Opinión

Biden-Xi Jinping. Lo circunstancial y lo esencial

Desde hace mucho tiempo, un encuentro entre dos líderes mundiales no creaba expectativas tan positivas como el que acaban de sostener los presidentes Joe Biden, de Estados Unidos, y Xi Jinping, de China, en el cual el realismo parece haber prevalecido.

El primer paso dado por los mandatarios que se encontraron por primera vez, fue establecer un clima de confianza que permite operar con el entendido de que Estados Unidos y China no son, ni pretenden ser aliados, aunque tampoco enemigos y administrar la competencia entre ambos para evitar que derive en confrontación.

Un enfoque así permitió a China establecer que Taiwán constituye una “línea roja”, y a Biden ratificar el compromiso de Estados Unidos con la realidad de “una sola China” y proclamar que no tiene porqué haber otra guerra fría.

En ese entendido, China precisó su proyección estratégica: “China nunca, subrayó Xi Jinping, ha pretendido cambiar el orden internacional existente, no interviene en los asuntos internos de Estados Unidos y no tiene intención de desafiar o sustituir a Washington...” De ese modo quedó claro que, aunque tiene amigos y socios políticos y comerciales a los que respalda en determinadas proyecciones, China no participa de alianzas contra terceros, ni está interesada en construir un orden mundial distinto al existente, en el cual, por cierto, no le ha ido mal.

El actual orden mundial surgido de la II Guerra Mundial, sin ser perfecto, cobijó la etapa más próspera de la economía internacional, en la cual tuvo lugar un auge sin precedentes de la democracia y los conocimientos, las transformaciones y las transferencias tecnológicas, la ausencia de guerras entre las potencias.

En esos entornos políticos y jurídicos, el Socialismo se expandió hasta convertirse en un sistema mundial, desaparecieron los imperios, las colonias y las dictaduras y la pobreza, el hambre y el analfabetismo, aunque no a los ritmos necesarios y posibles, comenzaron a retroceder. Como parte de la evolución de ese modelo, se gestó la globalización caracterizada por el libre tránsito de las mercancías, los capitales, los conocimientos y, en parte de las personas, el reforzamiento del multilateralismo y al multiculturalismo y aparecieron en el escenario mundial los “países emergentes” que, por vías pacíficas, reforzaron las tendencias al mundo multipolar.

En la etapa del proceso civilizatorio abierta con el advenimiento del siglo XX, en el cual, si bien ocurrieron catástrofes como la Primera Guerra Mundial que dio lugar a un nuevo reparto del mundo, creando premisas para el auge del fascismo que condujo a la II Conflagración Mundial y a una intensa Guerra Fría, también tuvieron lugar las revoluciones en Rusia y China, se produjo el auge económico y la estabilidad política de Japón y de varias excolonias, entre ellas India.

El poderoso activo que para la civilización mundial y la cultura universal significaron Internet, la esfera digital, la telefonía móvil y la trasmisión de datos, las redes sociales y la inteligencia artificial, que han dado lugar al surgimiento de la sociedad del conocimiento y a nuevas modalidades para gestionar el talento y la inteligencia, empujaron los horizontes de la humanidad, democratizaron esferas signadas por el exclusivismo y dieron nuevos sentidos a los proyectos de vida de las personas y los países.

En ese contexto, se concretó la Unión Europea, el mayor éxito unitario e integracionista desde el siglo XVIII cuando las Trece Colonias de Norteamérica se unieron para formar los Estados Unidos y se verificó la prosperidad de los “tigres asiáticos” (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur).

Varios países latinoamericanos entre ellos México, Brasil, Argentina y Chile, se colocaron entre las primeras economías mundiales. El fin del Socialismo Real, incluido el colapso de la Unión Soviética, provocó un reajuste geopolítico que involucró a más de 40 países y abrió una etapa en el desempeño internacional de la cual desapareció la confrontación ideológica surgida a finales del siglo XIX y que fue reforzada con el triunfo bolchevique y el auge de las ideas socialistas y del Comunismo.

El crecimiento económico mundial y la relevancia política de China y Rusia, con India y otros países de Asia y el Pacifico, incluidos los latinoamericanos con costas a ese océano, crearon una situación que equilibró el predominio económico de Occidente, sin que ello configurara un desafío de orden militar ni sugiriera la necesidad de nuevas hegemonías. Deficientes lecturas de la situación mundial contemporánea condujeron a fenómenos negativos como el auge del neoliberalismo, las tendencias a la unipolaridad, la expansión de la OTAN, permitida por la Unión Europea y los Estados Unidos, que no atendieron las justas preocupaciones de seguridad de Rusia cuya última línea pasaba por Ucrania.

Por razones difíciles de comprender, entre diversas alternativas para la defensa de sus razones e intereses de seguridad, Rusia optó por la peor e inició una guerra preventiva, ante la cual la OTAN y Estados Unidos también escogieron los peores cursos al tratar de apagar el incendio arrojando gasolina. Procurar enfoques que permitan transitar de la confrontación militar al diálogo político y del campo de batalla a la mesa de negociaciones, parece ser la tarea de los liderazgos mundiales que, ante la parálisis de la ONU, tiene en el G-20, un foro que acoge matices políticos diversos. Ojalá en Indonesia aparezca humo blanco y haya chances para la paz