Opinión

Innovación o trauma social

Demonizar el reformismo es una manera de reivindicar el extremismo. La reforma no es un destino sino un camino. Lo mismo ocurre con la crítica al centrismo. Quien rehúye el centro va a parar a uno de los extremos. Las experiencias históricas, de la derecha y de la izquierda están a la vista.     

A diferencia de la naturaleza donde las transiciones son regidas por la evolución y la selección natural por lo cual, los procesos de crecimiento y desarrollo son pacíficos, graduales y ocurren en plazos muy largos, en la sociedad los cambios suelen ser violentos y vertiginosos, trascendentales, dramáticos y avasalladores, social y humanamente traumáticos y en diferentes aspectos trágicos. Se trata de las revueltas, los golpes de estado y las revoluciones.

Según Marx: “…Las revoluciones proletarias como las del siglo XIX, se critican constantemente, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás…”

Por su alcance, las verdaderas revoluciones sociales que son pocas, no han sido procesos locales y su trascendencia ha abarcado largos períodos. No hubo ninguna revolución en la época esclavistas ni en los veinte siglos que duró el feudalismo europeo, no la ha habido en África ni en Oriente Medio, en Asia ocurrió la Revolución Meiji que restauró el dominio imperial e inició la modernidad política en Japón y en China hubo dos, la que llevó al poder a Sun Yat-sen y a la proclamación de la república liberal y la encabezada por Mao Zedong que estableció la República Popular China

En occidente, Europa e Iberoamérica se enumeran las 13 Colonias Inglesas de Norteamérica (1776) que dio lugar al nacimiento de los Estados Unidos, la de Francia (1789) que con la zaga napoleónica impactó sobre Europa y buena parte del mundo, la Revolución mexicana (1910) la de los bolcheviques en Rusia cuyos efectos se sintieron por 70 años en Europa y siguen vigentes en algunas partes, y la de Cuba de gran influencia en Iberoamérica.

Esos procesos políticos cumplieron importantes demandas populares, reivindicaciones obreras y conquistas sociales, promovieron grandes innovaciones, entre otras, abrieron los caminos al capitalismo, al socialismo, y a la revolución industrial, propiciaron la democracia, la soberanía popular, el estado de derecho, la separación de poderes, la aparición de la sociedad civil, el laicismo, los partidos políticos modernos, el pluralismo político, la tolerancia cultural y el ecumenismo religioso. En su última etapa impulsaron el movimiento de liberación nacional. 

El ciclo de vigencia de estos procesos parece haberse completado. La Revolución Cubana puede ser la última en su género, pero con ella no termina la historia, entre otras cosas porque el modelo de sociedad que auspicia, está más allá del horizonte y para llegar al status deseado se necesitan aproximaciones sucesivas que solo pueden realizarse mediante reformas constantes, sustantivas y populares. 

Se trata de procesos extraordinariamente complejos, para cuyo despliegue no basta con caras nuevas, sino que se necesitan ideas nuevas o, como mínimo, nuevos enfoques a partir de las ideas y valores conocidos. En ese aspecto se puede ser creador, lo errado es la creencia en que se ha arribado a un puerto de llegada donde un hito marca el final de la vía.

El 8° Congreso del Partido Comunista, en un gesto de enorme confianza, concentró en el presidente Miguel Díaz-Canel todos los poderes, dotó al país de una dirección nueva, ilustrada, competente y confiable, que cuenta con legados brillantes, referentes teóricos, paradigmas morales y premisas ideológicas, incluso con herramientas para desbrozar caminos.

Hay en Cuba suficiente cohesión social y el socialismo dispone de capital político, pero se necesitan ideas, dinámicas sociales y enfoques nuevos. Innovar no es renegar ni demeritar, sino trascender la obra propia para alcanzar viejas y nuevas metas. Como alguna vez dijo Marx: “La revolución no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir”.