Opinión

Con la remisión del llamado socialismo real, la geografía política europea experimentó cambios trascendentales. En el territorio de la antigua Unión Soviética surgieron 15 nuevos Estados, la disolución de lo que fue Yugoslavia aportó seis y Checoslovaquia se dividió en dos. Del mapa desaparecieron la propia URSS, Yugoslavia, Checoslovaquia y la República Democrática Alemana.

Lo curioso fue que aquella megatransformación geopolítica realizada en medio de la Guerra Fría y de la hostilidad ideológica que prosperó por la confrontación entre dos sistemas sociales, presumiblemente antagónicos, cosa que no se confirmó, se realizó en unos pocos meses, sin disparar un tiro y sin apenas bajas.

El hecho, sin precedentes en la historia del llamado Viejo Continente evidencia el agotamiento del modelo político que se había implantado en la Unión Soviética y Europa Oriental que prácticamente se derrumbó, así como el grado de civilización y cultura política alcanzado en aquellos países, en los cuales los pueblos y las elites abandonaron el modelo vigente sin guerras y sin luchas de clases y lo más curioso, sin liderazgos.

No hubo entonces vanguardias, caudillos ni partidos para encabezar la transición, tampoco doctrinas iluminadoras. Tal vez quedó probado que, en el actual estado civilizatorio de la humanidad, tales factores han perdido vigencia y van dejando de ser necesarios. Paradójicamente, cuando algunos de ellos han aparecido, el ambiente se ha enrarecido y ha llegado la guerra. Como si hubiera conectado la reversa, dando marcha atrás, Europa abandona el bucólico ambiente de paz reinante, turbado solamente por la guerra de la OTAN contra Yugoslavia y llega al lamentable estado de cosas en que hoy se encuentra, inmersa en la guerra y sin solución de salida, en plazos visibles. Nada bueno le espera, al menos por ahora.

Entre 1945 y 1990 las relaciones de la Unión Soviética con los países europeos fueron de dos tipos. Con los países del socialismo real hubo 45 años de estrecha colaboración que se expresó de modo multifacético y una especie de rectoría política consentida que tuvo lamentables evidencias en las intervenciones militares en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968).

Entre tanto, con Europa Occidental, al predominar la confrontación Este-Oeste, los contactos eran mínimos e importantes las tensiones. El colapso del socialismo real en virtud del cual tanto los países exsocialistas de Europa Oriental, como la Unión Soviética, adoptaron el capitalismo como sistema y transitaron a la economía de mercado, adoptando el enfoque liberal en el sistema política.

De ese modo, a escala continental, las relaciones se homologaron y, a lo largo de los últimos 30 años se establecieron vínculos estrechos y multifacéticos. Varios países exsocialistas, incluso exrepúblicas soviéticas ingresaron en la Unión Europea y en la OTAN y algunos occidentales, por conveniencia económica adquirieron petróleo, gas, carbón, minerales y diversas materias primas, algunas de ellas estratégicas en Rusia, que se tornó un factor importante para el funcionamiento de la economía europea, con influencia incluso en la de Estados Unidos. La guerra en Ucrania ha significado un giro de timón, un frenazo y un retroceso todo a la vez.

En cuatro semanas se ha desquiciado un esquema construido en treinta años y que implica un tejido económico vasto y altamente complejo que ha sido destrozado por los mismos cañonazos que convierten en ruina a las prósperas ciudades ucranianas. Una vez más al elegir la guerra como fórmula para solucinar contradicciones, se arruinan las bienhechurías de la paz y se aplastan vidas humanas. ¡Horror!