Opinión

No todo es líquido

De las muchas metáforas que emplea la ciencia y que terminan por volverse conceptos rigurosos, hay una relativamente reciente —quiero decir, no es tan vieja como la alegoría de la caverna de Platón— que ha significado el éxito y la popularidad mundial de quien la formuló: me refiero a la analogía del líquido para referirse a una serie de fenómenos actuales: “el amor líquido”, “la sociedad líquida”, “el miedo líquido”, “la modernidad líquida”, “la vida líquida”, etc., del sociólogo-filósofo Zygmunt Bauman. La elocuencia y visibilidad que posee dicha metáfora parece instalarnos ante la comprensión de nuestro tiempo en el que, de hecho, todo parece literalmente “liquidado” (al menos en dos de las acepciones: hacer líquido y matar).

Resulta una metáfora en extremo exitosa, porque al asociar asuntos tan complejos e inasibles como la sociedad, la vida, la modernidad, el amor, la identidad, el conocimiento… con algo tan familiar como el agua, nos permite captar de golpe, en una imagen visual, no solo dichos asuntos en el presente, sino comprenderlos también en el pasado, gracias a la metáfora complementaria que propone el mismo Bauman: “lo sólido”; término con el que rebautiza a lo que quedó atrás. Así, el amor sólido del pasado (estable y de vínculos firmes) se contrasta con el amor líquido de hoy (cambiante, superficial, pasajero); la relación sólida con el conocimiento que había en el pasado (cuando uno se apropiaba de contenidos y profundizaba en ellos) se enfrenta a la relación líquida con el conocimiento de hoy (desarrollo de destrezas, acopio disperso de datos, información volátil); y también, la antigua relación sólida con el trabajo (entrega, permanencia, responsabilidad) se contrasta con la relación líquida del trabajo actualmente (provisionalidad, cambio, búsqueda de una oportunidad mejor).

Estas metáforas han permitido volver menos inasible la sensación que hoy nos provocan las cosas y hasta parece lógico, a través de ellas, que los problemas de la sociedad se presenten impredecibles, pues, claro, si una sociedad es líquida, la forma que puede adquirir de un momento a otro es impredecible, pues tal y como ocurre con el agua que en un momento posee la forma cilíndrica del vaso que la contiene, un instante después, cuando el vaso se triza, nadie sabe la forma que esa agua adoptará.

Cuando a la metáfora inicial, muy elocuente, se le siguen sacando y sacando consecuencias, se elabora una teoría coherente, pero no por fuerza correcta y este es el caso de lo afirmado en el párrafo anterior a propósito de los problemas actuales, pues según la metáfora de lo líquido, los problemas de hoy resultan impredecibles: el líquido cambia tan súbitamente de forma que no hay modo de prever su estado futuro; pero, si uno se detiene a pensarlos no solo eran predecibles, sino completamente esperables y hasta se habían anunciado.

Hay un límite a la exploración del mundo con metáforas, y podemos entenderlo muy fácilmente con dos de los temas que aborda Bauman: el amor líquido y el trabajo líquido. Efectivamente, las relaciones amorosas se parecen al agua: no tienen consistencia, no son firmes, tampoco son duraderas, no se crean compromisos, se va de una a otra buscando antes que nada tener más experiencias; y otro tanto ocurre con el trabajo; el trabajador no busca permanecer, hacer carrera en una empresa: cambia de una a otra continuamente y, a veces, hasta de giro: pasa de periodista a chef o se vuelve estilista. Pero, contra lo que dice Bauman, de que no es posible prever las consecuencias, creo, por el contrario, que son evidentes y completamente predecibles, pues, más allá de como quieran adoptar la vida las personas, en la vida, las cosas ocurren de acuerdo con una lógica férrea como de piedra. Y no resulta difícil prever la soledad y el desempleo que aguardan en el futuro a quienes hoy viven sin echar raíces en nada, ensayando y aventurándose en lo que sea. No todo es líquido: la realidad es sólida como una piedra.