Las elecciones del pasado domingo, si bien eran para elegir cuerpos colegiados, como se incluyó en ellas la escogencia de candidato de tres coaliciones para la elección de presidente, se consideran una especie de primarias de los comicios presidenciales, aunque estos conservan las dos vueltas que la Constitución política tiene previstas.
También señalé que la izquierda aceptaba que la diferencia entre el resultado inicial que se dio a boca de urna y el que se obtuvo luego de que los delegados de los partidos, junto con notarios y jueces revisaron mesa por mesa los votos depositados y los consignados en los formularios, obedecía a error por mal diseño del formulario y deficiente capacitación de los jurados en las mesas.
El número total de votos depositados seguía siendo el mismo, pero al encontrar que muchos de ellos (unos 500 mil), por Gustavo Petro, no se habían contabilizado en los formularios, le dieron 5 senadores más y en cambio le restaron uno al Centro Democrático, partido de gobierno y liderado por el expresidente Álvaro Uribe.
Entonces el exgobernante Uribe y el presidente Iván Duque, en manos de los cuales estaba la organización electoral, que impusieron al Registrador Nacional, la procuradora general, la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía general y la Contraloría General, al verse perdidos empezaron a gritar ¡Fraude! y a pedir que se volvieran a contar los votos. Para hacer la verificación que contó con participación de las autoridades antes señaladas y representantes de los partidos, se abrieron las arcas “triclave”, selladas con tres candados, como su nombre indica, en que se guardaban los votos y formularios. A partir de ahí ya no había cadena de custodia, ya los votos no estaban protegidos con los sellos de la Registraduría, es decir, cualquiera podía alterar su contenido.
Finalmente, ante la protesta general, el Registrador anunció que no se haría el recuento aunque Uribe sigue gritando que hubo fraude.
El paro del año pasado, tan reprimido, le aportó un buen número de votos; Petro aprovechó la organización barrial que se creó allí, su cabeza al senado hizo colectas para brindarles cascos, gafas y escudos de protección, incluyó a algunos de sus dirigentes en sus listas y los convocaron a votar, algo inédito porque los movimientos de protesta en Colombia habían sido siempre abstencionistas. En las comunas de Cali y en los sitios de Bogotá donde fue más fuerte ese movimiento, el Pacto Histórico sacó una votación histórica. Según el portal La silla vacía, “en Suba… un lugar icónico de la protesta, el Pacto obtuvo 97 mil 389 votos para la cámara y 90 mil 696 para el Senado… En 2018, el Centro Democrático había sido el ganador allí y la izquierda sumó en total 42 mil 494 votos.
Pero aunque fue un triunfo realmente arrollador (Francia Márquez, superó en votación al candidato de la coalición de centro, Sergio Fajardo) aún no se ha ganado nada. Las alianzas que se tejan definirán el triunfo en primera vuelta.
La que aparece como natural, con la coalición de centro y su candidato Sergio Fajardo parece aún lejana a pesar de que su candidato hasta el momento no tiene opción de triunfo; si bien en las encuestas la gente se declara de centro, no vota por ellos a pesar del rótulo. ¿Será posible que estas dos fuerzas llamadas a aliarse no lo hagan porque el ego de sus dirigentes no lo permite?
Otra posible alianza, con el partido liberal, acaba de frustrarse porque Francia hizo unas declaraciones que el presidente de ese partido consideró irrespetuosas y que Petro se apresuró a corregir. No sabemos si ese fue el motivo o aprovechó esa imprudencia para cerrar una puerta que nunca quiso realmente abrir.
Este país tiene una tradición popular liberal y, a pesar de que en votación interna de congresistas liberales 17 senadores apoyan a Fico Gutiérrez y 3 a Petro y en la Cámara de representantes el resultado fue 17-13 en ese mismo orden, grupos de militantes de ese partido se han unido públicamente a Petro y se esperan muchos más y varios senadores han brindado públicamente su apoyo.
La identificación de Fico con el fracasado gobierno de Iván Duque, la caída de popularidad del expresidente Uribe, antes imbatible, cuyo candidato renunció y adhirió a esa campaña y los procesos judiciales que lo acosan, juegan en su contra.
En todas las encuestas, incluida la que hace tres días hizo el periódico conservador antioqueño El Colombiano, Petro supera ampliamente a los demás candidatos, pero todavía no se sabe hacia dónde se inclinará la masa de indecisos que sigue siendo muy alta: el 13 de marzo votaron 18 millones que corresponden al 45 por ciento del censo electoral. Tendría que convencer a 10 millones más para romper el abstencionismo histórico y llegar a 65 por ciento de votantes que aportarían 10 millones más. Muchos que no votan en las parlamentarias lo hacen para elegir presidente: ahí hay otro caudal de votantes que cautivar.
Petro sabe que nada está ganado. Ya empezó a hacer una convocatoria amplia, a no desgastarse en camorras inútiles, desterrar el miedo sobre la supuesta catástrofe que ocurriría en caso de un triunfo suyo, en aclarar hasta la saciedad que no piensa expropiar que es el temor principal, no sólo de los ricos sino de la clase media- y en comprometerse, por ridículo que parezca, en que no va a instaurar el comunismo.
Ya se le percibe un talante más centrista, una expresión corporal menos pugnaz y una actitud más flexible que suaviza la imagen prepotente que en ocasiones proyecta; en ello puede haber influido su entrevista con Gabriel Boric cuando asistió a su posesión. La atemperación del discurso del chileno entre la primera y la segunda vuelta es una enseñanza importante. Su triunfo no está asegurado, pero no es imposible.
Síguenos en Google News y recibe la mejor información.
JG