En la más reciente reunión de cancilleres de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, retomó la idea de la integración regional introduciendo un enfoque que incluye a los Estados Unidos, cosa que se aparta del enfoque tradicional y, dicho sea de paso, nunca trascendió la retórica.
“…Sostengo -dijo-, que ya es momento de una nueva convivencia entre todos los países de América… Hay que hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos a Estados Unidos o de oponernos en forma defensiva… Es tiempo de expresar y de explorar otra opción: la de dialogar con los gobernantes estadounidenses y convencerlos y persuadirlos de que una nueva relación entre los países de América es posible…”
Tal vez por la perplejidad que un planteamiento así debe haber provocado, dos días después, el Presidente insistió: “Acerca de mi planteamiento del sábado… Creo que se debe de buscar una nueva relación entre todos los países de América, y creo que hay que convencer y persuadir a las autoridades de Estados Unidos para que nos integremos con respeto a la soberanía de cada país…” (SIC).
Como quien ha sopesado diversas aristas, el Presidente afirmó: “Estoy consciente que se trata de un asunto complejo que requiere de una nueva visión política y económica…” La propuesta es construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades…”
En ese espíritu añadió: “…No debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo… Es una gran tarea para buenos diplomáticos y políticos como los que, afortunadamente, existen en todos los países de nuestro continente”.
La idea de forjar en América Latina una entidad económica y políticamente semejante a la Unión Europa y desde esa perspectiva y con esa fuerza más, tramitar una integración concertada con Estados Unidos, de lo cual, según la lógica de Obrador: la integración de México con Estados Unidos a partir de los tratados de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC) son precedentes apropiados.
En México, las primeras reacciones ante la propuesta se contaminan con la política interna y con las estrategias electorales, mientras que internacionalmente los comentarios son pocos. Uno de ellos es el del Julio Cesar Gambina, calificado economista y académico argentino de orientación marxista, quien endosa la propuesta asumiendo que:
“Volver a instalar la potencia de la integración regional resulta un imperativo de época… Las resoluciones (de CELAC) trascienden la dimensión política y diplomática, para perfilarse como ámbito para una mayor articulación económica… Por otro lado, se sostiene la ilusión que aún es posible reformar el orden existente… La integración no subordinada no debe ser solo una propuesta a futuro, sino un imperativo de la hora para atender las urgentes necesidades civilizatorias en América Latina y el Caribe”.
Aunque me hago cargo de que la idea requiere un difícil consenso regional y de la aquiescencia de los Estados Unidos, que después de completar su expansión territorial, se abstuvo de sumar nuevos territorios, asumiendo a Cuba como protectorado y a Puerto Rico como apéndice, me inclino a otorgar a AMLO el beneficio de la duda.
En cualquier caso, se trata de un enfoque diferente (no me atrevo a decir “innovador”), que soslaya la idea sostenida por la izquierda de que, para avanzar en la integración latinoamericana, es preciso apartarse del capitalismo y confrontar a Estados Unidos, lo cual según la evidencia histórica es inviable.
Del mismo modo que la economía global no puede funcionar sin China, la de Europa sin Alemania, la de América Latina difícilmente pueda avanzar sin encadenamientos con la de Estados Unidos.
Aunque insólita, la sugerencia es una posibilidad, por cierto, remota. Tal vez AMLO sepa o intuya algo que los demás ignoramos. Según se afirma: “En política lo importante no se ve".
Por Jorge Gómez Barata