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Opinión

Los soldados me engañaron

Esta semana se llevó a cabo la “comparecencia” del expresidente Uribe ante la Comisión de la Verdad, nacida del acuerdo de paz con las FARC.

La comisión tiene como centro de su accionar a las víctimas, por eso busca la verdad de lo acontecido en el marco del conflicto armado como medio para su reparación y garantía de no repetición.

Ante ella han comparecido los expresidentes Juan Manuel Santos, Ernesto Samper y César Gaviria y Andrés Pastrana ha pedido ser escuchado; todos ellos fueron impulsores de procesos de paz aunque el único que concluyó exitosamente fue el de Santos por lo cual le fue concedido el Nobel de paz. Todos ellos fueron a la sede de la comisión, dieron sus versiones y respondieron las preguntas de los comisionados

El expresidente Uribe ha dicho que no acepta a la Justicia Especial de Paz (JEP) ni a la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad (CEV) porque son producto de un acuerdo que rechaza, sin embargo, propuso dar su versión pero bajo sus condiciones: sería en una de sus haciendas y él definiría los puntos a tratar. El padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión, tal vez guiado por su espíritu cristiano aceptó esas condiciones que reconocían pero negaban la entidad que dirige y acudió con dos comisionados más a recibir su versión.

Todo era anómalo desde el comienzo: que el padre aceptara ir a donde Uribe lo citara como si él fuera el compareciente, que se ciñera a sus reglas, que la cita fuera en una hacienda porque en la simbología del conflicto armado y más en lo relacionado con el expresidente y su hermano procesado por la creación del grupo paramilitar de Los doce apóstoles en una de las haciendas familiares, estas tienen un peso de ingrata recordación. En los procesos por entrega irregular de baldíos de la nación parece que hubo asignación al exmandatario.

Todo ello conforma una red de imágenes negativas sobre las haciendas y, aunque el mandatario no ha sido condenado y por tanto lo cobija la presunción de inocencia, para las víctimas hay sobre ello un imaginario que recrea su despojo y su dolor.

Ya en la entrevista lo primero que llamaba la atención era la puesta en escena: Uribe sentado en una silla alta tal vez sobre una plataforma porque él es de baja estatura y el padre Pacho y los comisionados en sillas bajas, en un plano inferior. No pude menos que recordar El infinito en un junco, el extraordinario libro de Irene Vallejo en el que hablando de las contradicciones de Platón dice que este daba sus clases en una silla alta llamada khatedra, rodeado de las más pequeñas de sus discípulos para remarcar su distancia y poder.

Desde ese trono Uribe se dedicó a pontificar sobre las bondades de su gobierno y su inocencia sobre todo en el caso de los falsos positivos que cobraron la vida de 6.402 inocentes presentados como guerrilleros caídos en combate.

Como telón de fondo de la conversación que por largos ratos parecía monólogo, se oían los relinchos de los caballos; en ocasiones fue interrumpida por los gritos de uno de los hijos del expresidente -sin cabida en un hecho de la esfera de lo público- que reclamaba que a su padre lo estaban incriminando y que la comisionada presente era simpatizante de las Farc: “A Santos lo trataste como un gran hombre. Allá (en la Comisión de la Verdad) lloró y lo trataste como un rey”. Su padre tan severo que este mismo hijo contó cómo en una ocasión lo hizo beber su propio vómito “para que aprendiera”, no lo reprendió por su grosería; sólo cuando dijo que las FARC “le sabía a m…” le dijo en un tono que no lograba ocultar su complacencia: cállate (así, con el acento en la segunda a) Tomás.

A la pregunta sobre su relación con las Convivir, que se convirtieron en paramilitares, dijo que era inocente, pero en las redes que todo lo esculcan aparece un documento, firmado por él como gobernador de Antioquia otorgando personería jurídica a la Convivir El Cóndor, una de las más cuestionadas.

Su peor reacción fue cuando le preguntaron por los falsos positivos: dijo que él era inocente, pero que los soldados lo engañaron. Vamos a ver cómo reaccionan a esto los militares hoy procesados por estos delitos. Quien condecoró a militares condenados por alianzas paramilitares como el general ® Rito Alejo del Río (el coronel ® Carlos Velázquez dice que hizo denuncias públicas sobre él y que el ministro de Defensa le presentó evidencias que Uribe desestimó), visitaba las guarniciones militares y lanzaba una política de incentivos por bajas del “enemigo”, ahora resulta que sólo fue engañado por esos uniformados.

El general Mario Montoya, a quien se atribuye gran número de falsos positivos, dijo ante la JEP que él era inocente, que los culpables eran los soldados que eran tan incultos que habían tenido que enseñarlos a usar los cubiertos y utilizar los inodoros y por eso entendían mal las órdenes.

¿Cómo puede entenderse que esos soldados tan atrasados, que ni siquiera podían entender una orden, incultos, analfabetas, tuvieron la astucia y la inteligencia para engañar a una persona tan inteligente, con estudios superiores, exitoso como político y hacendado como el expresidente Álvaro Uribe?

En su conversación con la CEV el expresidente, propuso “una amnistía general, una especie de borrón y cuenta nueva”. ¿Cómo puede entenderse eso si se ha dedicado a combatir a la JEP diciendo que en el Acuerdo de Paz se pactó la impunidad? La campaña por el NO en el plebiscito se basó precisamente en rechazar esa supuesta impunidad. ¿Y hora la propone para los máximos responsables de delitos, sin compromiso con la verdad ni la reparación a las víctimas que la normativa internacional y nacional niegan rotundamente?

En este momento el expresidente está procesado por presunto soborno de testigos y fraude procesal y aunque la fiscalía, aliada del gobierno pide la preclusión del proceso no se ve fácil que lo logre. Las declaraciones de los militares que se acogieron a la JEP pueden salpicar a mucha gente.

Es por lo menos inoportuno su pedido de amnistía porque puede interpretarse como alegato en causa propia.

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