Ignoro si sea veraz o no: las opiniones son encontradas. Lo ignoro, pero no me incomoda: las desavenencias son parte de la vida; fortifican los encuentros y siembran preguntas. Me refiero al concepto chino para la palabra crisis, cuyos ideogramas, de acuerdo a algunos autores, representan “riesgo y oportunidad”; otras fuentes no concuerdan con dicha idea: falaz, dicen. Cuando el tema es enfermedad, o más bien, la persona enferma, la idea —“riesgo” y “oportunidad”—, me seduce. Lo veo y lo vivo con quienes confrontan desajustes corporales o mentales. Del orden —salud— al desorden —patología— el recorrido es largo. Bien lo explica Chögyam Trungpa: “El camino es la meta”.
El proceso de quienes sufren alteraciones físicas o psíquicas, y finalizan “bien” deviene modificaciones internas: ni el mundo es como era, ni las personas son como eran, ni uno mismo es como era: es y era como parteaguas del antes y del después y como paráfrasis para vivir el día desde otro ángulo.
La mayoría de los enfermos, pienso, se acogen a la idea de Trungpa, “el camino es la meta”. Quienes sanan aprecian la salud personal y social desde otra perspectiva: una oportunidad para continuar. Incluso, algunos enfermos terminales conscientes del proceso final, entienden que la muerte, dada la magnitud de la enfermedad y del sufrimiento personal y de los seres cercanos lo comprenden: fallecer es la última estación del camino; transitar los últimos días con entereza y con dignidad es una bendición.
La etimología siempre ayuda. Crisis proviene del griego krisis, “decisión”, y, a su vez, del verbo krino, “yo decido, separo, juzgo”. Dicho concepto designa el momento en que se produce un cambio en algo o en una situación, ya sea debido a una enfermedad, en la naturaleza, en la política o en la vida de una persona o de una comunidad. El lenguaje corriente también contribuye: crisis implica un cambio total o parcial de una situación. Winston Churchill, dueño de sabidurías diversas, ofrece una perspectiva interesante: “Toda crisis es mitad un fracaso y mitad una oportunidad”.
Las crisis provocadas por el dolor invitan a separar primero y a decidir después. Separar invita a reflexionar, de ser posible, anclando las ideas con sosiego, sin prisa, en silencio. Es deseable separar lo bello de lo triste, recordar lo bueno y confrontarlo con lo malo, apreciar lo construido e intentar aceptar lo negativo. Frente a los cambios impuestos por la enfermedad es sabio decidir, i.e., buscar senderos nuevos y sortear los viejos, (re)valorar los lazos amorosos y amistosos, comprender lo que se ha dejado de ser y aceptar lo que ahora se es. Ni separar ni decidir son tareas fáciles. Menos lo es cuando la razón de la crisis es dolor y el motivo de éste es una enfermedad sin solución.
Cuando se sortean las crisis provocadas por enfermedades y el mundo se abre de otra forma, las oportunidades devienen retos y los retos, oportunidades. “Está bien no estar bien” me comentó un paciente meses después de sanar. “Está bien no estar bien” es una suerte de escuela. Quienes han recorrido el camino de uno a otro extremo lo saben. Esa idea debería ser motivo de reflexión para enfermos y alumnos de medicina. Esa idea pregunta y siembra. El tiempo del dolor, sus preguntas y retos, es inmenso.