La tragedia de la migración indocumentada proveniente de Centroamérica, México y otras partes del mundo, así como la “crisis” en la frontera México-Estados Unidos, siguen dando de qué hablar. En las últimas semanas, este tema ha ocupado los titulares de la prensa internacional y se ha ubicado en el centro del debate político en Estados Unidos en particular. Las imágenes de menores sin acompañamiento en centros de detención y de miles de familias e individuos intentando ingresar a los Estados Unidos son devastadoras. La desesperación y la miseria los ha llevado a un callejón sin salida. Mientras tanto, los distintos actores involucrados en el tema manejan un doble discurso, que lejos de solucionar el problema, contribuye a generar confusión y caos. El actual gobierno estadounidense pareciera estar rebasado y atrapado en medio de sus propias contradicciones. Enfrenta, además, las consecuencias de la implementación de políticas inefectivas que terminan en la violación fragrante de los derechos de los migrantes y de las personas que buscan asilo en ese país.
Este es un tema por demás complejo que nos invita a un análisis profundo en múltiples dimensiones. En el presente texto, me limito a esbozar una reflexión preliminar de lo que considero el doble discurso y la instrumentalización de un problema humano para alimentar un sistema de explotación masivo que se extiende y se ha replicado por generaciones. Al final, lo que menos parece importar son las personas migrantes y sus derechos. Prevalecen los intereses de poderosos grupos políticos y económicos, y principalmente del gran capital transnacional. De la tragedia de la migración indocumentada en el hemisferio se benefician primeramente los grandes empresarios que contratan personas en situación migratoria irregular. Encuentran en ellos la mejor fuente de mano de obra barata—que les ahorra el pago de un salario justo y el otorgamiento de los beneficios que marca la ley. También se benefician enormemente los políticos de izquierda y de derecha, quienes utilizan el maniqueísmo de la retórica para atraer a votantes de un lado u otro del espectro ideológico.
La migración irregular es un grandísimo negocio, además, para el “complejo fronterizo militar industrial”—que levanta muros y diseña tecnologías para un control migratorio de “selección de personal” (entran sólo los más hábiles y los más fuertes). Dicho complejo incluye a los contratistas que operan y construyen centros de detención, así como espacios para menores migrantes no acompañados. Los grandes especuladores en el sistema financiero ganan también en las crisis manufacturadas y los ríos revueltos. Resultan por demás aberrantes las acciones de los empleados de este sistema explotador, que incluyen: redes de traficantes de personas (cada vez mejor organizadas), lobistas de los muros fronterizos (fronteras cerradas), lobistas de las fronteras abiertas, y think tanks que producen información sesgada para apoyar posiciones pro- o anti-inmigrantes. Más trágicas aún resultan las acciones hipócritas, cínicas y anti-éticas de pseudo-activistas y ONGs que incitan a la migración irregular sin esperanza, fotografiando gente pobre e instrumentalizado el tema para beneficio político o electoral de sus “sponsors”.
Lo que hemos visto en los últimos años resulta ser un espectáculo, un juego de héroes contra villanos que operan en la misma dirección para apoyar un sistema que requiere de mano de obra barata e invisible. El mensaje se puede leer así: “no queremos ver a los migrantes pobres en la calle, los queremos aterrados, pero que sigan trabajando”. Entonces, en el contexto actual, llegan miles de menores migrantes no acompañados, quienes serán liberados en Estados Unidos para que comiencen inmediatamente a trabajar. Llegan de la mano de traficantes de humanos, en el marco de un discurso tramposo que promete libertad. Son jóvenes fuertes en su edad más productiva, quienes ya pasaron por un proceso de selección de personal. Se elige, por sistema, a los más aptos, a quienes podrán aportar materialmente más. También se seleccionan algunas familias, con criterios que no conocemos, pero que deben estar relacionados con su capacidad para laborar.
A aquellos que alentaron las migraciones desde los medios y algunas ONGs que supuestamente defienden derechos humanos, no parece interesarles el futuro de estos migrantes una vez que entran—en condiciones de extrema vulnerabilidad—a la “la tierra de los libres y hogar de los valientes”. No se preguntan: ¿Qué pasará con esos jóvenes sin familia? ¿Hacia dónde se dirigen en la Unión Americana? ¿Quiénes serán sus tutores (o sponsors)? ¿En dónde estudiarán? ¿Con quién trabajarán? ¿Vivirán el “sueño americano” o terminarán explotados o prostituidos? Tampoco parece importarles el futuro de aquellas familias y adultos viajando solos que son deportados a diario al lado mexicano de la frontera en ciudades tan peligrosas como Reynosa, Ciudad Juárez o Nuevo Laredo. Se trata de las donaciones y de las líneas editoriales que demarcan los dueños de los medios internacionales. ¡Qué inhumanidad! Al final, todo es política y dinero; al final ganan los empresarios y el imperio americano a costa del sudor y las lágrimas de llamado migrante ilegal.
Algo que casi nunca se menciona, es que todo trabajador sin documentos migratorios en regla obtiene un “número de seguridad social” (SSN, por sus siglas en inglés) y comienza, desde el día uno (por así decirlo), a pagar impuestos. Nadie se pregunta quién organiza ese sistema, es decir, quién facilita la obtención de ese “social security number” que permite la canalización efectiva de los impuestos que pagan los migrantes indocumentados hacia el Departamento del Tesoro estadounidense a través del Servicio de Impuestos Internos (IRS, por sus siglas en inglés). Nadie parece perseguir en la Unión Americana a aquellos que otorgan ese número de forma ilegal. La gran mayoría de los migrantes indocumentados pagan sus impuestos, pero nunca serán acreedores—cuando llegue el momento—a la seguridad social a la que tendrían derecho si se les permitiera trabajar legalmente. Muchos de ellos y ellas terminarán deportados cuando ya no le sirvan al sistema—por pasarse un alto, porque falta una luz a su auto, o por estar en el lugar equivocado en la hora equivocada. Algunos terminarán en alguno de los picaderos de Tijuana o causando lástimas y rechazo en el país que los vio nacer y al que contribuyeron con remesas de manera regular.
Esta es otra verdadera tragedia de la migración que algunos llaman ilegal. ¿Para qué aprobaría el gobierno estadounidense una reforma migratoria comprehensiva o integral (que daría un camino a la ciudadanía), si el país en su conjunto se sigue beneficiando de un sistema bien aceitado (y hoy actualizado) que explota a la mano de obra barata del migrante indocumentado? Pareciera que el gobierno demócrata de Joe Biden coloca su propuesta a principios del cuatrienio que comenzó este año con miras a ganar más votos latinos a perpetuidad. Sin embargo, las posibilidades de éxito son muy cortas y al final se podría consolidar la oposición a esta propuesta. Así, se divide al electorado, se alimenta al segmento anti-inmigrante y se siguen cerrando las fronteras. Al mismo tiempo, se abren selectivamente las fronteras a quienes servirán para trabajar en las labores más arduas y bajo las condiciones más agrestes que ningún ciudadano estadounidense quisiera enfrentar.
Los menores migrantes no acompañados se liberan dentro de Estados Unidos. Algunas familias también y, como se reporta recientemente en un artículo de la Prensa Asociada firmado por Elliot Spagat el 1 de abril, se registran casos de familias migrantes liberadas sin documentos que les permitan seguir un caso de asilo (https://apnews.com/article/migants-freed-without-court-notice-paperwork-9ace3e41e0acadac7cece17c83a8f7ff). Me preocupa sobremanera el destino de estas personas, principalmente de los niños y niñas que ingresan sin familia—víctimas potenciales de explotación laboral y sexual. Parece ser que a muchos de los empleados del “lobby de las fronteras abiertas” poco les importa esto, así como les tiene sin cuidado la espera en el peligro o el destino de quienes, con su existencia, les aseguran donaciones y prestigio.
Los think tanks liberales o bipartidistas y el staff de investigación de las organizaciones internacionales especializadas en el tema migratorio, escriben también sus propuestas para una migración ordenada (y selectiva). Contribuyen, con argumentos elegantes y bien fundamentados, a proponer vías legales (legal pathways) para que los migrante se “queden en México”. En efecto, estaríamos hablando de una forma bastante tramposa e hipócrita de institucionalizar los Protocolos de Protección Migratoria (o el programa “Quédate en México”) del expresidente Trump. Y mientras tanto, familias enteras son desplazadas de manera forzada de las tierras más ricas en recursos naturales del continente (como Venezuela y la Ceiba hondureña).
Los medios y los políticos estadounidenses nos describen, con un discurso maniqueo, una realidad limitada que se queda en lo inmediato, o más bien en lo que beneficia a las agendas de los dueños del gran capital. Por eso desconfío de las causas llamadas “progresistas” y de los lobistas de las fronteras abiertas, que se apoyan en la tragedia de las minorías para seguir oprimiendo a las mayorías—sin tocar, por supuesto, los temas de clase, la plusvalía, ni la explotación laboral. Y las autoridades estadounidenses, con su lema de “ley y orden”, jamás desmantelan redes de traficantes de personas o de distribuidores de los famosos números de seguridad social. ¿Cómo desmantelarlas si son las que más apoyan al sistema? Por su parte, los líderes demócratas se desgarran las vestiduras pretendiendo proponer una reforma migratoria que quizás, y por conveniencia del gran capital, nunca va pasar. Nada está escrito en este sentido, pero parece que así será. Esta es la doble cara de quienes lucran y se aprovechan de la migración irregular.
Por: Guadalupe Correa-Cabrera