Opinión

Los libros de texto: los riesgos de la premura

¿Cuál es la característica central de un profesional de la docencia? No que tenga el dominio absoluto del conocimiento humano que cultiva (esa es erudición), sino que cuente, por su formación y trabajo especializados, con el dominio pedagógico del contenido a enseñar (A. Garritz). Este rasgo, que demanda una capacidad intelectual y práctica compleja, define a quien está en condiciones de generar ambientes propicios para el aprendizaje.

El conocimiento no se transmite. El aprendiz no es pasivo, simple sujeto que escucha y realiza repeticiones mecánicas. Surge del vínculo educativo que implica la relación, por una parte, de un saber profesional que cuenta con un arsenal de elementos didácticos que se ajustan a lo que cada situación orientada a aprender implica y, por la otra, la disposición activa, abierta, a entender. Es un proceso crucial en la construcción de la potencia intelectual, política y ética de nuestro país.

El libro de texto es un elemento auxiliar muy importante en ese encuentro. Por la relevancia que tiene tanto en la práctica docente como en el aprendizaje, su utilidad de fondo deviene, de nuevo, de una relación inteligente y coordinada entre varios especialistas: sin duda, el aporte de las y los maestros que a ras de aula los emplean, pues tienen experiencia para dilucidar su eficacia, imaginación e iniciativa fundadas; a su vez, de la contribución de quienes son conocedores a fondo de la materia de la que se trate: del contenido; es necesaria la participación de pedagogos que estudian los procesos para interiorizar lo que se propone aprender y, sin falta, de la capacidad de personas cuyo oficio es la confección de libros, para nada trivial, así como de personas que los ilustran para relacionar imágenes pertinentes con el texto y las actividades que se sugieren. La ausencia o menosprecio por alguno merma la calidad de su producción.

¿Se puede lograr un buen resultado sin que esté claro el currículo? No. La relación de los libros con ese proyecto organizado de aprendizaje es imprescindible. Oiga: tal forma de generarlos lleva tiempo. Por supuesto: el acuerdo entre distintos profe- sionales es resultado de mucha interacción, escucha, paciencia, ensayos, pruebas en el lugar de su empleo y reflexiones críticas sobre el papel de cada grupo de especialistas en su elaboración, así como la recuperación de experiencias previas. Nunca se parte de cero.

Un buen libro de texto no está exento – nunca ha estado – de orientaciones políticas, pero con el concurso de tan distintos grupos asociados en su factura se consigue una cuestión importante: ser en efecto buenos textos que abran temas, y propongan diferentes modos de aproximarse la realidad natural, sociohistórica y ética. Suscitar la capacidad crítica y la profundidad en la concepción de sus objetivos, es lo que diferencia a un libro de un manual.

Si la prometida y necesaria renovación de la actividad escolar en el país va en serio, la composición de los grupos de especialistas, la coherencia del currículo en que descansan los libros y el periodo de maduración suficiente para su realización requiere plazos suficientes.

Los libros que nos son comunes, que compartimos y apoyan la formación de millones, no se pueden improvisar. Es complejo hacerlos bien, no cabe duda, pero vale la pena tomar el tiempo requerido, y es necesario un pago justo por esas labores a quienes viven de ellas. La prisa, aunque para algunos la urgencia la convoque, es mala consejera. Lo barato y presuroso sale caro y mal.

Por: Manuel Gil Antón