Opinión

¿Puede Rusia anexar a Ucrania?

Sin una solución de salida para la guerra fratricida emprendida, Rusia pudiera ceder a la tentación de anexar a Ucrania, lo cual no sería una novedad; ocurrió en otras dos ocasiones. La primera, en 1654, cuando fue incorporada al Imperio Ruso y la otra, en 1922, ocasión en que, bajo protesta, se le integró a la Unión Soviética.

No se puede iniciar un fuego y lamentar que arda la hierba. La guerra es un “todo incluido”, ella significa la mayor tragedia humanitaria: muerte, extremismos, poblaciones desplazadas, hogares, hospitales, bienes y riquezas sociales y particulares destruidas. Quien quiera evitar la miríada de dramas humanos, debe meditar el alcance de sus actos antes de desencadenar los demonios o darse por ganador sin rebasar los límites. Otros lo han hecho.

No se puede invadir un país y esperar que no se defienda y que en esa defensa se impliquen diversos sectores sociales, en primer lugar, los patriotas, pero también los extremistas; los que procuran oportunidades para ajustes de cuentas, incluso los “soldados de fortuna” amparados en la confusión. Ninguna consigna nacional convoca más que ¡Muerte al Invasor!

No tienen razón quienes culpan al liderazgo bolchevique de la tragedia de hoy. Ellos hicieron lo que creyeron mejor. Erraron, pero también acertaron. La Revolución Bolchevique abrió la oportunidad de convertir al Imperio Ruso en el gran país que fue la Unión Soviética pero también la de obtener la independencia para los pueblos que habían luchado largamente por ella.

Entre aquellos, estuvieron Polonia, Finlandia, Letonia, Lituania, Estonia a los cuales se les reconoció la soberanía y se les permitió seguir caminos propios. Desafortunadamente, Ucrania no estuvo entre ellos a pesar de que allí, al calor de la Revolución Bolchevique, en 1917 se establecieron no una sino dos repúblicas que en 1918 se unificaron y en 1922, como la República Socialista Federativa de Ucrania, compulsivamente fue incorporada la Unión Soviética.

El 22 de junio de 1941 Alemania invadió la Unión Soviética. Joseph Stalin se puso al frente y exhortó a defender, no al régimen ni a su liderazgo, no al gobierno ni a las ideas socialistas sino, simplemente, llamó a la Gran Guerra Patria, en la cual el heroísmo colectivo se expresó del modo más elocuente. Tan heroicos esfuerzos, unido a la alianza con Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países, condujeron a la victoria sobre el fascismo.

Para capitalizar el nacionalismo local, sembrar cizaña y homologarlos con las contradicciones generadas por la decisión de sumar Ucrania a la URSS, el Ministerio del Reich para los Territorios Ocupados del Este trabajó para camuflar la ocupación fascista de Ucrania con la creación de una administración civil denominada Comisariado Imperial para Ucrania, entre cuyas misiones estuvo dividir y confundir promoviendo la identificación de la oposición a Stalin que comenzó 23 años ante de la invasión alemana, con la resistencia al invasor.

Finalmente, como todo el país, Ucrania se liberó del fascismo. En aquel minuto de euforia por la victoria y confusión por la diversidad de intereses que chocaban en el entorno ucraniano, en el cual el nacionalismo se había imbricado y confundido con el colaboracionismo con los nazis, ni después, la dirección soviética tuvo la lucidez necesaria para adoptar las decisiones políticas que luego le fueron impuestas por la realidad.

Aun en las adversas circunstancias generadas por el colapso soviético, las repúblicas integrantes de la URSS, todavía lideradas por Rusia, encontraron en su pasado plagado de dificultades y de glorias el modo de separarse sin violencia y sin guerras. Sin razones que lo justifiquen, aquella cordura es hoy desmentida. Es cierto que Rusia tiene derecho a defenderse, pero también lo es que no ha sido atacada. Ahora, con mejores argumentos, Ucrania invoca igual prerrogativa.

El imperativo político y humano es solo uno: ¡Es hora de parar! No se trata de demandar la rendición de Ucrania, sino de que Rusia, fijando una posición que necesita probar, recapacite. De hecho, ningún país, ni todos juntos, excepto Estados Unidos, la pueden retar, a expensas de que se exponga a ser enviado de regreso a las cavernas.

Con esas fuerzas y con sus convicciones, el liderazgo ruso, que en el pasado reciente ha dado muestras de entereza y competencia, puede dar por cumplida la misión y volver a casa donde no son pocos los asuntos por resolver. Profundizar la tragedia no aportará soluciones y menos glorias. Vladimir Putin debería cuidar su capital político y su legado.