Opinión

El duro oficio de arar en el mar

Tengo edad y recorrido político suficiente para haber vivido las crisis bilaterales que colocaron a Estados Unidos y Cuba al borde de la confrontación directa. (1) Toma de posesión de Kennedy (1961). (2) Invasión por bahía de Cochinos (1961). (3) Crisis de los Misiles (1962). (4) Campaña electoral de Barry Goldwater (1964). (5) Administración de Reagan (1981-1989). El momento actual me parece tan peligroso como cualquiera de aquellos, incluso más. 

Aunque los componentes militares son ahora menos intensos, no lo es la coyuntura. En términos de alianzas políticas protectoras, Cuba es más vulnerable, el bloqueo económico de Estados Unidos alcanza niveles demenciales, la pandemia azota, diezma la gente y consume los escasos recursos y, en conjunto con incapacidades de la economía nacional, da lugar a una delicada situación. Por añadidura, como consecuencia de tales fenómenos y como resultado natural de un dilatado proceso, aparecen fisuras en los consensos nacionales.

El gobierno del presidente Miguel Díaz-Canel trabaja y lo hace con intensidad, eficiencia y consagración, pero no son magos. Es verdad que queda la opción de reiterar el llamado a la resistencia, pero la resistencia es un recurso, no un programa político estratégico. Dos estadistas, Felipe González, de España, y Andrés Manuel López Obrador, de México, en tono amistoso, aunque más lúgubre que glorioso, han acudido al recurso de comparar la situación cubana con la de Numancia, cuyo trágico destino es un referente, no un paradigma.

Puedo imaginar que ante el desfavorable panorama que ofrece el diferendo bilateral, los ex presidentes Barack Obama y Raúl Castro deben sentirse tan frustrados, debido al retroceso experimentado por la avenencia que ellos lograron y que podía haber conducido a la normalización de las relaciones. Excepto Donald Trump y su nefasta zaga, no existen elementos nuevos ni decisivos que expliquen el actual estado de cosas.

Si algo no puede sostenerse es la pretensión de atribuir la actual crisis bilateral a la respuesta gubernamental a eventos como los del barrio de San Isidro y los disturbios del pasado 11 de julio, ante los cuales pudo haber más mesura, pero que con toda probabilidad no hubieran existido, o su significado hubiera sido diferente de haberse retornado, como debió ocurrir al espíritu que en 2014 llevó a Raúl y Obama a una zona en la cual los entendimientos fueron posibles.        

Al principio de esta nota dije que había vivido todas las crisis bilaterales, pero también asistí al instante magnífico del relativo deshielo y vi a La Habana disfrutar de sus dones. En el “Air Force One”, Obama desembarcó en la capital cubana, pero lo hizo con los cañones enfundados y sonriendo. Así lo recibió Raúl, fraterno y elegante.

De eso y de aflojar el dogal que asfixia a los cubanos y retornar a una política de avenencia que permita restablecer la normalización se trata. Afortunadamente, Trump no pudo romper las relaciones ni impedir que más de 20 acuerdos continúen ejecutándose, lo cual crea una base firme para avanzar.

Felizmente, Barack Obama y Raúl Castro están vigentes, como también lo están John Kerry, Bruno Rodríguez, Josefina Vidal y Roberta Jacobson, Nancy Pelosi, Daniel Sepúlveda, Antoni Blinken y Alejandro Mayorka, Ricardo Zúñiga, Ben Rhodes, Jeffrey DeLaurentis y Jose Ramón Cabañas, que desempeñaron papeles protagónicos en aquel proceso. 

En el entorno político actual, cuando las tensiones se aproximan a los límites y no bastan las críticas y las respuestas enfáticas, pudiera acudirse a personalidades proclives a la aproximación entre Cuba y los Estados Unidos, para procurar que ejerzan sus influencias. Entre otros muchos, pudieran mencionarse a Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Samantha Power, así como decenas de congresistas, senadores, empresarios e intelectuales estadounidenses y de todo el mundo, activos en la causa de la paz, la seguridad internacional y los compromisos humanitarios.

El Papa Francisco, que interpuso sus buenos oficios, así como gobernantes preocupados por la paz, con acceso a los círculos políticos estadounidenses, incluido el Secretario General de la ONU, pudieran sumar su prestigio a una causa urgente con más matices humanitarios que políticos. Naturalmente, los presidentes Joe Biden y Miguel Díaz-Canel son las figuras claves de estos procesos.  

Trabajar con este influyente activo y tratar de movilizarlo a favor de una causa legítima y en la que creen, pudiera ser una tarea de diplomacia política que tal vez arroje frutos. No basta con ripostas y emplazamientos necesarios, sino que, también se requieren acciones positivas decisivas. Vale la pena intentarlo.