Opinión

La peligrosa romantización de la pobreza

Aún coincidiendo con muchos de los anhelos de cambio que abriga Andrés Manuel López Obrador, francamente cuesta trabajo coincidir con él en su embate en contra de las clases medias simplemente porque votaron en su contra en la Ciudad de México. Decir que estos sectores fueron engañados por la propaganda, es utilizar justamente la misma argumentación falaz que esgrimen sus adversarios, al explicar los motivos por los que el 60 por ciento de la población aprueba la gestión del Presidente: “han sido embaucados”. Es muy fácil ser “demócrata” cuando por definición los que no están conmigo carecen de razones y simplemente han sido manipulados, así sean las mayorías.

Aquí se ha dicho que la oposición no podrá constituirse en una verdadera alternativa al obradorismo mientras siga creyendo que solo le basta “desenmascarar” a AMLO y mostrar a los sectores populares los desaciertos de su Gobierno o la inconsistencia de sus ideas. Lo cual es absurdo, porque no hay ningún misterio en las razones por las cuales los que menos tienen apoyan a un Presidente que intenta hacer algo por la pobreza, la injusticia social y la desigualdad. PAN y PRI están condenados a fracasar entre estos sectores, en tanto no sean capaces de construir propuestas viables y convincentes de cara a estos problemas y entiendan que el apoyo al obradorismo de parte de las mayorías empobrecidas es absolutamente congruente con lo que está haciendo y diciendo el Presidente y ellos no. Y en tanto se tenga mal el diagnóstico, los intentos de solución no podrán ser exitosos.

Lo mismo vale para la Ciudad de México, en sentido opuesto. Sea por diseño político o por inclinación personal, el Presidente decidió priorizar a tal punto la lucha contra la pobreza que optó por dejar de lado otras reivindicaciones progresistas. Pero lo que parecía una decisión táctica, terminó convirtiéndose en una posición ideológica; en algún momento comenzó a desdeñar las otras banderas e incluso a enfrentarse a ellas. Algo inexplicable, porque en la luna de miel que se había extendido 25 años entre los sectores medios de la capital y el movimiento político que hoy encabeza López Obrador estaban emparentadas agendas de justicia social con las del movimiento feminista y diversidad sexual, temas de medio ambiente, acceso y difusión de la cultura, activismo por los derechos humanos y un largo etcétera. En todos estos aspectos, la Ciudad de México fue punta de lanza para el resto del país al mismo tiempo que se convirtió en bastión político de la izquierda representada por el PRD primero y por Morena después. Podría explicarse que las políticas públicas de la 4T se concentren en la más urgente de las necesidades, pero el abandono presupuestal sistemático de todas las demás y luego la confrontación explícita por parte del Presidente, provocaron una ruptura absurda en esa alianza implícita.

Y lo que vale para la oposición es aplicable ahora a Palacio Nacional: asumir que no hay razones para el voto en contra y creer que obedece exclusivamente a la manipulación, es errar el diagnóstico y, por ende, cualquier posibilidad de solución.

Esta explicación del Presidente tiene algo de reacción anímica y mental a lo que probablemente interpreta como una puñalada por la espalda de parte de sectores que consideraba leales. Pero más me preocupa que esta descalificación a los sectores medios vaya acompañada de expresiones que mistifican la pobreza, como si solo en ese estado se es sabio y justo. Hay un atisbo peligrosamente milenarista, anti intelectual y rural. El viernes pasado señaló que es en la ciudad donde la gente se convierte en fácil presa de la propaganda y que los que tienen licenciatura e incluso doctorados, seguramente lectores de Reforma, suelen tener “actitudes aspiracionistas, triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta”.

Quisiera pensar que son palabras improvisadas llevadas por la molestia y la irritación y no un manifiesto de su visión del mundo. Tomadas literalmente afirmarían no solo que los sectores medios fueron engañados, sino que hay algo intrínsecamente deshonesto en pertenecer a la clase media, en tener títulos universitarios o en poseer aspiraciones para mejorar la situación propia y de la familia. Siempre habíamos creído que la desigualdad social se combatía mejorando la situación de los que menos tienen; o que una sociedad más igualitaria sería aquella en la que hubiera más sectores medios y menos ciudadanos en los extremos de la opulencia y de la miseria. Cuesta trabajo creer que el Presidente quisiera justo lo contrario, que los que tienen un poco más dejen de tenerlo para así convertirse en mejores personas. Y sin embargo, eso es lo que se deriva de sus extrañas explicaciones. Ojalá que se trate de un planteamiento desafortunado, en el intento de justificar un fenómeno, el sufragio adverso de los sectores progresistas que antes votaban a su favor; algo que debería llevar a la reflexión y a la autocrítica, y no a esta absurda defensa.

El obradorismo no debería estar confrontado con los sectores medios progresistas que también desean una sociedad más justa. Hay mucho que reparar y puentes que reconstruir. No es un buen comienzo acusarlos de ser peleles de la propaganda o reclamarles por el hecho de no vivir en la miseria. El amor a los pobres no debería confundirse con el amor a la pobreza, no si es que queremos salir de ella.

Nota: con frecuencia las palabras de López Obrador son distorsionadas y sacadas de contexto; por desgracia no me parece que sea el caso, como puede juzgarse por la transcripción de la Mañanera de este viernes, en los últimos párrafos.