En el país fantástico del seis de julio, en el que todos ganaron por lo menos en sus cuentas, es innegable, empero, el triunfo de la coalición favorable al Presidente de la República, aunque con algunas abolladuras que afean el trofeo. Si bien desde la noche misma del 6 de junio los voceros de Va por México y muchos comentaristas han repetido que el mandato de las urnas significó un freno a los devaneos autoritarios del Presidente de la República, a la luz de los porcentajes los avances opositores resultan marginales, lo mismo que las pérdidas globales de los partidos aliados en torno a López Obrador, pues si en 2018 la votación por las candidaturas a diputados de Juntos Haremos Historia alcanzó alrededor del 44 por ciento, ahora su porcentaje es casi el mismo, algo así como medio punto porcentual menos.
El cuento de la oposición se ha construido sobre comparaciones equívocas. Se repite que los 30 millones de votos han quedado atrás, pero esa cifra ingente de sufragios fue para López Obrador, no para su coalición legislativa, la cual obtuvo entonces nueve puntos porcentuales menos que el candidato presidencial. Por lo demás, el porcentaje de participación de estas elecciones, si bien fue abundante para unos comicios intermedios, fue sustancialmente menor que el de hace tres años. De ahí que lo prudente sea comparar porcentajes, no votos totales.
Cuando se acerca la lente a los resultados es cuando se empiezan a notar los raspones y las depresiones en la copa de los ganadores. En primer lugar, el partido con mayor pérdida porcentual respecto a la elección de 2018 fue Morena, pues redujo su votación del 37.3 al 34 por ciento, 3.2 puntos, casi equivalente a la suma de lo avanzado por el PAN, el PRI y Movimiento Ciudadano. También el PT, el otro partido que repitió en la coalición junto con Morena, perdió en porcentaje, aunque marginalmente: 0.7 por ciento. El partido pseudo verde, por su parte, tuvo un incremento pequeño, del 0.6 por ciento, pero en 2018 estuvo en el bando contrario, lo que dificulta la comparación.
El retroceso mayor de Morena y sus aliados se da en el porcentaje de escaños obtenidos de consuno. En la Legislatura periclitada, el partido presidencial logró por sí solo logró 191 diputados. Su artificiosa mayoría absoluta de 253 escaños la obtuvo por la absorción de las diputaciones ganadas por candidaturas nominalmente adscritas al Partido Encuentro Social y la suma de seis tránsfugas del PRD. Al bloque mayoritario se sumaban, además, las 61 curules obtenidas por el PT, con lo que se acercaba a la mayoría calificada de dos tercios de la Cámara, pero sin alcanzarla. Así, es falso el cuento de la pérdida de los votos necesarios para aprobar en la Cámara proyectos de reforma constitucional, pues nunca la coalición presidencial los tuvo. Si logró sacar casi cuanta reforma constitucional se propuso López Obrador fue porque uno u otro de los partidos pretendidamente opositores lo apoyaron.
Ahora la integración de la Cámara será mucho más proporcional. Si Juntos Haremos Historia se mantuviere como coalición legislativa, cosa que está por verse dadas las veleidades de los falsos verdes, tan dados a cambiar de aliados según soplen los vientos de la política, habría entonces una holgada mayoría absoluta para impulsar leyes ordinarias y, sobre todo, para aprobar el presupuesto de egresos, tema crucial, pero la nueva composición del órgano legislativo va a cambiar, en primer lugar, la dinámica de su Gobierno interior, pues la Junta de Coordinación Política ya no será controlada durante toda la Legislatura por Morena. También cambiará sustancialmente la distribución de las presidencias y secretarías de las comisiones, con importantes efectos sobre la agenda legislativa.
La reducción de escaños de la coalición oficialista fue en parte producto de la estrategia de la alianza opositora, pues esta aprovechó los efectos del sistema mayoritario, que premia la formación de coaliciones antes de los comicios, aunque después no existan incentivos fuertes para mantener la unidad a lo largo de la Legislatura. La coalición oficialista ganó ahora 185 distritos, de los cuales Morena por sí solo obtuvo 64. La pérdida fue de poco más de 30 distritos respecto a 2018. Es en esos distritos donde se debe analizar la eficacia de la alianza del PAN con el PRI y el PRD. La mayoría de esos distritos los perdió la coalición presidencial en Ciudad de México, la zona conurbada del estado de México y la zona metropolitana de Puebla. En el resto del país, la alianza opositora resultó ineficaz.
Es precisamente en Ciudad de México donde las cuentas alegres de del oficialismo se opacaron. El batacazo recibido por Morena en la capital del país fue contundente, aunque no alcanzó para hacerlo perder la mayoría en el Congreso local. Fue aquí donde sí funcionó el llamado a la movilización contra la amenaza de la tiranía, discurso electoral dominante de los cruzados contra el Presidente. Fue sorprendente el aumento en la tasa de participación en los barrios más ricos, mientras que en las zonas más populares la abstención fue expresión del desencanto. Al voto del miedo antiautoritario, que prendió en importantes sectores de las clases medias y entre los ricos, se sumó el voto de castigo a una gestión urbana deplorable, que no se reduce a las reiteradas catástrofes del Metro.
La derrota en Ciudad de México, la única realmente dolorosa sufrida por la coalición presidencial, se compensa, sin embargo, con el avance en control territorial y político en el resto del país. El gran derrotado en las elecciones locales fue el PRI, pues incluso perdió Campeche, el estado donde su dirigente nacional se jugaba su capital político y donde quedó en tercer lugar. El PAN se sostuvo, pero el avance de Morena, ganador en 11 estados más otro, San Luis Potosí, obtenido por sus aliados, empaña cualquier triunfalismo sobre el deterioro de la capacidad de maniobra de López Obrador. Además, Morena ganó la mayoría en 20 Congreso estatales y avanzó notablemente en los comicios municipales.
El avance territorial de Morena debe ser objeto de un análisis riguroso con lupas locales, para desentrañar los pactos en los que se sustentan esos triunfos. Las señales de complicidad y connivencia con las organizaciones criminales de arraigo local son ominosas, sobre todo en Michoacán y Sinaloa.
Habrá que seguir con este recuento de los saldos electorales.