circunstancias que sesenta y cinco millones de años atrás eliminaron a los dinosaurios, se hubieran repetido hace unos 800.000 cuando por las selvas africanas vagaban los primates cuya evolución condujo al homo sapiens, los resultados hubieran sido catastróficos.
La pareja con la cual el Creador comenzó el linaje humano, así como las manadas de simios ancestrales, y las hordas, clanes y tribus formadas por los primeros humanos, eran poco numerosas y extremadamente vulnerables a cualesquiera de las enfermedades que después ha padecido la Humanidad. La explicación de su supervivencia se debe a la acción divina (Dios lo quiso), a una extraordinaria capacidad para desplegar eficaces estrategias de supervivencia y reproducción y a una magnífica buena suerte. Lo más probable es que se trate de una combinación dialéctica de todas ellas.
Ni la evolución ni la creación dotaron a la especie humana de todas las herramientas necesarias para sobrevivir a una enorme diversidad de factores adversos, algunos incluso provenientes del interior de su organismo, entre ellos las enfermedades genéticas, las malformaciones, los accidentes y las trampas de herencia, carencias ventajosamente suplidas por la inteligencia necesaria para crear protecciones y respuestas eficaces, entre ellas los conocimientos médicos, los medicamentos, incluidas las vacunas, así como las prótesis y las tecnologías. Algunos remedios son eficaces y definitivos otros paliativos.
La momia de un niño fallecido de viruela en 1654, en Vilna, Lituania, ha permitido analizar trazas del virus de la enfermedad que prueban que la misma lleva apenas unos siglos con los humanos y no milenios como alguna vez se creyó. Según la revista Current Biology, la cepa de la viruela encontrada en aquella criatura, es la madre y antecesora de todas las demás. Otros misterios sin develar son: dónde surgió ese virus y qué animal lo transmitió a los humanos.
La naturaleza es perfecta, no porque contengan todos los bienes y todos los equilibrios, sino porque de ella emergió el hombre cuyo talento y bondad completan la obra. No hay desafíos que no puedan ser vencidos. El COVID-19, como antes lo fueron la viruela, la poliomielitis y más recientemente las hepatitis virales, serán derrotadas por la inteligencia.
Por Jorge Gómez Barata