Opinión

¿Cuba sí, Colombia no?

Pocos temas de política internacional dividen tan de tajo las opiniones de la sociedad mexicana como la postura que cada grupo y sector asume frente a Cuba. Tan es así, que luego de una reciente movilización ciudadana inusual en la Isla, en México de inmediato arrancaron los debates en torno al impacto que ha tenido el embargo comercial de parte de Estados Unidos en la economía cubana, por un lado, y por el otro, sobre el tipo de Gobierno que ejercen sus mandatarios y donde la palabra dictadura se convoca por sus detractores a las primeras de cambio. Lo sorprendente, visto desde México, es que una sola manifestación masiva que no tuvo represión visible, -salvo la que circuló en videos que resultaron falsos-, levantó más polémica y movilizó a más liderazgos y plumas destacadas que de inmediato manifestaron su solidaridad con el bando que cada uno dice apoyar. El caso contrario es Colombia, que hace ya varias semanas ha experimentado un nivel de movilización absolutamente inédito, masivo y popular y donde el número, sobre todo de jóvenes desaparecidos y posteriormente asesinados, es escalofriante y, sin embargo, no se han visto muestras de solidaridad y presión política desde México contra el Gobierno abiertamente represor de ese país.

 Mientras que Cuba levanta polémica y odas de apoyo o descalificación, Colombia sólo logra convocar a la propia comunidad colombiana que radica en México al limite de la angustia por lo que ocurre en su país de origen. Si eso no es hipocresía, habría que revisar ese concepto en el diccionario porque muchos de los liderazgos políticos mexicanos están mostrando el cobre de la peor manera posible.

En el caso de la sociedad mexicana propensa a sumarse también al debate sobre Cuba, es notable lo poco interesada que se muestra sobre lo que pasa en Colombia. Lo paradójico es que es en este contexto cuando sería el mejor momento para asumir nuestro rol de país de tránsito y destino migratorio y alejarnos de una pugna ideológica que resulta estéril si no se acompaña de solidaridad genuina. Lo digo a propósito del reciente descubrimiento público y tarea a revisar (y esperemos sancionar), por parte de la autoridad mexicana, respecto a la existencia de zonas de detención de personas extranjeras, latinoamericanas, sobre todo, en el aeropuerto de nuestra Ciudad de México –pero también grave en las fronteras nacionales–. Se trata de una práctica recurrente por parte de la autoridad migratoria de detener a personas con documentación para cruzar o venir a turistear a un país que se presume amigo y que, de manera deliberada y discrecional, separa a quienes considera perfiles indeseables, aunque al final, si tienen suerte, acaben pidiéndoles disculpas, como ocurrió en el caso como el de Miguel Ángel Beltrán Villegas, colombiano de visita en nuestro país y que pasó el calvario de la detención arbitraria hace apenas unos días. Súmele a esta práctica, que no es nueva, pero que no se ha modificado en el nuevo régimen y esto hay que reconocerlo, lo que se puede catalogar de tortura psicológica, esto es, la separación de los niños extranjeros de sus padres detenidos, justamente cuando apenas hace unos meses vitoreábamos como un logro el avance legislativo sobre la condición de los niños, niñas y adolescente migrantes en México. De ahí que más allá de esta coyuntura, si queremos ayudar a los cubanos, los venezolanos, haitianos, ecuatorianos, nicaragüenses y sígale por el continente entero, en lugar de quedarnos sólo en el debate ideológico sobre quién es el Gobierno más represor o dónde hay más carencias exacerbadas por la pandemia, porque ningún Gobierno saldrá bien librado, podríamos alzar la voz sobre el trato injustificado que reciben aquí mismo, en territorio mexicano, muchos de los que huyen de gobiernos que han precarizado a sus sociedades al punto de no dejarles más opción que huir de ahí.

Por Leticia Calderón Chelius