En respuesta a mi artículo de la semana pasada, recibí una infinidad de comentarios que mucho agradezco. El reproche más frecuente que recibí fue señalar que las elecciones primarias son muy caras y por eso no se efectúan en México. Ya me referí a la raíz autoritaria de ese argumento del costo, pero merece más espacio. Efectivamente, saldría más caro tener elecciones primarias que no tenerlas. No obstante, ya expliqué los enormes beneficios que supondrían para la vida pública. Rendición de cuentas de las dirigencias partidistas, más participación popular en la formulación de plataformas y, desde luego, selección democrática de las candidaturas.
Si el problema es el costo, puede reducirse sustancialmente mediante la restricción de las campañas y la ampliación de los debates. En otras palabras, que lo decisivo antes de las elecciones primarias no sean las campañas (necesariamente costosas) sino que se organicen varios debates en plataformas digitales de los partidos políticos entre los aspirantes a cada cargo o candidatura. No se trata de multiplicar las campañas y estar siempre en medio de procesos electorales, sino de tener la oportunidad de participar continuamente, que no es lo mismo. Por ejemplo, si usted aspira a dirigir un partido político en su municipio, no se trata de que haya una campaña entre usted y sus contrincantes, sino que el partido organice debates online (4 o 5, no lo sé) y se suban a la página del partido. Así, la militancia interesada tendría la oportunidad de ver los debates, o una parte de ellos, según el tema que le interese. Posteriormente pueden establecerse mecanismos de voto electrónico para disminuir los costos de la elección interna.
Ese mismo procedimiento puede usarse, con algunas variaciones, para una elección primaria en aras de obtener candidaturas locales y federales. No es imposible con el presupuesto público que reciben los partidos políticos en México. Si no se hace es por falta de voluntad política, pues la implicación más importante de las elecciones primarias sería quitarle poder a las dirigencias y transferirlo a la militancia. No más candidaturas de mayoría ni plurinominales por compadrazgo, y eso supondría una merma sustancial del poder de las cúpulas. Si hubiera una visión de largo plazo, los dirigentes se darían cuenta que lo anterior reforzaría su legitimidad ante la opinión pública y mejoraría la imagen tan poco valorada de los partidos políticos.
La política exige imaginación, y eso es lo que ha faltado en la vida pública mexicana. Cuando se estaba negociando el primer TLCAN en la década de 1990, muchos miembros de la elite empresarial se oponían. Decían que en México no existía una tradición de libre competencia y libre comercio. De acuerdo con ellos, no estaba en sintonía con "nuestra cultura". Tres décadas más tarde, inclusive la izquierda partidista mexicana que siempre se opuso al TLCAN, tuvo que negociar el nuevo TMEC. Las prácticas de libre comercio se habían instalado como una necesidad ineludible en el México contemporáneo. Lo mismo puede pasar con la democracia interna en los partidos políticos.