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Opinión

Sucesión

También he pensado en regresar a casa. Pero si vuelvo mañana y llego con este acento (que he defendido tanto después de pasar mi vida adulta en la capital) seguramente creerán que soy un extraño, sobre todo si aplico caló pachucho. Ya no existen los pachucos; eran una especie en extinción cuando yo era niño. Pero deje lo pachuco: ya no existe la ciudad de la que me fui.

Deseaba tanto volver a casa que me encerré en una cápsula “para regresar intacto”, según yo. Y me fui transformando en este que soy: algo de un juarense pachuco-viejo y algo de este presente chilango. Deseaba tanto volver a casa que no me di cuenta que de volver, volvería mutilado: mi padre no vive más y “mi casa” es un conjunto de cuartos que vendimos hace años y que habita alguien más.

Esto lo pienso ahora cuando escucho que Andrés Manuel López Obrador planea retirarse a su rancho dentro de poco más de tres años. Le creo que se irá adónde dice. Pero que encuentre lo que espera de un retiro, lo veo complicado. Y aquí hay varios momentos importantes para él: uno antes de octubre de 2024 y uno después; el país que deja y el país que le seguirá adonde vaya. Y estos dos momentos son los que definen el tipo de retiro que tendrá, si es que se retira porque, como digo, sí le creo que intente irse a vivir a La Chingada, su rancho; pero no creo que deje de hacer política, como también afirma, porque no dependerá exclusivamente de él.

La primera condicionante para su retiro es qué deja detrás. Dice que se olvidará de todo cuando apague la luz de su oficina en Palacio Nacional y que se encerrará en el rancho a escribir, pero para eso hay al menos dos escenarios: en uno garantiza una sucesión tranquila –y eso depende de una buena candidata o un buen candidato y de que su partido retenga la Presidencia–; o en otro le entrega el poder a una fuerza de oposición.

Nada le dará más gusto a sus adversarios que no dejarlo descansar. Y en tres años, al ritmo que lleva, sus opositores serán cada vez más porque le gusta sumarlos a diario, ya lo sabemos. Una persona común y corriente puede caber en cuatro o cinco adjetivos de los que ha lanzado. Puede ser –y es un ejemplo– de clase media, algo de fifí y aspiracionista. Queda como adversario. Y esta es una sociedad aspiracionista; somos un pueblo clasemediero y sí, muchos clasemedieros somos algo de fifí. Por eso digo que suma a diario adversarios. Y muchos de ello, aunque no sea mi caso, querrán ver que se cumpla el ritual sexenal en él: que el Presidente saliente sea inmolado en la piedra de los sacrificios.

Por eso cuando digo que he pensado en regresar, me la pienso dos veces: todo lo que creo que está allá, lejos, no existe más. Imaginen ahora a Andrés Manuel. Allá queda poco porque todo lo construyó acá; y el acá será una cuerda tensa como la de un pez que ha mordido el anzuelo: cuando quiera salir a mar abierto sentirá un jalón en la entraña. Es su pasado, que lo llama.

Así pues, o es lo que creo, dependerá mucho del tipo de transición que el actual Presidente logre. Y “lograr” es un verbo muy inestable que a veces nos da la espalda o a veces nos abraza agradecido.

Soy de la idea de que López Obrador deberá participar en la sucesión si en realidad piensa en suavizar su retiro. Y enlisto algunas de las razones.

Deberá participar en la sucesión porque su movimiento está en formación y es más fuerte que Morena, su partido. Deberá participar por la estabilidad de su equipo, ya ni siquiera por el partido: que sea una candidata o un candidato que continúe lo que empezó y resista las presiones que tendrá.

Incluso deberá participar porque no hay garantías de que la candidatura se decida con juego limpio en las actuales condiciones, y el mejor ejemplo es este: Mario Delgado es de Marcelo Ebrard, y eso no permitirá a Claudia Sheinbaum (sigo ejemplificando) que llegue sin dar codazos (y es una manera elegante de decirlo).

López Obrador deberá participar porque no hay reglas de sucesión escritas y todo está en el terreno de lo inédito; porque se desgarrará su proyecto en pleitos internos y dañará la imagen de su “4T”. Deberá participar porque la sucesión se adelantó y eso puede ser tomado como un signo de debilidad.

Deberá participar porque la prensa, los llamados “intelectuales”, los empresarios y todos los que están contra él usarán una eventual ruptura interna para ventilar lo negro y potenciar lo que haga daño a su movimiento. Y yo veo, por ejemplo, a muchos muy alineados, muy a gusto con la prensa tradicional (Delgado mismo, Ricardo Monreal) mientras Palacio Nacional intenta hacerla a un lado. En la mañana el Presidente le echa a Carlos Loret y en la noche Carlos Loret tiene de invitados especiales a cualquiera de ellos y a otros de la 4T que no ven en él a alguien que ha ofendido al Presidente sino un espacio para potenciar sus propias ambiciones.

Andrés Manuel deberá participar en la sucesión si es que piensa en un retiro mediano, porque de otra manera nunca podrá irse: lo traerán de regreso sus adversarios directos y quien asuma la Presidencia, dependiendo quién sea, por distintas razones. No será fácil, pues, ese retiro que piensa.

Y además, él. Porque cree que allá hay algo que no existe. Porque cree que todavía existe su casa pero su casa es, en realidad, la capital mexicana o esas carreteras de terracería que ha recorrido hasta aflojarse. Se fue transformando en este que es: algo de un tabasqueño-veracruzano-chiapaneco y algo de su presente chilango; alguien que ha vivido de pueblo en pueblo y que en realidad no tiene “una casa” a la cual regresar.

Creo que el Presidente confía demasiado en la posibilidad de un retiro en paz. Yo no veo cómo, si me pongo en sus zapatos.

Por Alejandro Páez Varela

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