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Opinión

Primavera Árabe a 10 años: el caso de la crisis en Túnez

La Revolución del Jazmín. Así la llamaban cuando nació. Luego, cuando se expandió desde Túnez hacia otros países de la región, le cambiaron el nombre y empezaron a llamar “Primavera Árabe” a esa serie de protestas y manifestaciones que, durante meses, tuvieron lugar en 18 distintos países de la zona en 2011. Lo que es cierto es que Túnez era un país muy diferente a Egipto, Libia, Yemen o Siria. Y, por lo tanto, replicar lo que iniciaba cuando Mohamed Bouazizi se prendiera fuego en las calles tunecinas, no iba a ser fácil. Hoy, en 2021, cuando el presidente de Túnez ha suspendido al parlamento, despide al primer ministro y asume poderes ejecutivos, las protestas en Túnez han sido nuevamente prohibidas. A reserva de observar lo que siga, se palpa el temor de que esta incipiente democracia —posiblemente el único caso de relativo éxito de aquella Primavera Árabe— está siendo comprometida. Pero vayamos por partes:

Primero, con todos sus problemas, Túnez fue la excepción, no la regla. Túnez era excepción porque su sociedad estaba mayoritariamente conformada por clases medias urbanas con bajos niveles de pobreza. Túnez era el país que más se parecía a ese modelo que algunos medios proyectaban de ciudadanía conectada a redes sociales, pero fue también la excepción gracias individuos como los que componen las organizaciones del cuarteto que recibió el Nobel en 2015, quienes supieron, en momentos de altísimo riesgo, encauzar el diálogo entre actores enfrentados, y encontraron la manera de generar acomodos para una transición relativamente pacífica hacia la democracia. Túnez fue también la excepción gracias a otros actores políticos no galardonados, quienes estuvieron dispuestos a jugar con las reglas y a retirarse cuando los votos no les favorecieron.

Después de Túnez, casi de manera paralela en enero del 2011, se sucedieron protestas masivas en Egipto, Yemen y poco después en Libia y Siria (además de otros 13 países), pero en cada uno de ellos, la historia fue diferente e incluso varios como Yemen, Libia y Siria terminaron en guerras civiles. En Túnez, hasta ahora, el régimen semipresidencial y la democracia parlamentaria, habían procesado los conflictos que fueron emergiendo. Pero como ha ocurrido en tantas partes del mundo, la pandemia ha venido a complicar las cosas. La economía se encuentra en crisis y la popularidad del primer ministro Hicham Mechichi, apenas en su cargo desde septiembre del 2020, se encontraba por los suelos.

Estos factores facilitan la decisión del presidente, Kais Saied, de invocar un artículo de la constitución y suspender el parlamento, despedir al primer ministro junto con todo su gabinete, y asumir la “autoridad ejecutiva” del país.

Lo que siga en este punto dependerá de al menos cinco factores clave: (1) el respaldo del ejército, el cual, por ahora, parece encontrarse del lado del presidente, (2) el respaldo de la ciudadanía. Como dijimos, el primer ministro, Mechichi tenía una muy baja popularidad. Su gobierno fue marcado por el descontento y protestas callejeras. Aún así, habrá que ver en qué medida la gente decide apoyar al presidente Saied, (3) la duración de las medidas de excepción, (4) la reacción de los diversos actores políticos del país que ya han denunciado la decisión de Saied a quien califican como golpista, y (5) la reacción de la comunidad internacional.

Como sea, el caso de Túnez importa porque de ello dependen los destinos de millones de personas, pero también por las lecciones que tiene que aportarnos a quienes observamos con mucha cautela los eventos de aquella “Primavera Árabe” del 2011 y las repercusiones que sigue arrojando no únicamente para aquella región, sino para el planeta entero.

 

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