Opinión

¿Pro o anti- COVID?: El ambiente escolar

¿Ayudarán las escuelas a fortalecer el sistema inmunológico de niñas, niños y adolescentes, o lo seguirán debilitando como lo han hecho históricamente? ¿A qué ambiente están regresando los escolares después de 17 meses de haber cerrado las escuelas sus jornadas presenciales?, ¿ayudarán las escuelas a enfrentar las múltiples consecuencias de la pandemia que están sufriendo niñas, niños y adolescentes?

Unicef, Unesco, la OPS/OMS y diversas instituciones internacionales y nacionales han señalado los impactos de la pandemia en la población escolar, destacando la crisis en el aprendizaje, el abandono escolar, los impactos en la salud mental (estrés, depresión, adicción tecnológica, aislamiento social e incremento de suicidios), aumento de la violencia y maltrato al interior de las familias.

Estos daños generalizados se ponen en la balanza frente al riesgo que representa la vuelta a clases por la posibilidad de aumento en los contagios. El escenario es complejo y no hay un panorama blanco y negro. Se destaca la función de la escuela en este contexto: favorece la igualdad de oportunidades y la motivación para seguir aprendiendo, promueve los vínculos sociales, puede y debe brindar atención y bienestar, amplía la cohesión social, fortalece la cultura y la recreación y permite identificar a quienes requieren ayuda.

La condición de salud de los mexicanos es un germen de cultivo para la COVID-19 y las escuelas han contribuido significativamente a ello. Esta condición está marcada por la muy alta incidencia de sobrepeso y obesidad, decretadas emergencias epidemiológicas en nuestro país desde 2016. La obesidad y sus consecuencias (diabetes, enfermedades cardiovasculares, ciertos tipos de cáncer, etc) son las comorbilidades más asociadas al agravamiento y muerte por la COVID-19.

México se venía destacando, incluso antes de la variante Delta, por agravamiento y muerte en población más joven debido a la alta prevalencia de la obesidad. No debemos olvidar que nuestra población tiene uno de los más altos índices de obesidad y muerte por diabetes en el mundo. Y en esta situación destaca la población infantil y cómo la escuela contribuye a ella.

En 2010, en una de las más importantes intervenciones realizadas para registrar las condiciones escolares, realizada por investigadores del Instituto Nacional de Salud Pública, se concluyó que el ambiente escolar era un ambiente obesogénico, algo que traducíamos como “las escuelas son fábricas de niñas y niños con obesidad”. El estudio reportó que los escolares consumían, entre el desayuno escolar y lo que compraban al interior y los alrededores de la escuela, la mitad de las calorías requerida para todo un día (Bonvrechio-Arenas et al., 2010). La presencia de productos con altas cantidades de azúcar y grasas, así como de bebidas azucaradas los llevaba a consumir la mitad de las calorías requeridas para todo un día, esto antes de realizar su comida y su cena.

Hablar de sobrepeso y obesidad y hablar de productos de consumo con estas características es hablar de procesos inflamatorios que debilitan el sistema inmunológico de los escolares, procesos inflamatorios que se presentan cotidianamente por el consumo de estos productos. Y estos consumos de productos inflamatorios provocan el desplazamiento del consumo de alimentos antiinflamatorios que fortalecen el sistema inmunológico.

En una reciente presentación del doctor Fabio Gomes, asesor regional en nutrición para América Latina y el Caribe de la Organización Panamericana de la Salud, hablando sobre las características de los productos saludables que deben ser los únicos presentes en las escuelas, distinguió sus beneficios: suprimen factores inflamatorios, desarrollan y maduran el sistema inmunológico, protegen contra daños al material genético, evitan desregulación de ciclos celulares, interrumpen cascadas oxidativas, promueven la muerte selectiva de células dañinas.

La llamada comida chatarra y las bebidas azucaradas hacen todo lo contrario, generan procesos inflamatorios, oxidativos, debilitan el sistema inmunológico y son promotores de procesos dañinos a varios niveles, no sólo se relacionan con sobrepeso y obesidad.

Hace más de 10 años se establecieron los lineamientos para alimentos y bebidas dentro de las escuelas. La oposición de las grandes corporaciones, desde Coca-Cola hasta Bimbo, contribuyó a que nunca fueran aplicados. Se proponían, como un primer paso, reducir el consumo energético dentro de los planteles escolares en un 36 por ciento. Esto nunca ocurrió. En 2013, el Presidente Enrique Peña Nieto presentó la Estrategia para el Control del Sobrepeso, la Obesidad y la Diabetes que comprendió establecer sanciones a quien no cumpliera las nuevas regulaciones para lineamientos y bebidas en las escuelas. Peña Nieto presentó esta estrategia al lado del presidente de Coca-Cola y la Secretaría de Salud estableció un observatorio para evaluar estas políticas invitando a la representación de estas empresas y a asociaciones aliadas a ellas. Tampoco esa regulación se cumplió y las escuelas continuaron como promotoras del sobrepeso, la obesidad, de procesos inflamatorios y debilitadores de los sistemas inmunológicos de niñas, niños y adolescentes.

Corresponde a la SEP hacer cumplir estos lineamientos que tienen más de 10 años de haberse establecido. Si era una violación fragante a los derechos de la infancia mantener la comida chatarra y las bebidas azucaradas al interior de los planteles escolares cuando la población infantil mexicana era reconocida ya como una de las que sufría la mayor incidencia de sobrepeso y obesidad en el mundo, ahora, con la pandemia, se convierte en un acto aún más violento contra la infancia por parte de la autoridad que tiene la obligación de garantizar ambientes saludables en las escuelas.