La intención del Presidente Andrés Manuel López Obrador de promover una revisión de las relaciones de América Latina con Estados Unidos no solo es razonable sino necesaria. Las instancias multilaterales que ahora existen, particularmente la Organización de Estados Americanos (OEA), no corresponden a la nueva geopolítica que vive el planeta, tras la crisis de la globalización del último lustro. Los cambios de régimen en México, Argentina, Ecuador, Perú, Bolivia, El Salvador, entre otros, hacen obsoleta una organización que, en el contexto del Gobierno de Trump, padeció una regresión de carácter conservadora, ajena a lo que ha venido experimentando el resto del continente.
Y, por lo demás, al margen de ideologías, los países de todo el orbe intentan explorar nuevas maneras de insertarse a una realidad compleja. En lo económico, las medidas proteccionistas de las propias metrópolis y sus guerras comerciales obligan a los estados nacionales a repensar la estrategia anterior, que consistía en una apertura indiscriminada a los mercados mundiales. Los intereses regionales y nacionales han adquirido una preeminencia que había desaparecido, aunque todavía están por definirse los nuevos límites en materia de autosuficiencia económica y energética. Y en lo político, el protagonismo decisivo de nuevos actores, esencialmente China, y los vaivenes que genera la alternancia en Washington, obligan a mejorar la capacidad de negociación de nuestros países.
López Obrador entiende que México puede y debe asumir un papel decisivo gracias a su posición estratégica como aliado comercial e industrial de Estados Unidos. Tiene, por así decirlo, un derecho de picaporte que ningún otro país latinoamericano posee frente a Washington.
Una OEA que nadie respeta por su servilismo a Estados Unidos termina por ser inútil incluso a su amo. En ese sentido, el Gobierno de Biden podría ser sensible al llamado de renovación al que ahora convoca el Presidente mexicano. A Washington le vendría bien un espacio para negociar consensos y definir criterios que restablezcan una nueva versión, más elegante y humana, del viejo lema “América para los americanos”. Si no lo hace, China seguirá ganando terreno (y control de materias primas) gracias a sus macro inversiones oportunas y muchas veces irrechazables por gobiernos de Centroamérica y Latinoamérica. Aunque fuese por motivos puramente egoístas (disminuir los flujos migratorios), Estados Unidos tendría que estar interesado en organismos capaces de impulsar políticas de conveniencia mutua. Quizá no acepte desaparecer a la OEA en beneficio de una nueva, pero sí al menos una refundación acorde a los nuevos tiempos.
Hasta allí es impecable la intención de López Obrador. La instrumentación, en cambio, amenaza con salirse de las manos del Presidente mexicano. La extraña invitación especial al mandatario de Cuba como orador a la ceremonia del desfile, un acto militar de carácter nacional, y el enérgico llamado a Biden exigiendo el fin del boicot a la Isla son contraproducentes para efectos de la estrategia de fondo, por más que lo asistan algunas razones éticas. Por supuesto, lo convierten en el héroe del momento, pero a costa de dinamitar las posibilidades de llevar a buen término lo que sí se necesita. Para colmo, el arribo sorpresivo de Nicolás Maduro, pluma de vomitar tanto para republicanos como demócratas en Washington, ensombrece el panorama.
¿Por qué? Primero, porque una cosa es aceptar la formación de una OEA más plural y democrática por parte de la Casa Blanca, y otra enfrentar el riesgo de una organización que, con la preeminencia de Cuba y Venezuela, se convierta en un sindicato estadounidense. Y no digo que vaya a serlo, pero eso es lo que interpretarán los halcones de Washington a partir del tono y los símbolos esgrimidos por AMLO y el protagonismo de Maduro y Díaz-Canel. Eso elevará la factura política para Biden.
Segundo, porque a ninguna potencia le gusta ceder algo como resultado de un regaño público. Una cosa es negociar diplomáticamente la necesidad de que la Casa Blanca y el Congreso alivien las injustas y absurdas presiones sobre Cuba, y otra muy distinta exigírselo en público en un foro hostil. Lo primero, las instancias diplomáticas le permitirían a Biden manejar los tiempos y las formas para vencer las duras resistencias que existen en su país. Lo segundo, el reclamo conjunto mexico-cubano desde Palacio Nacional sólo conducirá al endurecimiento de la Casa Blanca. La opinión pública en aquél país está masacrando a su Presidente por el aumento de los flujos migratorios y la desaseada salida de Afganistán, ambas crisis interpretadas como expresiones de debilidad del demócrata. En tales condiciones difícilmente podría permitirse ofrecer más argumentos a sus críticos que se convertirán en alfombra rojas para el regreso de Trump al poder.
Y finalmente, tampoco podemos ignorar la natural desconfianza que inspira en otros países importantes de América Latina la relación especial que mantiene México con Estados Unidos. Por más que nos distinga una valiente posición en determinadas coyunturas, sobre todo relacionadas con Cuba, saben que la interdependencia de la economía mexicana y ese tercer país que existe a ambos lados de la frontera hace de México una entidad geopolítica a medio camino entre Norteamérica y Latinoamérica. Más aún, entienden que, más allá de lo discursivo, en última instancia los gobiernos mexicanos actuarán en función de sus intereses, como lo haría cualquier otro país. Justo esos intereses son los que explicarían el papel de “cadenero” que México está haciendo en la frontera sur, en favor de Estados Unidos, para desalentar el arribo de centroamericanos y caribeños al río Bravo.
Se entiende que frente a los duros cuestionamientos que ha recibido el Gobierno de la 4T por este trabajo “sucio”, López Obrador se sienta inclinado a subir el tono soberanista en materia discursiva. Sin embargo, me parece que en aras de la ganancia rápida y efímera está perdiendo la posibilidad de hacer algo más profundo y trascendente para los pueblos de América. Una oportunidad histórica por el carisma personal y el papel estratégico de México. Se agradecen los actos puntuales como el rescate de Evo Morales o la solidaridad para exigir vacunas para países más pauperizados. Pero estoy convencido de que un desfile y un discurso para la historia de bronce no era la mejor manera de ayudar al pueblo cubano.