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Opinión

¿Enemigos del Estado o amigos del pueblo?

¿Qué tienen en común Daniel Ellsberg, Chelsea Manning y Julian Assange? En fechas recientes los tres fueron declarados enemigos del Estado por revelar información que el Gobierno ocultaba al pueblo.

Paradójicamente, tales hechos ocurren y se reiteran en el país donde más avanzó la libertad de expresión y donde la prensa liberal se consolidó de modos decisivos. Ello evidencia que, en relación con la libertad de expresión, todos los Estados, incluidos los más liberales, fallan dos veces: una, cuando la limitan más allá de lo razonable y, dos, cuando no la protegen.

No sirve de consuelo conocer que ser censurado y enjuiciado no es lo peor. Según un estudio de la Revista Latina de Comunicación Social, de la Universidad de Andalucía, del 1970 al 2015 más de mil periodistas fueron asesinados en América Latina y, según la UNESCO, el 86 por ciento de tales crímenes en todo el mundo han quedado impunes.

Censura, represión e impunidad forman una combinación letal. Obviamente, no se trata solo de los gobiernos y del secretismo. El periodismo es una profesión que, incluso en los países liberales entraña riesgos porque en todas partes, además de gobiernos opacos que ocultan información al pueblo, hay funcionarios corruptos, burócratas ineficientes, políticos que se equivocan, negociantes inescrupulosos que alteran productos o evaden impuestos, policías represivos, narcotraficantes y tratantes de blancas para los cuales la actividad de la prensa es la piedra en el zapato.

No es que los periodistas pierdan la vida o resulten mutilados, sino de la existencia de estructuras que, asociadas al poder y al dinero, cuentan con capacidad para desacreditarlos, privarlos de sus empleos, atemorizarlos y obligarlos al silencio o la nulidad que es lo mismo.

A la entente contraria, la prensa no le interesa que sea Assange u otra persona, y tampoco el motivo por el cual se le persigue y se le condena, sino el precedente: ¡Con el poder no te metas! La libertad de expresión, es de las reivindicaciones más duramente peleadas por las fuerzas populares y por las revoluciones y una esfera en la cual, aunque se han obtenido avances formidables, los resultados alcanzados son insuficientes.

Aunque existen antecedentes, fueron las revoluciones del siglo XVIII en Norteamérica y en Francia las que aportaron textos y preceptos que casi 300 años después sustentan una batalla que es política, cultural y civilizatoria.

La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa y la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, son ejes de la lucha por algo, a la vez elemental y decisivo como la libertad de expresión.

Tras décadas de actuación ambigua, fallos contradictorios y votos particulares, en 1971 el Estado norteamericano demandó a The New York Times por negarse a cesar la publicación de los llamados Papeles del Pentágono, ante lo cual la Corte Suprema falló que “el Gobierno no podía bloquear la publicación de ningún material a menos que pudiera probar con certeza que esta resultaría en un daño a la nación de carácter directo, inmediato e irreparable”.

Al publicar los Papeles del Pentágono, Daniel Ellsberg reveló que el Gobierno había mentido sobre la guerra en Vietnam, con lo cual no dañó al país, sino que lo sirvió; tampoco cuando Eduard Snowden entregó a los periódicos The Guardian y Washington Post, documentos secretos asociados a programas de vigilancia masiva, atentó contra la nación, cosa que tampoco hicieron Chelsea Manning ni Julian Assange al revelar miles de documentos clasificados acerca de desmanes cometidos al amparo las operaciones de guerra en Afganistán e Irak.

Aunque estas personas que trabajaban para el Gobierno violaron algunas reglas contractuales, ninguna cometió traición porque, uno de los méritos de la Constitución de los Estados Unidos es que describe exactamente esa falta. Según el texto: “El delito de traición contra los Estados Unidos consistirá solamente en tomar las armas contra ellos o en unirse a sus enemigos, dándoles ayuda y facilidades...” Ninguna de esas personas estuvo nunca al servicio de un Gobierno extranjero, ninguno empuñó un arma contra Estados Unidos y ninguno causó daños a la nación. De hecho, la Corte Suprema exoneró a The New York Times y a Daniel Ellsberg, y el presidente Barack Obama indultó a Chelsea Manning.

¿Por qué Julian Assange ha de recibir un trato diferente? Siglos de lucha por la libertad de expresión y el ejercicio de los derechos que ella implica, lejos de amenazar a los regímenes democráticos, ya sean capitalistas o socialistas, los legitiman y los sostienen.

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