Es difícil calcular con tanta anticipación si el bloque opositor logrará, primero, acordar un candidato conjunto y, segundo, que le alcance para recuperar la Presidencia. Por la víspera se puede adelantar que no le dará para 2024. Sin embargo, eso no significa que la oposición, una fuerza amorfa pero consolidada, no vaya a volver al poder. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que la oposición volverá a Palacio Nacional porque la alternancia es parte de una democracia. La duda es quiénes volverán.
Por supuesto que el Gobierno central puede definir en parte quiénes regresan al poder, aunque no tenga el poder suficiente para evitar que lo hagan. El Presidente López Obrador parece renunciar públicamente a la influencia que ejerce sobre las distintas fuerzas, aunque lo haga. Pongo un ejemplo: dice que “la prensa se regula con la prensa” y claramente no es así: en la peor crisis de medios de la historia –y no sólo en México sino en todo el mundo–, decide apuntalar a Televisa, TV Azteca y La Jornada y no sólo con la asignación de publicidad oficial, sino orientando a sus seguidores a despreciar, por citar algunos, a Reforma o a El Universal.
Lo mismo pasa con las fuerzas políticas. El Partido Verde tiene una silla en su administración y aunque no es distinto a otros, lo justifica. En cambio, pone como ejemplo de corrupción al PAN o al PRI. Los tres son lo mismo. Pero él ha decidido que los corruptos verdes son mejores que los corruptos prianistas. Y esa es una manera de participar en la vida de los partidos políticos.
Aunque el Presidente no quiera o lo niegue, tiene la fuerza para orientar las fracciones de poder y regularlas. Y voy ahora a dos ejemplos que permiten explicarlo mejor.
Urgido de legitimidad, Carlos Salinas de Gortari se comió en la mesa a una fracción del PAN para hacer a un lado a los verdaderos opositores. Cuando sentó en Los Pinos a Diego Fernández de Cevallos y a Luis H. Álvarez (entre otros) les daba viabilidad y les compartía porciones de poder, lo que le permitió hacer a un lado a Manuel Clouthier y a Cuauhtémoc Cárdenas. La jugada le sirvió para gobernar hasta 1994, y más: así fue como decidió el tipo de transición que vendría en 2000. Llegaron a Los Pinos los más cercanos al PRI, y los otros que buscaban un cambio de fondo fueron mermados, golpeados y echados a la calle. Llegó un neoliberal sin vocación por la gente, Vicente Fox; el opositor-entre-comillas ideal para los intereses de Salinas.
Ahora pongo un ejemplo opuesto, y sumamente actual. Me muevo hasta Afganistán, un caso extremo. Cito personajes y situaciones que quizás no encajan en México pero ayudan a comprender mi punto.
Para dominar en el terreno, Estados Unidos sentó en el poder a señores de la guerra tan brutales como los talibanes. Pongo dos casos sobre los que he escrito en el pasado: Ismail Khan y Abdul Rashid Dostum. Acusados de asesinatos masivos; de sembrar y cultivar amapola y de robarse parte de los presupuestos nacionales, pudieron gobernar desde las provincias durante dos décadas. En cambio, Washington decidió no sentarse con los talibanes; ignorarlos durante 19 años y combatirlos. Pero todos sabían que los radicales islamitas tenían cuarteles en todo el país; habían infiltrado al ejército; tenían rentas por las drogas, la extorsión y las cuotas territoriales. Tenían en sus manos gobiernos locales.
Por eso su regreso al poder fue tan fácil. Ni combates hubo, realmente. Consumaron una de las mayores victorias de todos los tiempos simplemente quitándose uniformes de civiles y poniéndose los del talibán. Y ya. Tenían poder económico y político; civil y militar. Su llegada a Kabul extrañó a Joe Biden pero no a los analistas de inteligencia. No fue sino dos años antes de la caída de Afganistán que Donald Trump sentó en una mesa al Talibán. Demasiado tarde.
Son dos ejemplos que todos podemos entender fácilmente y por eso los uso. No comparo a ninguno de los actores de esos episodios (el de 1988 y el de Afganistán) con la vida política del México contemporáneo. López Obrador no es Carlos Salinas, ni Dostum o Khan son Alejandro Moreno o Marko Cortés. Uso los episodios como genéricos de cómo se pueden administrar las crisis y sobre todo, cómo se puede decidir, si se quiere, las variables de una ala opositora.
Me regreso, ahora, a lo que decía: que es difícil calcular si el bloque opositor logrará un candidato conjunto sin romperse en pedazos y si podrá recuperar la Presidencia en 2024. Lo primero saldrá, no sin pisar callos. Pero lo segundo lo veo remoto. Sin embargo, sí creo que la oposición regresará al poder cuando esté lista. ¿Cuándo? Difícil calcularlo. Esa posibilidad existe porque México es una democracia. Lo que no sabemos es cuál oposición regresará.
Algunos dicen que si Marcelo Ebrard no resulta electo candidato presidencial de Morena (y queda Claudia Sheinbaum) se propondrá a la oposición. Ambos saldrían ganando. Y podría ser, si esa posibilidad se cuaja, una manera de regular a la oposición: ponerle un candidato más cercano a Palacio Nacional. Otros dicen que esa es una locura y ya. Yo no lo descarto (como no descarto a Lorenzo Córdova, quien ha retumbado en ciertos círculos). El futuro está lleno de días. Nadie descarte nada.
Otros dicen que no es posible regular el péndulo como no se puede domar la gravedad. Que se movió radicalmente hacia la izquierda y que toca, por el movimiento oscilatorio, irse a la derecha. (Que Dios, o quien quieran, nos libre de la derecha radical). Imposible saberlo. Imposible adelantarse tanto al resultado pero, de que es posible influir en el futuro, es posible. Ya veremos y diremos. Como dicen por allí: guarden este texto.